El bueno de Sam: Una historia sin ganas de escribirse. El síndrome de Peter Pan, la irresponsabilidad encubierta de Sam. La penitencia se lleva por dentro. Dan Kiley.

«La importancia de curar las heridas de infancia para ser adultos sanos. Al trabajar en uno y tomar conciencia, hace uno un gran favor a la humanidad y a nuestros hijos. Si mejoramos primero como persona, se produce una gran transformación.«
– Claudio Naranjo-

Ahí va una pequeña historia basada en hechos reales y sacada del libro de Dan Kiley, «El síndrome de Peter Pan». Adulterada para adecuarla a nuestro tiempo y entorno porque «Spain is different»

«El bueno de Sam» era un niño que debía rondar los 12 años, no era pelirrojo pero sí podía convertirse en peligroso debido a un rasgo de carácter que pulsaba desde muy adentro y del que nadie era consciente.

Todos querían a Sam porque era bondadoso, se podía contar con él para cualquier cosa. Era el chico más educado y tímido de toda la Iglesia a la que acudía cada domingo con sus padres. Era piadoso y trataba de satisfacer a todo su entorno con su ayuda desinteresada. Atendía a la escuela primaria pública del barrio y, sin demasiado esfuerzo, mantuvo un buen promedio de notas. De los maestros, Sam solo recibía alabanzas a pesar de que, en situaciones puntuales, el niño había llegado a comportarse como el payaso de la clase. Cosas de críos.

El director del centro educativo, el párroco, los vecinos, especialmente la Puri a la cual Sam ayudaba porque era mayor y viuda, no cesaban de felicitar a los padres del zagal por el buen trabajo que habían logrado en la crianza del retoño. Sam parecía ser el ideal de niño que todos querían para sí mismos.

-¡Ay! Si mi Juli hubiera nacido como tu Sam, igual nos hubiéramos animado a tener un segundo- solía suspirar Margarita, la del segundo.

-¡Qué ricura de chaval tienes! El muchacho me trajo el pan el otro día, oye, y sin yo pedírselo, no como mi Jose- le comentó la Pepi, madre de Jose alias «el niño de las gafas», a la madre de Sam.

Sin embargo, por cada halago recibido, la madre de Sam emitía una reflexión en privado, pues no lograba dilucidar de quién hablaba toda esta gente. Ella sonreía, pero por dentro la incertidumbre apresaba su espíritu:

– No puede tratarse de mi Sam. Claro que es dulce y bondadoso, pero ni siquiera logro que recoja su habitación o contribuya un mínimo en casa a menos que se lo suplique de rodillas ¿Cómo es posible que se deshaga por ayudar al prójimo y no a los próximos?

Llegó el día en el que Sam fue expulsado de la escuela por llamar «perra» a su profesora. Lo hizo entredientes, muy bajito y mientras salía por la puerta del aula con la mala suerte de que la señorita Blanca se encontraba justo al lado de Sam cuando profirió los insultos. Sorprendida de oír ese lenguaje en boca de Sam, lo interpeló.

-¿Qué acabas de decir, Sam?

Sam parecía agitado:

-¡Nada profe, no he dicho nada!

Por desgracia, la palabra rota cortó el aire y escindió a la señorita Blanca que llevó el caso directamente al director del centro. Naturalmente, la expulsión de «el bueno de Sam» causó un revuelo sin par y fue la comidilla de turno. Nadie podía comprender cómo Sam había podido incurrir en esa falta de respeto ni había utilizado ese tipo de lenguaje mostrando tal desprecio por la adorable señorita Blanca, impoluta ella.

Estaba, sin lugar a dudas, fuera de toda comprensión y no casaba con el carácter bondadoso, apacible, agradable y divertido de Sam, que ofrecía ayuda cuando alguien lo necesitaba sin siquiera pedirlo siendo incluso capaz de arriesgar su propio bienestar para satisfacer a otros, por lo buen niño que era.

No obstante, el incidente en la escuela sumado a la falta de ayuda en casa dejaban escapar un tufillo poco agradable que desdoblaba la imagen que de Sam se tenía. ¿Cómo podía un niño tan dispuesto a ayudar a los demás, ser tan irresponsable en casa y con los suyos? ¿Cómo un niño tan agradable y compasivo había exclamado «perra» sin siquiera tener una razón para ello?

Como todo su anverso tiene su reverso, se puede decir que en realidad Sam era un joven enfurecido por dentro, una olla a presión inconsciente. Sam estaba aquejado de un estilo de irresponsabilidad muy extendido y de fácil cultivo. Una manera de expresar el síndrome de Peter Pan sin causar demasiado revuelo era el de la pasivo agresividad en el que uno no expresa lo que siente y cuando explota la olla, sin justificación alguna, desde el claustro de la emoción y la sensación de injusticia, Sam se enrocaba y «pasaba de todo» solamente en casa. ¿Y por qué no fuera de casa? Lo lógico habría sido mantener la compostura con lo propio y pasar de lo ajeno.

La ira de Sam fluía de muchas fuentes. Se encontraba justo en la adolescencia, momento crucial en el que el cuerpo cambia y empieza a manifestar rasgos viriles en contraposición a los infantiles. Sam estaba descubriendo la independencia, pero viviendo en una situación de dependencia. ¿Quién no lo ha sentido nunca? Quería alejarse de su madre sobreprotectora, que se empecinaba en tratarlo como a un niño ahogándolo en su propia necesidad de sentirse útil. Este hecho tan extendido, el de la madre mendiga de utilidad, estimuló el sentimiento de culpa de Sam que, con el tiempo, terminaría por diluirse (la culpa).

No obstante, existía una fuente de ira más dolorosa y profundamente arraigada de la que debía hacerse consciente porque esta no resultaría inocua y podía causarle problemas relacionales a largo plazo, especialmente en su adultez. Sam no se sentía amado por su padre. Era este, un adicto al trabajo. Disponía de poco tiempo para su esposa y de todavía menos tiempo para Sam. Seguramente el niño lo vivió como un rechazo. De ser niña lo hubiera vivido como un abandono. Dependiendo del sexo del crío, la falta de figura paterna se experimenta de diferente manera causando alteraciones comportamentales de diversa índole. En general las niñas desarrollan dependencia afectiva y se lanzan en la búsqueda de hombres evitativos que las abandonen y sigan perpetuando el modelo familiar asegurándose que no son merecedoras de amor. La niña crece con la ilusión inconsciente de que obteniendo ese amor del inalcanzable, logrará colmar el vacío que dejó la ausencia de padre. Así, las niñas se esfuerzan por ser más, por ser vistas como diamantes llegando a hacer y a aceptar lo intolerable.

El niño por su parte, debido a una madre sobreprotectora y un padre ausente, desarrolla un estilo de apego evitativo a la par que busca en sus parejas esa sobreprotección que le atrae por emulación de patrones y a la vez rechaza. La quiere y la rehuye a partes iguales y al mismo tiempo.

La estrategia egoica que Sam puso en juego en un desesperado intento por ganarse el amor de su padre, fue la de desempeñar un rol de adulto manteniéndose pequeño. Sam necesitaba angustiosamente el amor de su padre, pero nunca sintió conseguirlo. Esperaba que con sus acciones responsables la gente hablara con su progenitor y le dijera lo grande que era su hijo. La ilusión de Sam era que cuando la gente mayor le comunicara a su padre cómo de grande y bueno era Sam, finalmente él se acercaría y lo abrazaría, cosa que no ocurrió porque probablemente el padre de Sam estaba reaccionando a su propio drama particular que, por lógica, debía tener algo que ver con el propio rechazo de su padre mismo. Es la historia interminable que vamos transmitiendo de generación en generación si no ponemos el freno consciente. Para ello, altas dosis de sufrimiento son necesarias. Hasta que no hemos sufrido lo suficiente, no decidimos ponernos manos a la obra, sencillamente evitamos mirar de frente porque duele demasiado.

Ante el fracaso estratégico, Sam concluyó que tenía que redoblar los esfuerzos para ser visto por su progenitor sin entender que, por mucho que hiciera, jamás conseguiría la aceptación y amor de alguien que no se aceptaba ni sabía amar, sencillamente porque nadie le había enseñado ni había sido su preocupación principal. El refugio-huida del trabajo (o cualquier otro entretenimiento) era la excusa perfecta para esquivar la toma de contacto con uno mismo y por lo tanto del sufrimiento que ello conlleva. Así, sin entender nada de lo que en realidad ocurría en la profundidad, cuanto más lo ignoraba su padre, más intentaba Sam ganarse su amor complaciendo a terceras personas.

Sam se puso él mismo bajo una tremenda presión por actuar y se formó la creencia de que para ganarse el amor de su padre, tenía que hacer el bien a otros. Esto lo puso tenso. Constantemente se preocupaba por ser bien percibido agregando más leña al fuego y aumentando la presión interna. La culpa lo corroía si no hacía lo que se suponía que tenía que hacer. Se fue poniendo nervioso y temeroso, a medida que se consumía por «deberes», «deberías», «teneres que». Se enfadaba contra el que le pidiera algo porque sentía que le demandaban, pero en realidad la exigencia y el sentimiento de culpa provenían de su creencia limitante. Él mismo se había cavado su propio pozo.

El único alivio de Sam fue el de rebelarse en casa y ahí estaba el chivo expiatorio de su madre, cuyo amor incondicional no le sería retirado por muchas ofensas que profiriese contra ella. Podía tener la conducta más abyecta e inhumana contra ella que seguro lo iba a querer y por lo tanto ella se convirtió en el blanco lógico de su rebelión. Inconscientemente Sam pensaba: «Mamá me amará por muy mal que la trate», cosa que en el futuro haría con sus parejas si es que llegaba a tener alguna. «Copiar pegar», es lo que solemos hacer en nuestra vida adulta si no hemos solucionado estas heridas de infancia.

Otra justificación de su irresponsabilidad militante fue el pensamiento inconsciente siguiente: «Si me convierto en mi padre, él me querrá». Nada más lejos de la realidad, pues ya sabemos que ver los errores propios reflejados en el prójimo causa más rechazo del que ya existe.

Para más inri, no olvidemos, que Sam era irresponsable porque todavía era un niño y enfrentarse a la vida adulta, acojona. Como cualquier hijo de vecino, estaba haciendo lo imposible por asirse a la infancia. De adulto siguió mentalmente en esa época no logrando más que relaciones fallidas donde él trataba de seguir siendo el bueno de Sam, esperando que mamá le perdonara absolutamente todo, le permitiera seguir evitando involucrarse en las tareas familiares porque a cambio tenía asegurado su amor incondicional. La madre que amaba demasiado en realidad temía perder el amor de su hijo. Su hijo se dejaba amar demasiado a pesar de saber que aquello estaba desequilibrado porque el amor incondicional es puramente espiritual y el buen amor sabe poner límites a las faltas de respeto.

En el circo de la familia de Sam, cada uno iba por libre con su propia neurosis pero todo era aparentemente normal y nadie faltaba a nadie al respeto, siempre bajo el manto de la normalidad. El sentimiento de angustia estaba debidamente ahogado con entretenimientos más o menos lúdicos e inspiradores. La vida se mantenía discreta, sumergida en el mar de llanto que anegaba a cada uno de sus habitantes pero que se había terminado por aceptar como lo que tiene que ser.

Nada cambió, todo pasó, transcurrieron los años indolentes. No fueron tan malos, sencillamente fueron y todos se contentaron de vivirlos. Sam no tuvo hijos, sus padres murieron, heredó el piso y siguió con sus entretenimientos. Dejó de buscar mujer porque ninguna sería como su madre y él se iba haciendo mayor e iba marchitándose una belleza autopercibida como fealdad. Una historia triste, sí, pero Sam tuvo la oportunidad de crecer solo que no la quiso.

Descubrí con los años que el comportamiento de Sam era engañoso. A pesar de las apariencias, Sam no estaba aprendiendo a responsabilizarse. Grandes sentimientos de inseguridad motivaron a su «responsable» y «recta» conducta. Obtuvo un alivio temporal de estos sentimientos a través de su glorificación a los ojos de los demás. Terminó adquiriendo una desagradable aversión a la responsabilidad y desarrolló la idea de que la responsabilidad era una farsa, algo hecho solo por personas para obtener la aprobación (obviamente estaba proyectando su propia frustración). En consecuencia, nunca interiorizó una sentido real de responsabilidad.

7 comentarios en “El bueno de Sam: Una historia sin ganas de escribirse. El síndrome de Peter Pan, la irresponsabilidad encubierta de Sam. La penitencia se lleva por dentro. Dan Kiley.

    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Hola! Gracias por tu comentario. Qué feliz saber que gracias al escrito hayas podido empatizar. Hay más historias, más casos. Cada uno de nosotros es un caso diferente. Poco a poco se irá escribiendo la triste historia pero llena de alegría de por fin poder liberarse. Un abrazo y gracias a ti por compartir!

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  1. Avatar de अनत्ता 光 心
    अनत्ता 光 心 dice:

    Està molt ben explicat. Déu n’hi do quin panorama i quantes coses «invisibles» o que no semblen poder detectar-se i que en canvi són fonamentals per a explicar els comportaments i les relacions.
    Conforme anava llegint he pensat «Sam és una autèntica olla a pressió, una bomba de rellotgeria que pot petar en qualsevol moment». I ho dius més endavant. Massa pressió, i és lògic que hagi d’alliberar-se per alguna via d’escape. Tota la frustració per no poder veure assolit l’objectiu de fons: aconseguir el reconeixement i l’amor del pare. Pobre nen… i pobre nena, veritat? Queda absolutament retratada també. «La niña abandonada con un oso de peluche en mitad del centro comercial».
    Com bé dius és un autèntic circ. Cadascun dels implicats amb el seu drama, el seu trauma, la seva història mental, emocional, conductual i relacional. No es salva ningú. Em sembla molt clar que és un perfecte exemple de l’estreta interrelació entre totes les coses, com les emociones d’una persona acaben afectant a les altres i com tot es converteix en una partida de dòmino on van caient unes fitxes per efecte de les altres.
    Em sembla fonamental intentar portar llum sobre tot això, portar-ho fins a la superfície (treure-ho del inconscient), ser-ne conscient per almenys si ho veus intentar tancar les ferides. Perquè els éssers humans som essencialment intel·ligència no manifesta, llum, atenció, energia, i per tant vivim totalment en el present, en el aquí i ara (som consciència del moment present). Dic això perquè si no superes tots aquests problemes i traumes estàs fotut o fotuda, estàs vivint amb un bloqueig, amb patiment, amb una càrrega del passat que pesa moltíssim, i així no hauria de viure ningú. Hauríem de saber superar aquestes coses, i si no buscar ajuda per a fer-ho.
    És molt difícil trobar relacions de pares i mares amb els seus fills on no hi hagi parts fosques o que fan mal, carències i frustracions i un llarg etcètera, on tot hagi estat amor, llum i plenitud. Ja et vaig comentar una mica sobre el meu cas personal. Tampoc ha de ser gens fàcil ser pare o mare, ningú acostuma a ensenyar-te. Així que com dius es converteix en un «copiar pegar» on es perpetuen els patrons de comportament i emocionals en bona mesura.
    Perdonar, aceptar… perdonar als teus pares, perdonar-te a tu mateix, perdonar l’univers i tots els esdevemiments passats, la qual cosa vol dir desempallegar-te del rol perpetu de víctima maltractada. La vida segueix endavant… una obvietat tan dita és una gran veritat al mateix temps.
    Abraçada… my friend. 😀😀

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Doncs sí, pobres tots nosalteres. Ningú es salva dels traumes d’infancia i cuanto antes los descubras, mejor. Per això sempre recomano fer terapia, l’ego troba la manera de camuflar-se, és una bitch!

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