El parque de atracciones cerrado por renovación: Las noches de luna soñando.

Me encantaba Mundo Plano. El parque de atracciones yacía sobre el caparazón de una inmensa tortuga llamada Churumbel y no Vetusta Morla. Aquel lugar disparaba pompas de jabón, sueños, fantasía y algodón de azúcar azul del que se desprendía un olor dulce y agradable. Se podía pasear por avenidas de nubes de pedos rosas hasta tener agujetas del mismo color. Los castillos se construían sobre ellas y todos éramos príncipes y princesas amorosos intentando cruzarnos con el hada madrina y el alma gemela. Entre las princesas me contaba yo, la princesa guerrera.

Me gustaba muy particularmente la casa del terror con todos los engendros que allí habitaban. Iba dando despreocupados saltitos de alegría, acariciando lobos con piel de cordero, besando sapitos que hacían «croack croack» sin convertirse nunca en príncipes, alimentando pirañitas con lo que a mí me sobraba ¡Pobrecitas ellas, no pudieron elegir no ser feítas! Los tiburones mellados me ofrecían las llaves de sus corazones de hielo para luego desaparecer hasta nunca en las aguas de Groenlandia. Era todo tan surrealista que me dejaba tonta. Una vez incluso vi a un guerrero de los de antaño que quiso obligarse a ser feliz porque había encontrado, según él, a una mujer maravillosa. Se metió en una burbuja y voló por los aires perdiéndose en el éter.

La plenitud se coronada con una coleta por banda, varita mágica en mano y zapatitos de charol rojo como los de Dorothy de la cárcel de alta seguridad Oz. Acompañada por mis fieles amigos Felipe el conejo de la suerte, Sr. O el oso de amor odioso, Totopo Chicho el erizo hechizado y el mono A Medio hacer, me sentía segura y burbujeante en el universo del verso que olía a sábanas recién lavadas. Se filtraba la abundancia por todas las grietas y, de ellas mismas, escapaban los chorros del loro mágico, el de los deseos gozosos en pozos de ingenio. Muchos viajeros picaban a la puerta pidiendo asilo para entrar a descansar de la vida, pero solo por un ratito, para retomar aliento.

«Tilín, tolón»

-¿Quién es?

-Soy un sapito feo. ¡Mírame! ¡No! Espera, no me mires que te asustarás y no me dejarás entrar. Bueno, sí… mira pero no mucho.

– A ver sapito, enséñame el anca. ¡Oh..oh! ¿A dónde vas tú tan pequeñito?

– No lo sé sólo pasaba por aquí y me paré a descansar. Luego vi las pompitas de jabón que llamaron mi atención y me acerqué. Entonces olía tan bien que me dejé guiar embriagado. ¿Puedo pasar? Vengo de recorrer un largo camino de hielo y, aunque tenga el corazón frío, pues soy un amfriobio, es grande, bueno y puro.

-Entra en mi hogar sapito. ¿Qué te puedo ofrecer? Mi nevera se parece a tu camino, está temblando pues antes de ti un lobo con piel de cordero salido de la casa del terror me la desvalijó. A él se lo comió un ogopogo y a este un pulpo a la gallega. Me ocurren cosas un poco extrañas ahora que lo pienso, pero si ocurren es porque yo las creo, después de todo esta es mi dimensión particular.

-¡Oh sí princesa! ¡Te has salvado de una buena! Entonces para celebrarlo… ¿Me enseñarías tus pies? Princesita de los labios de fresa. Después de todo yo te he enseñado mi anca, te toca a ti para saber si me puedo fiar, recuerda que todos fingimos y que tenemos que protegernos.

Me quité el calcetín y le mostré al sapo una hermosa extremidad.

-¡Oooooh! ¡Qué maravilloso ejemplar! ¿Puedo ver el otro?

Le enseñé el segundo pie.

-¡Oooooh! No se puede de creer, lo que contemplan mis ojos saltones son mucho más que mejillones. ¿Tendrías a bien, princesa, dejarme chu(rrupe)arte uno? Semejante perfección sólo merece mi devoción.

Me extrañé con la singular petición, pero le ofrecí uno de mis pies. El sapo extasiado succionó con fruición y aquello me hizo estallar de la risa.

-Sapito me haces cosquillas, déjalo ya.

– Ni en sueños te pienso soltar. Ven aquí que te voy a dar leche condensada guarra, puta, condenada. Eres mía y yo soy tuyo, ¡Mi reina! ¡Mi diosa, viciosa! Te deseo tanto que te haces odiosa. ¿Sabes cuál es el castigo por maltratar a los animales? La eventración a manos de Jack, ven aquí que te voy a hacer estallar la tripa de manera viscosa. Te voy a rellenar de carne con cuajada y dejaremos la casa bien embadurnada.

Me despertó el sonido de la puerta y un (d)olor nauseabundo. Sin saber dónde me encontraba, salté de la cama y me precipité para abrir. Allí no había nadie, solo un humo negro que recordaba al hedor a sangre de las carnicerías. Un camaleón pasaba por allí. Me miró y me dijo:

-Buenaj gomita, ¿Me dejaz pasá? Te voy ajplicá un chite que te se va a rebentá tó, mi arma. Ej que zoy un león de cama andalú, pinzeza, vente paqui que te lo dejo como los chorros del oro con la luenga pa fuera. Mira mira qué ejemplá el mío. ¡Y olé que arte!

Cerré la puerta. No podía con tanto surrealismo. Me llegaron unos sutiles efluvios a tubo de escape, fui a comprobar el gas: apagado. ¿Sería el camaleón andaluz intentando entrar y gaseando mi apartamento para que abriera la puerta?
Los periodiscos de Mundo Plano dirían que había muerto por hipoxia. «Se le paró el corazón e indefectiblemente falleció. Era una muchacha sonriente, estaba tan llena de vida. Siempre se van los mejores. Pobrecita. La verdad es que era una santa, siempre saludaba a los ciclistas y hacía de ONG en su tiempo libre acompañando a viejos chocolateros porque sabía que en el fondo de sus almas ansiaban ser queridos.»

Volvió a oirse el timbre, pero esta vez sonó a «tic tac». Era el Sr. Pretérito que venía a reivindicar puntillosamente su parte activa e intachable con una perorata de ratificación personal.

– ¿Hola? ¿Acaso llamé a alguien? Yo creo que no, muchas gracias por su interés, sí, tuvo usted siempre razón, pero yo ya no soy la de antaño. Ya tramité la solicitud para la ayuda a la dependencia a los órganos pertinentes y están mirando de asignarme un acompañamiento independiente para tratar mi caso. Me dijeron que tendría que acudir a un centro de desintoxicación y lo más posible es que terminen internádome. ¿Sabe qué le digo? Que llegados a este punto, lo único que quiero es desaparecer como la estatura de la libertad y la morralla china. ¿Dónde está David cuando se le necesita, joder?

-¿El gnomo?

-No coño, el jodío que se zumbaba a la rubia.

El parque de atracciones circence había cerrado por renovación así que, a las puertas del mismo, compré una coca cola, unas almendras y desayuné mirando a lo lejos la casa del terror que tanto me había fascinado.

El de seguridad, un tipo de glande compungido hasta la médula, hecho de esputos y un poco encogido me desalojó de allí espetando una andanada de improperios muy propios y sin dignidad. Me largué cagando leches desnatadas y echando la vista atrás vi cómo las paredes de mi mundo se derrumbaban causando una estruendosa nube de escombros.

El timbre volvió a vibrar con un canto celestial y… «joder, me cago en todo, voy a reventar el puto»… abrí la puerta y bajé la vista. Una niña de ojos grandes con una coleta por banda, varita en mano y zapatitos de charol rojo me miraba con estupor. Bajo el brazo no llevaba un pan, sino un conejo, una tortuga, un erizo, un oso y un mono.

-¿Te vas a quedar tú con nosotros esta vez y para siempre?

-Sí

-¿Y no nos abandonarás más?

-No

-¡Júralo!

-Te, os, lo juro.

-¡Vale! ¿Comemos helado con porquerías?

Se metió dentro de mi casa sin pedir permiso, dando saltitos de alegría y toqueteando todo lo que había en derredor. ¡Maravillosa criatura!

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