Realmente no me importaban los kilos de más o de menos, pero sà me importaba que te importase. Tampoco significaba nada si compartÃas piso o todavÃa vivÃas con tus padres, aquà todos hacemos de más y de menos, avanzamos, retrocedemos para coger carrerilla y saltar. Sà era importante saber que la persona con la que vivÃas también era aquella con quién compartÃas corazón, o compartiste en algún momento o no o sà o no lo sé. Porque ese es el problema: no saber nada. Ante la tinta de calamar, uno se figura lo peor porque sà que implicó reacción, miedo y temor la oscuridad de la que envolviste nuestro relato. Palabras palabras y los hechos fueron que… vacÃo, huida, silencio… he oÃdo una voz.
Siempre me importaron una mierda las marcas en la piel y los agujeros en el alma, en el cuerpo, siempre y cuando no me engulleran a mà o, peor aún, desapareciera por ellos mientras te fugabas tras el humo negro de tus corridas cortinas. A conveniencia, ahora no, antes sÃ, «será», no fue. ¿Qué fue? ¿Dónde fue? ¿Dónde y quién fuiste? Apenas aterrizo en mi propia casa con el desorden del alma ya de por sà hecha trizas de tantas desventuras que se las prometÃan felices.
No pasa nada porque eso es lo que pasa siempre, nada. Todo retomar su pálpito desde el púlpito de la soledad y a otra cosa mariposa, esa que esperaba posarse sobre tus párpados en forma de beso. Ahà radica la tristeza, en los castillos inhabitados que construà con la argamasa del pelirrojo que se encerró en ellos. Anael, el guerrero aquejado de Henko en la azotea con la mujer de pelo blando obligados a ser felices. Bilbo y Bimba viviendo en su biblioteca del bosque a través del Maktub rodeados de pompas de jabón, enanos, elfos y hadas. El botón adecuado del tilÃn, tolón. Dixit, exit, salida… por aquÃ, de socorro porque era solo correrse sin arriesgarse. La llave de las heridas al vertedero. Zasca en toda tu puta bocaza, hermosa.
Obviamente el vuelo se parte el alma, sin mà por si acaso tenemos un accidente. A John Locke ya lo conocà hace años, a la constante también y agárramela y vete, que espere al próximo tren del horror la siguiente estación sin compromiso, quizás para otra Antunia a la que le encantará jugar a escribir historias a cuatro manos o a cuatro ojos.
El remanso de agitación y de locura, de sensación de vacÃo, de no querer ni leer una sola J, por si acaso se desmorona el muro de las lamentaciones porque ahà está una enfermedad del alma, la mÃa. Todo revuelto, como los huevos podridos de una nevera tercermundista, como las cuerdas inexistentes de un piano afónico, una casa deshabitada, un libro sin letras, una rima sin roma, unos renglones torcidos que no escribieron la Historia.
Vamos que… Siempre te sudaron los cojones, de ahà tanta ducha.