Hay personas que te tocan la piel y otras que, sin haberlas visto jamás, logran rozarte el alma. Vinieron para quedarse y formar parte de tu viaje.
Ella era, sin resquicio de duda, de las segundas y, por ello, cualquier otra explicación sobra. Sin embargo, quiero compartir una parte de nuestra historia porque esto es lo que hago con los cuadros que cuelgan en la pared de mi vida, les dedico un cuento de hadas o de terror y, deambulando por el pasillo hacia ninguna parte, hoy me he topado con un marco hermoso en el que quiero encuadrar a Estrella.
Estrella, pues tal era su nombre, se coló en mi casa como lo hace el viento, por las juntas mal acopladas. Con un susurro de timidez y distancia me acarició la nuca. La sentí, pero no me percaté de su presencia hasta al cabo del tiempo. Se presentó en mi vida como lo hacen los grandes acontecimientos que le imprimen dirección a la existencia, en un silencio que murmura y acompaña al vacío rellenándolo de presencia, con aplomo verdadero, pero sin lastre.
Estrella era la mística del firmamento. Una hechicera del nuevo siglo que leía el interlineado de las personas donde nada era lo que parecía y todo estaba del revés. Estrella también fue un salvoconducto hacia mí misma porque, a través de sus palabras, hallé el tiempo perdido y el momento en que me desvié en aquella encrucijada de locura y procacidad que marcó el camino equivocado y contrario a mi ser. Lo elegí por inercia y por embotamiento de los sentidos. Seguía sin escuchar la melodía de mi esencia y, patada hacia adelante, arremetí contra todo y contra todos derribando obstáculos hasta que los obstáculos me derribaron a mí.
El caprichoso destino quiso que nos encontráramos mientras yo andaba marcha atrás, recomponiendo los desaguisados de mi sin vivir existencial. La vi por el retrovisor del vehículo que, averiado, solo podía moverse de culo con todos los pilotos encendidos. Pasó la ITV, no obstante, y todavía me pregunto cómo. Me respondo que todo en él era funcional y que, a pesar de transitar con pena, se desplazaba con gloria llegando donde tenía que llegar, es decir, a ninguna parte. Iba tirando y por razones protocolarias el mecánico le dio la vuelta a la carrocería y nadie se percató de que, desde sus entrañas, iba en retroceso.
A punto estuve de atropellarla aunque, por aquellos entonces, ponía especial atención a mi otrora desenfrenada conducción.
Estrella, fugaz, cruzó el callejón sin salida del que yo trataba de salir. Apareció de la nada, así, como por arte de magia y cuando quise acordar la tenía a unos milímetros de… mí. Había tomado asiento y cómodamente repantingada me dijo:
-Voy a Heidelberg aunque me puedes dejar al lado de la estrella polar si te va mejor.
– Pero… ¡Si estamos en Granada y yo voy a Barcelona!
No cupe en mí de asombro y aún así le dije:
– El lucero del Alba me parece más acertado que la polar, si no te importa, otramente debería desviarme en demasía.
-¡Sea!
Enfilamos hacia el cielo azul y despejado que pronto se tornó en oscuridad centelleante. Estrella reparó en el libro que reposaba sobre el salpicadero.
-¿Y esto qué es Algodoncito?
Me apodó Algodoncito, sin apenas conocerme y aquello suscitó en mí una gran ternura para conmigo misma, una suerte de autocompasión olvidada y resucitada con aquel sobrenombre.
-¡Ah, esto! Esto es… es… digamos que es una parte de mí, un capítulo cerrado. Un lamento que se plañía y al que le di muerte por suerte y ahora toca remendar; recomponer en mayor o menor medida los fragmentos harapientos.
Mientras yo conducía hacia Venus, ella devoró mi libro. La vi sonreír, la oí comentar desde el fondo de su alma, como si aquella historia también fuera la suya propia y entonces, al verle la cara de júbilo rememorando sus vivencias, sintiendo el latido de cada una de mis palabras, me partió un rayo de certeza: supe por qué había escrito todo aquello. Es más grande lo que nos une que lo que nos separa, algo así como las lágrimas invisibles del mundo de Chéjov, título que también exprimí hasta el hastío.
Dejé a Estrella brillando en Venus, la foto se veló pero aquí la tengo, colgando de la pared del corredor hacia ninguna parte. Como una pluma, Estrella me sigue rozando en esencia.
Qué bonito…! 🤗👌
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Gracias Antonio!
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Qué preciosidad de historia, con ese punto cómico que te caracteriza y te hace tan maravillosamente especial, tierna y perfecta. Un besazo interestelar desde más allá de la Estrella de Orion.
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¿Cómico? ¿Qué punto cómico? JAJAJAJAJA! Te adoro!
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Se percibe entre líneas, escucho lo que escribes en mi mente con tu risa risueña y cantarina. Es ese tipo de humor adorable difícilmente definible. Del mejor, vaya. 🙂
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Genial 💓❤️💯
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Empecé a leerlo y esa misma noche me quedé hasta altas horas de la noche leyendo sin freno, hoy unas horas para terminar de leerlo, tu «Lamento» aunque sea de antaño me ha dejado desolada. Quizás sea una sentimental pero terminando de leer las últimas lineas no me he podido contener y me he puesto a llorar. Me he sentido tan triste que para comprender he tenido que volver al comienzo del libro y releer el prólogo. No me ha resultado nasa difícil leerlo, magnífica y brillante tu prosa, como te referí, al leer el primer capítulo, hermosas tus descripciones. Lo que resulta menos asimilable es la dureza, a veces, del contenido. Creo que voy a necesitar días para digerirlo. No sé quien dijo aquello de la vida es un baile de máscaras pero qué razón tiene. Soy de las que me gusta bailar, muchísimas gracias por tus palabras, hermoso lo que «nos» dices. Un abrazo grande Algodoncito.
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Esther, me sabe mal que llorases… supongo que la dureza de las líneas depende de la sensibilidad del lector y de cuanto empatice con la situación de la protagonista. No a todo el mundo le duele lo mismo, no todo el mundo siente con la misma intensidad. Tú eres de las nuestras en estructura.
Gracias por tus palabras, me acompañan en estos días. Aunque no pueda contestar a todo, las leo. Un abrazo, no dejes de llamarme algodoncito…
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Algodoncito, no te preocupes, llorar es mi manera de desahogarme. No te he llamado porque he parado poco en estos días y estaba además, sin palabras; soy de las que se las pasan rumiando pensamientos y emociones, y cuando estoy así, necesito tiempo hasta que me reconcilio conmigo misma y con el mundo y puedo entonces sentir y verbalizar. Que no te sepa mal de verdad, me has hecho pensar sobre muchas cosas, sobre el amor, el anhelo, las relaciones, amistad, familia, locura y otras pócimas, tu libro me ha confrontado conmigo misma, me ha generado, dudas, preguntas, paradojas ético-emocionales y eso, sin lugar a dudas, es motivo de alegría. Mil gracias a ti por tu entrega y tu talento. Un abrazo muy grande.
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Me parece bien si a ti te parece bien. Estoy aprendiendo que el llanto ayuda a reparar. Todo lo que no se llora, no acaba de aflorar y te aseguro que tenemos que llorar mucho todavía. Me alegra que te hayan aportado tanto, si es que así lo han hecho, mis desventuras… gracias a ti por leerlo con todo el cariño que me tienes. Un abrazo de los que ahorcan.
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