Al nacer un sortilegio me fue echado. A mi mayoría de edad, me pincharía el dedo con un huso y… ¡No! Ese es el cuento de la Bella Durmiente. Yo no soy ni bella ni durmiente, especialmente durmiente, tampoco me llamo Aurora ¡Qué aurora de nombre! Lo del huso… sí, me dejo usar de manera considerable por los demás. Un felpudo maldito de alta afabilidad hasta que el uso es demasiado flagrante y entonces hago explotar todo por los aires.
Tengo la mala dicción de llamar «maledicción» a la maldición de la neurona inquieta. No es más que la sensación de estar siempre consumido por una droga autogenerada que mantiene al cerebro en un movimiento exacerbado durante las veinticuatro horas del día, los siete días de la semana. Parezco tranquila, reflexiva, centrada, pero es pura impostura mi mente es un manicomio que me bloquea el paso a la acción.
Para calmar la agitación elemental, he probado con alternativas que no llegaron a soluciones, abarcando desde los fármacos hasta la depresión pasando por la meditación y demás métodos ancestrales. Los primeros funcionaron hasta que el cuerpo se hubo acostumbrado y la mente logró trascenderlos. La meditación no fue un método infalible, infollable sí, inflamable e infumable sólo a veces. La mano de santo vino de José.
Oración a San José dormido
Hoy, confiado en tu preciosa intercesión, te consagro las alegrías y las tristezas de cada día. Te consagro mi vida, mi casa, familia y trabajo.
Salmo 121 para dormir en paz. Me volví creyente, católica aposta cayendo en una depresión de tres pares de melones. Pensar que me iba a morir fue lo que el popper (no Karl) a las noches furtivas. Ahí se me acabaron las tonterías de sobreactivación. «Que en paz descanse, señorita». No hay nada como irse marchitando, quien lo haya probado sabrá que se pierde el poco sentido existencial que uno hubiera o hubiese logrado encontrar y la ca(l)ma llama a gritos. No obstante, mi colita revivió y volvieron de nuevo los viejos hábitos. José surtió el efecto contrario. Apostaté y dejé de creer. Uno no aprende ni a tiros y acepté mi calidad de mala calidad. De normal anormal a normal sin (m)as.
Me suelo despertar a las 4.44, una menos en Canarias, independientemente de la hora a la que haya cerrado las persianas. A partir de entonces, no hay manera humana de humillarse en un sueño profundo y reparador. Las noches de verano gusto de atiborrarme de helado, mi preferido es sin lugar a dudas el de vainilla cuando la infusión se ha realizado como Dios manda. Los demás sabores son para débiles de paladar.
Cuando uno duerme poco, le sobra tiempo para otros menesteres, todos aquellos a los que sus semejantes no llegan. A mí me seguían faltando horas a pesar de dormir entre 5 y 6 diarias (siendo generosa). Y con la mayoría de edad me llegó el inesperado regalo que reavivó la vela de mis noches, como si me hiciera falta.
Un rompe pelotas, que más que un puzzle era un rompeneuronas, de 48150 y una piezas. ¿Que no existe? ¡Vaya que sí! Ya digo yo que sí existe, yo lo tengo en formato vintage porque cuando lo fabricaron no exitían las prensas ni las imprentas. Los acabados son trabajo de orfebre, de los de antaño, «hecho a mano». Las piezas se remontan al menos al 1888 que sepamos y están talladas en madera de cerdo.. o era ¿de cedro? Cada generación les ha dado su buena mano de aceite, para preservarlas de la degeneración aunque nadie logró descifrar jamás la imagen. Maravilloso regalo el mío, una herencia en vida que me fue entregada en una preciosa cajita de madera, mi ataud.
Junto con el puzzle, un manojo de cartas de amor cuyo contenido había expirado al menos un siglo atrás y sus letras apenas legibles, dejaban entrever mucho rastrojo afectivo falsamente afectado. Aquel fue el obsequio de mi décimo octavo aniversario. ¡Ah, sí! Y una sortija, como si hiciera la solemne promesa de comprometerme con el linaje que me precedía. Aquello sería, aunque no lo supiera todavía, el desafío y la razón de ser de mi existencia.
Continuará…