Dejar ir: Aprendiendo a soltar. El proceso de duelo interno horriblemente difícil y doloroso.

EL PROCESO DE DUELO

Suele hablarse de «soltar» como si se tratara de tomar una sola decisión y «a correr» y, en realidad, la liberación, el dejar ir, son un sinfín de decisiones, de rendiciones que como consecuencia tienen la aceptación de que no siempre se puede ganar, no siempre es cuestión de voluntad, no por mucho querer se consigue aquello que se quiere.

No es fácil, pues el proceso de duelo opera a la contra de la educación. Se nos ha programado para luchar contra la adversidad. Le llaman capacidad de sacrificio y se tergiversó el concepto para aguantar en condiciones infrahumanas la voluntad de Dios que, naturalmente no era voluntad ni era de Dios. Abnegación, una cualidad muy cristiana que conduce al buenismo que no a la bondad.

El proceso no se puede acelerar, tiene sus ritmos, sus putas y sus pautas, sus idas y venidas, sus recaídas, las veces que sea necesario a fin de digerir, aceptar e integrar el nuevo orden universal. Lo más complicado es el duelo interno, la contienda que se tiene contra una idea, especialmente cuando se tiene poca tolerancia a la frustración o la rendición es la última de las opciones.

Soltar y dejar morir lo que ya no va a ser y aceptar que quizás nunca fue. Los nuncas, jamases, para siempres, son demasiado largos como para querer imaginarlos tan de repente.

Soltar muchas veces es tomar la dirección que se sabe buena en el largo plazo, pero horriblemente difícil en el corto. Es un ejercicio de disciplina porque no es evitación, no es decir «de aquí me voy» y desaparecer.

Soltar, olvidarse, dejar ir es un tránsito, una transformación propia, un renacimiento: algo se muere dentro dando lugar a un nuevo «yo».

El que dice que suelta fácil en realidad nunca estuvo comprometido con nada. El nivel de cabezonería es variable, no obstante.

La parte más difícil es la aceptación y no importa cuán fuerte se trabaje. La parte consciente del cerebro, la racional, comprende y acepta. La parte más importante de él, la irracional, el inconsciente, no acepta. No es forzando ni apresurando que se logra moldear el inconsciente. Existen una multiplicidad de métodos para abrirse paso hacia él. Uno tiene que tener la voluntad de cambio porque sin ella, no es posible, nadie nos puede dar el trabajo hecho porque «caminante no hay camino, se hace camino al andar».

ETAPAS DEL PROCESO

Si has llegado hasta aquí, seguro que ya las conoces, ¿Quién no ha pasado nunca por un duelo?

Normalmente, se dan todas a la vez porque la psique humana no tiene una agenda estructurada. La mente es puro caos y hace lo que le da la santísima gana. En un mismo día, en una misma hora, puede hacer desfilar todas las etapas. Vivimos todos en nuestro manicomio personal, cada uno en el suyo.

En la digestión e integración de la información no existen los «debería» o «no debería». Esto es así y así es. Está todo bien, cada cual tiene su propio ritmo, pero lo que está claro es que la aceptación y el dejar ir son la única salida al «conflicto» inexistente. La lucha interna es la que nos causa sufrimiento, aquello que tratamos de combatir, aquello que provoca que nos peguemos cabezazos contra la pared. Las cosas son como son y cuando tratamos de apresarlas y categorizarlas en nuestro sistema de valores, la cagamos creando ese «problema» que no existe como tal.

  1. NEGACIÓN

    «Esto no está pasando, es imposible». Poner los pies en la tierra es un proceso necesario. Como los aviones cuando van a aterrizar que van rebotando en la pista hasta que, al final, quedan en el suelo.
    La negación de la pérdida es, en realidad, la lícita negación del dolor. ¿Quién quiere sufrir? ¿Quién quiere salirse de la comodidad que tenía alrededor? ¿Quién desea sentirse desprotegido, desamparado, inseguro, desarraigado…? Quizás los «locos» en busca de sí mismos, de la verdadera esencia, de la verdad por dolorosa que sea.

  2. RABIA Y ENFADO

    Emociones básicas que se mezclan con el sentimiento de injusticia por lo ocurrido. Todos actuamos de acuerdo a un juicio moral propio. Hacemos aquello que pensamos que es «correcto» y, al actuar de esta manera, pensamos que recuperaremos la inversión en un mayor bienestar. A menos que haya una agenda encubierta y manipulemos desde la conciencia, la ruptura o la pérdida se vive desde la injusticia. ¿Por qué ha pasado esto?

    La rabia y el enfado son necesarios para accionar el movimiento. Son lícitos. Sin ellos, la energía quedaría presa y estancada en nosotros. Terminaríamos muriendo. El estallido es imprescindible y dejarse sentir es fundamental. Está todo bien. Ser observadores, cuanto más conscientes mejor, del proceso nos ayudará a reconocerlo para sacar el aprendizaje que tengamos que sacar y revertirlo hacia nosotros. Para la aceptación y la curación, este paso es inevitable.
  3. NEGOCIACIÓN

    Seguir anclados en la idea de revertir la situación buscando la forma de evitar lo que ya está hecho. Es una etapa que va y viene porque perseguir la solución de lo insolucionable es agotador y una guerra perdida de antemano. Tirar la toalla, dar el brazo a torcer o sacar la bandera blanca permite ir al siguiente nivel, el más aterrador de todos.
  4. MIEDO Y TRISTEZA

    Después de la tormenta siempre llega la calma y tras bajar la guardia de la negociación llega un aparente océano de dolor infinito. No hay mal que cien años dure.

    Gestionar la incertidumbre causa parálisis por miedo. En unos más que en otros. Empezar a dibujar un nuevo horizonte, reconstruir un mapa vital, con nuevas perspectivas se vuelve una tarea complicada por el apego que sentíamos hacia nuestra vida anterior.

    El vacío se impone, el eco del silencio retumba y se llena de nuestras creencias limitantes que rescatamos porque son lo más cercano a nosotros mismos que tenemos. Siendo conscientes de que la cháchara con la que intentamos rellenar el hueco es una falacia cultivada para asirnos a algo que nos es familiar porque nos sentimos suspendidos de un hilo, esta etapa se vuelve un poco menos agresiva.

    ¿Y ahora qué hago? Me siento solo y solo no puedo sobrevivir. Primero, solos siempre estamos o bien nunca lo estamos, depende de la vertiente desde la cual se mire. Segundo, es necesario sentir esa oquedad para empezar a reinventarnos. Tercero, las cosas son así que ¿Qué tengo que aprender de todo esto? ¿Cómo aprovecho las circunstancias a mi favor?
  5. ACEPTACIÓN:

    Último nivel del duelo: darse por vencido y asumir que la vida es así, que no disponemos de la capacidad para doblegar la voluntad ajena, que cada cual es esclavo de sus ideas, que la vida impone sus condiciones y que nuestro aprendizaje es aceptar.
    Reconocer que la pérdida forma parte de la vida para que pueda nacer algo diferente en nosotros y para nosotros.

    Paso a paso, va doliendo menos y ese sufrimiento se transforma en bienestar y paz. Los recuerdos se calman, el olvido se impone y el amor fluye.

    Colorín colorado, este cuento se ha acabado.
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