El pity play del narcisista: Jugar a ser la víctima y llamar a tu pena. Una historia de terror con un final feliz. Que no os den pena, todo es mentira.

«No quiero para mí tantas desgracias.
No quiero continuar de raíz y de tumba,
de subterráneo solo, de bodega con muertos
ateridos, muriéndome de pena.»
– Pablo Neruda –

Lo conocí el día en que el cielo cayó sobre nuestras cabezas. Llovía con frenesí, con ganas, hasta pudiera decirse que con odio. Llovía por comparación, por compasión y con pena. Diluviaba como se come o se bebe cuando se lleva tiempo sin hacerlo: con avidez, desesperación y hartazgo. Las alcantarillas, atragantadas, regurgitaban barro bajo el incesante castigo divino. No había piedad, ni tregua, ni perdón. Cada gota parecía que quisiera perforar el suelo. Sólo se respiraba furia y destrucción porque llovía como llueve en el alma del que ha sido traicionado, con rencor, alevosía y sin miedo. Se emborronaba el cuadro quedando al descubierto la pintura primigenia, esto es el lienzo en blanco. Las hadas se acostaron con enanos en una orgiástica burbuja a la horas de las brujas. La musa hizo las maletas y se esfumó como el humo de aquel vendedor dejando una oquedad en medio de la plenitud. Los mares se poblaron de tiburones que, junto a los cocodrilos, patos que comían pan duro alimentados por viejos verdes que se frotaban frenéticamente la entrepierna a la vista de las zagalas en bañador, habían erigido el consejo de sabios del sinsentido y la locura.

Málaga era hermosa. Me conmovió profundamente, no sé si porque, tras tantos meses de ensoñación, esta llevaba su nombre inscrito dentro y significaba mucho más que una simple ciudad. Pasé por el famoso vertedero en el que un día, tiró un dragón que encontró bajo la cama. Vi a lo lejos la Torre Mónica, una chimenea con una bonita historia de amor que no se sabe si fue verdad o mentira. Paseé por la misma orilla que él, viendo en vivo todo cuanto había visto en fotos entre un «te quiero» y un «me encantas».

Nos encontramos en el centro de su ciudad natal, al inicio de la calle Larios, un siete de junio a las diez de la mañana. Tras seis meses de «correos» imperativos e intercambios epistolares imposibles de asumir por ningún ser humano, mi mente había recreado aquel momento en infinidad de ocasiones y era consciente de que vivía del cuento.

Había pasado un mes y medio desde el momento en que nuestra comunicación quedó interrumpida por el descarte. Sin comprender el porqué, de un día a otro, me bloqueó. Pasé del todo a la nada, me quedé sola, me sentí perdida, abandonada, sin recursos para vivir por mí misma pues él había sido mi realidad desde… que me hube mentalizado que por un año no tendría relaciones con ningún hombre, pues no sabía elegir y, demandante de afecto, solía arrastrarme por el suelo y terminar en relaciones lamentablemente pobres y, sobre todo, terriblemente tóxicas. Mi predilección eran los tipos evitativos, como mi padre y mi hermano. Hombres que no sabían, no querían o no podían mostrar sus sentimientos porque no aprendieron nunca o sencillamente porque no estaban en disposición de mantener relación alguna con nadie. Es lo que se llama la indisposición emocional. Buscaba a papá porque inconscientemente pensaba que arreglaría la relación con mi padre cambiando a alguno de aquellos…¿Cómo llamarlos?… personajes.

Aún sin querer relación, todos ellos se quedaban por un tiempo devastándome. Me vaciaba en una lucha que estaba perdida incluso antes de empezar. Yo lo permitía, en mi propio interés egoico/egoísta, porque me daba miedo quedarme sola. En el mismo momento de conocerles mi cuerpo reaccionaba: «¡No, este no!». El instinto era sabio, sin embargo, la mente se ponía a trabajar en favor del ego necesitado de afecto desacreditando la llamarada interna de peligro. La mente razonaba: «Lo que sientes no es real porque ¿Qué sabes tú de esa persona?»

Yo no sabía poner límites porque nunca me enseñaron. Papá trabajaba demasiado y ni él mismo tenía delimitado lo aceptable y lo vejatorio. A él tampoco le enseñaron, solo sabía refugiarse en su trabajo. Decía que era por nosotros, para que pudiéramos tener todo lo que a él le faltó. No dudo que así fuera, en parte. Era más fácil salir por la puerta a las siete de la mañana y volver dos días más tarde alegando guardias y demás. Tus hijos te obligan a confrontar aquello que no encaraste en su día. Los hijos te obligan a revivir tu mierda, tu infancia, tus heridas. Los hijos son una de las mejores escuelas de vida.

Los mensajes que recibí de su parte fueron confusos. Un «te quiero», pero desaparezco. Un «te quiero» seguido de una burla y humillación pública utilizando mi persona para hacerse el gracioso. Un «te quiero», pero te considero inferior una niña a la que hay que tutelar. Un «te quiero», pero tienes que adivinarlo e interpretar que cuando poso el vaso en la punta de la mesa significa una cosa y cuando callo significa que te has portado mal (de ahí mi gusto enfermizo por la interpretación). Un «te quiero», pero no sé decírtelo, abrazarte o hablar desde el fondo de mi dolor. Un «te quiero» transido por la culpa, el rechazo y ebrio de sufrimiento.

Aquellos mensajes fueron normalizados, si papá lo hacía sería que aquello era el amor. Mamá también lo permitía, permitía las bromas que, ahora veo, eran vejatorias. Mamá tampoco era perfecta, era incluso agresiva porque a ella tampoco le enseñaron a poner límites. Para defenderse aprendió a atacar. Era agresiva, mucho, daba miedo. A mí me daba miedo y la tensión que se vivía cuando se enfadaba era insoportable, pero permitía muchas cosas que no tenían sentido. Cuando se encabronaba, salía cortando para mostrar su descontento. Todos salíamos pitando para no confrontar al otro. Cuando yo hablaba desde la sinceridad (aquella que me permitía mi falta de coraje), al tener miedo de las palabras, encendían el televisor dejándome con la palabra en la boca. Eso o cualquier otra cosa que tuviera más importancia como, por ejemplo, arreglar una mosquitera, matar hormigas o remover la olla. Integré que mi presona no tenía validez, que mis palabras eran estúpidas pues otros menesteres eran mucho más susceptibles de captar la atención que mis reclamos. Aprendí a no reclamar y a espabilarme sola. Aprendí a mendigar afecto sin realmente pedirlo.

Volviendo a mi historia, él llevaba tatuado en el antebrazo el Ankh, irónicamente el símbolo de la vida y sobre él una diéresis. Dos puntos sobre la cruz. Dijo que eran las almitas de sus queridos perros a los que había amado con devoción. No dudo de que lo dijera en serio, pero una persona que no sabe lo que es amar, no puede haber amado. Un día hizo una magnífica representación al hablarme de ellos. Tuvo que tomarse un respiro y dejó de hablarme por un buen rato para que yo sintiera su compunción. No sentí nada, lo dejé en su momento dramático y esperé a que terminara el espectáculo.

Su amor es cosificación, es proyección, es infierno de ira y odio. Nunca amó a esos perros, sino que estos le sirvieron desinteresadamente. Es extraño, pero me hizo pensar que a todos los narcisistas que pasaron por mi vida les gustaron los perros. ¿Coincidencia? En absoluto, estoy convencida de que los animales, puesto que no tienen conciencia, rinden pleitesía fielmente a aquel que los alimenta y ese dominio y control sobre los animales debe de hacerles sentir que tienen el control. Los narcisistas, al no poder proyectar su odio en un animal sin conciencia, sienten la pureza y el desinterés de los perros, gatos, etc.

Nunca fue un problema de conocer o no conocer, sino de vibración y de energía. Nuestro sistema nervioso central ha sido entrenado por milenios para asegurar la supervivencia de la especie. Si el cuerpo grita NO, entonces tiene que ser que no y no importa el porqué. Naturalmente, eso se comprende tras años de prueba y error. La mente opaca y empequeñece a la intuición. La mente trata de explicar lógicamente la llamada interna del cuerpo. La mente bloquea el latido de alarma, lo contrasta y quiere bajo todo concepto racionalizarlo para ganar en credibilidad. El cuerpo sabe mientras la mente conjetura.

Haciendo gala de mi estúpida contumacia y de la persecución de la razón por encima de todo, necesité verlo y explicarme por qué, de un día a otro todo aquello se había esfumado como si jamás hubiera existido. Retrospectivamente, ahora lo comprendo y habiendo visto, oído y casi vivido las historias ajenas de todas las chicas que me contactan, puedo comprender que la mía es tan solo la misma historia perpetrada por diferentes escualos. Curiosamente, son tan parecidas que bien pudieran provenir de la misma persona. Es terrible ver cómo la estructura de las desventuras ajenas se parece a la mía, incluso los escritos huelen a lo mismo, con mayor o menor dominio del idioma, tienen ese velo de confusión que esconde ese «algo» que NO EXISTE en absoluto. Palabras lanzadas al viento que se encadenan conformando una hermosa imagen completamente desprovista de emoción. La emoción la puse yo, la pusieron ellas, la pusimos nosotras que sí sabemos sentir.

Solía decir, suele decir, pues todavía existe en su no existencia: «Los hombres son malos», es fruto de la proyección narcisista, psicópata o lo que mierdas sean estos engendros. La famosa frase de: «No vemos el mundo como es, sino como somos nosotros» o «Cree el ladrón que todos son de su condición» son terriblemente certeras.

El caso es que ese siete de junio a las diez de la mañana lo vi delante mío y… no sentí nada. Normalmente, el cuerpo reacciona a señales inconscientes. Allí no pasó nada, así que, al no sentir peligro, lo abracé y le cubrí la cara de besos, tantos como me fue posible. No lo sentí extraño, sí era un nuevo cuerpo en contacto con el mío, pero había como una familiaridad que no pude explicarme.

Empezó a contarme cosas que no recuerdo, historias que buscaban rellenar el vacío, romper el hielo, hacer sentir una presencia, quizás desviar la atención. Son maestros en desviar la atención. Yo estaba determinada a quererle. Parecía medir menos de lo que había dicho, pesar más de lo confesado y no tomar tantas duchas como me hubo jurado. Ahora sé que todo él era, es, una mentira. Nada de lo que dijo fue real. Nada, ni siquiera fue real la historia de su historia.

Era un bulo que deambulaba por la red engordando su ego por la inexistencia de su esencia. Me da una pena infinita anclada en las tripas porque, con cierta retrospectiva, desarrollé un cariño por la imagen del personaje que se inventó. Un contador de cuentos que no vivirá más que a través de todas nosotras.

Fuimos, somos, seremos muchas las que poblarán sus descabelladas historias sin sentido. Utilizará nuestros nombres renombrándolos. Seguiremos buscando entre sus líneas la efigie de nuestra persona, esperando recibir esas migajas de atención basadas en la pobreza del amor que nunca tuvimos. Seremos heroínas, hadas, putas o niñas en sus cuentos. Nos llamaremos con nombres diferentes, nos los cambiará a placer porque somos sus muñequitas. Le gusta fantasear con varias a la vez y al mismo tiempo. Disfruta de su onanismo y es incapaz de performar en directo porque, una vagina nunca hará lo que una mano. Al no tener emociones necesitan mucha intensidad y eso solo lo puede proveer la pornografía más los inputs que tenga en el momento. Todo junto como una bomba de dopamina.

En nuestro encuentro hubo sexo. Casi tuve que rogarle, en serio. Naturalmente, lo que encontré bajo el personaje fue un ego grandioso para tan pequeña esencia. Me sigue dando mucha pena. A pesar de las perradas, ¿Qué tiene que ser pasar por la vida sin realmente vivirla? ¿Qué tiene que ser…?

Mejor dejo de empatizar con alguien que no tiene empatía, estoy alimentándome de mí, como he hecho a lo largo de esta historia en la que yo he sido el único personaje real que se enamoró de aquello que vio en aquel espejo. La mentira me devolvió una gran verdad.

5 comentarios en “El pity play del narcisista: Jugar a ser la víctima y llamar a tu pena. Una historia de terror con un final feliz. Que no os den pena, todo es mentira.

  1. Avatar de Tania Suárez Rodríguez
    Tania Suárez Rodríguez dice:

    Lo que da de sí una lluvia desenfrenada, agresiva y llena de odio. Qué maravilla lo que tienes en tu cabeza y en tu corazón (por más que te empeñes en decir que no sientes: los que te queremos de verdad sabemos que sientes mucho más de lo que crees y somos testigos de ello).

    Qué triste historia y qué duro saber la verdad que se anida entre líneas, que se aferra a las letras y que se diluye sobre ellas. Qué duro verse retratada en(tre) tus palabras; yo misma y otras muchas, reducidas a muñecas coleccionadas por la mente enferma de una persona incapaz de sentir, mucho menos de amar, cuando toda esa colección de muñecas habrían aceptado de buen grado regalarles parte de su luz y devolverle el color a su vida.

    También es triste que nos empeñemos en regalar nuestro cariño a los demás y olvidarnos de dejar una gran parte (o toda) para nosotras mismas. Solo desde el respeto a uno mismo se puede amar de verdad y tengo que recordármelo cada día (o dejar que me lo recuerden mis dos luciérnagas favoritas) porque en esta sociedad se considera egoísmo no dedicar la vida a entregarte/regalarte a los demás.

    Me enrollo, disculpa, pero tienes el precioso poder de desatar mi mente, mi lengua y mi imaginación, que se deja llevar por la tuya. Gracias, guerrera, amiga, llama gemela, por todo, por tanto.

    Con tu permiso, te tomo prestada la magnífica frase: «El cuerpo sabe mientras la mente conjetura». Un abrazo enorme que funda nuestras llamas en una sola.

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Te/os/nos adoro Tania, bonita! Gracias por tus comentarios siempre aportando valor y valor. Es triste, en efecto, que regalemos nuestros sentires a bichejos. Supongo que si pasa, y no poco, es porque hay un mal endémico en esta sociedad, digo suciedad. Esperemos que en un futuro, las nuevas generaciones crezcan sabiendo que hay muchas sombras por doquier y, por lo que parecer, estas van a seguir aumentando en número. Es tan fácil esconderse tras uno, dos, tres… alter egos sin jamás llegar a nada. El porqué… ni pajolera idea, creo que no estamos capacitadas para comprender lo incomprensible ni la absurdidad, así que solo vamos a aceptar que hay cosas que no llegraríamos a comprender ni en un millón de vidas porque no somos de esa pasta.

      No hace falta que pidas permiso para nada, mis frases son tuyas… las que quieras. Un abrazo enorme pequeña luz silbante. JAJAJAJA!

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  2. Avatar de Moly
    Moly dice:

    Ayyy amiga, me estremeces…Y fíjate que mas o menos sabía todo esto, pero me estremeces en cada frase, en cada coma y en cada punto. No digo mas, porque todo lo dice Tania de una manera que no puedo decir de mejor manera. Grandísima: «La mentira me devolvió una gran verdad»

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