«El hombre ocupado de nada se ocupa menos que de vivir, ninguna ciencia es tan difícil como la de la vida. De las otras artes por todas partes se encuentran muchos profesores y en algunas de ellas se han visto niños que también las han aprendido que hasta puedieran enseñarlas. En cambio, se ha de aprender a vivir durante toda la vida, y lo que aún es quizá más de admirar, toda la vida se ha de aprender a morir.»
– Seneca –

La compra se hace los viernes, mi nevera lo sabe y aprende a morir cada día, los pingüinos se estrellan y ni las ratas quieren entrar. Las cucarachas no me dirigen los buenos días y soy la comidilla del barrio aunque suene a chiste malo.

Mi hambre bien conoce la rigidez del patrón de compra y aprendió a no asomar la cabeza antes del viernes. Ayuda, Ayuno y Amén. La vida no nos puede ir mal porque nada hay en ella que se tuerza.

Lo que se expone en mi nevera es inversamente proporcional a lo que se encierra en el terreno emocional. ¡Terremoto! Allí hay que hacer una profunda limpieza y dejarlo tan vacío u ordenado como muestra la fotografía tomada en el día de hoy a las 9h 09 mientras la cafetera borboteaba. Muy austera pero el café calentito.

Me gusta maltratarme de esta manera, así puedo lucir con cierto orgullo el apelativo de asceta. Igual le ocurre a mi apartamento. El eco de mi voz se pierde por la ventana, pues las cuatro paredes del comedor no tienen mueble, cuadro o decoración superflua que la atrape.

Mi habitación es lo más parecido a una celda de claustro, sin siquiera un crucifijo que acompañe la blancura impoluta y ante el cual hincar rodilla.

En el baño hay lo justo y necesario: un jabón y un champú.

Entre los productos de limpieza se cuentan la lejía, el detergente para los platos y el vinagre.

Nada más y para el viernes, ya queda menos… Y ahora que ya sé morir, a ver si aprendo a vivir.