Me paseaba como una pluma recorriendo la avenida que iba de tu frente a tus labios y se posaba cual mariposa en tus párpados de miel.
«Cierra los ojos petardo, que no estoy lista todavía. No puedes mirar.»
Seguía por el paraíso inhabitado de tu rostro hasta la base de tu cuello. Te robaba el aire y me recordaba todo lo bueno que aún quedaba en este mundo. Lo recuerdo. ¿Lo recuerdas?
Ya no me apetece sonreír, que ya no me río, que todo se esconde bajo una pátina melada, mellada de tanto enseñarle los dientes a la barra de acero que la embistió. No me apetece nada nada y no me fuerzo a que se despierten las ganas de turrón, nutella o almendrados. Me da igual y respeto mi igual da.
Ya no es divertido vestirse de proyecto hombre o de recolectora de fresas si no te escandaliza. Pedir hamburguesas sin pan y no avergonzarte, es ridículo. Las toneladas de pipas son una anécdota particular, un chiste conmigo misma que no tiene gracia. Quizás te gustará saber que he incorporado el tomate frito a cucharadas en mi dieta cuando el hambre aprieta pero faltan las ganas. Si me voy a morir que sea calóricamente escandaloso e indignante.
Ya no soy un bicho raro, solo vuelvo a ser yo. El lenguaje se dobla del mismo modo por defecto de fábrica. Las misivas ya no tienen más que un remitente emborronado y un destinatario en blanco, una absurdidad como las noches que duran ocho, ochenta, ochocientos días.
Te odio como nunca quise a nadie, que diría Luis Ramiro. Mucho y hasta la médula. Visceral y sin reservas, quiero recrearte como un monstruo, rebajarte para que sea más fácil asirme al desprecio. Me odio por haberte creído, una vez más quise crear, creer, querer. No bastan las ganas, falta quién sepa recibir.
La torre de Mónica seguirá siendo suya y los carritos de la compra abandonados bajo el puente allí quedarán. Correré sola y deambularé por calles de sonrisas desiertas, sin fuerza pero con honor y la certeza de estar haciendo lo correcto. Observaré un paseo del mar de lo más vulgar. Agua, gente y arena, una banalidad como cualquier otra. Te buscaré en todas las portadas y contraportadas de los estantes de segunda mano que encuentre. No quiero ser una Julieta convertida en Romeo.
Los pozos, el miedo a caer, existen, están ahí, y no sé si alguna vez se irán. Tampoco es bueno la certeza del tener sin cultivar el día a día. Es primavera y parece invierno. Ojalá pudiese enterrarte tan rápido como tú a mí. ¿Tanto costaba intentar ser moderadamente feliz? Solo era cuestión de estar.