El traficante de corazones: El bucanero austral, me lo dijo con melodía de tango brasileño.

Últimamente me levanto sin nada que decir. Es en este impertérrito intervalo en el que las tragaderas se declaran en huelga de hambre que se instala una suerte de anorexia mental, una abulia trascendente que preludia el fulminante relámpago de la comprensión. Tras ellos viene la bulimia exacerbada que deglute sin masticar, engulle, consume frenéticamente hasta consumirse sin que se haya consumado nada. Así son los ciclos naturales de esta mente que no cesa de buscar respuestas y, no conforme con haberlas hallado, cambia de rumbo y de compás y se dirige hacia las preguntas. El caso es no callar y seguir su desenfreno hacia ninguna parte. Cuando el desfallecimiento roza los límites de lo humanamente sostenible, cuando ni las preguntas ni las respuestas ofrecen una tregua entre matronal y sindicatos, estalla la reivindicación del cuerpo en enfermedad.

Esta página, sin embargo, a pesar de la desgana necesita ser alimentada en la salud y en la enfermedad, quizás también desde ultratumba, por eso invento historias sobre los demás y también me parece una manera hermosa aunque humilde de regalar un momento a aquellos que me ofrecieron su tiempo, sus palabras o una sonrisa sin consecuencias visibles.

No recuerdo cómo conocí a Joao, el bucanero uruguayo, ni cómo, guitarra en mano, se alojó con descaro en mi morada sembrándome el imaginario de desvergonzantes saqueos sonsacándome los colores incluso en la intimidad. Si en él reparo es porque la palabra del día de la rae, rompecorazones, lo regurgita como la marea devuelve a la orilla todo aquello que se quiso desterrar. Los cadáveres reviven reavivando la hoguera en ascuas que, como las enaguas, se pretenden cubrir de un ceniciento harapo.

El pirata malo sin pata de palo surcaba las aguas de una paradisíaca isla brasileña en el invierno austral y volvía a su ciudad natal en verano. El nada bohemio aunque un rato truhan, habitaba en el interior de la selva y se instaló a través de su música en mis entrañas. Avisada del peligro estaba, pues los muros de contención que me separaban del mundo nunca contemplaron las fallas por las que seguían filtrándose las melodías de perversos traficantes de corazones y no lo digo por él, sino por una plomiza historia que me atañe. Lo (d)escribo con una sonrisa en los labios, pues recuerdo el momento en el que su áspera, brutal y desinhibida honestidad me desarmó. «¡Por fin alguien que va de frente aunque se sienta de culo!».

Quizás fuera una impostura, poco importa ya, no obstante, aquella bofetada de honradez me reafirmó sobre la mía propia. Donde otros leen espontaneidad y desparpajo, yo interpreto irreverencia y dignidad. «Soy un picaflor, me gustan todas y no quiero a ninguna, los hombres somos así aunque digamos lo contrario». Quien avisa no es traidor y en aquel despliegue de atenciones sin intención alguna, leí mi mismo proceder «voy a ser tan honesta como pueda, hasta donde llegue la conciencia de mí misma. Más allá no prometo nada porque ni yo misma soy consciente del ello».

Estallaba de risa, Joao era ocurrente y pícaro, más golfo que dicharachero, eso me dio a entender quizás por protección y a contrapelo, pero sus arremetidas con pretendida ligereza llegaban a lo profundo removiendo las arenas del mismo infierno. A pequeñas dosis era consumible, pues sus cuatro palabras le inoculaban a mi organismo la cantidad suficiente de dependencia para despertar al dragón de la necesidad. Seguía con la herida abierta y los como él eran malos para las como yo, más que malos, torrenciales, arrolladores, encantadores y apasionantes que me seguían atrayendo desde la enajenación y la pérdida de control.
Joao no hacía nada que no hiciera con otras, anunciado estaba. Yo también era «otras», pero compartía con él muchos rasgos de personalidad (agua agua, contrafobia, contra todos) y el corrosivo maremagnum de glotonería que él despertaba, no era más que producto del hambre que cargaba sobre mis hombros y que quería repartir entre los hombres.

Sin embargo, yo no soy de «muchos», yo soy de uno solo. No me gusta dividir mi pasión, sino concentrarla en alguien para que se sienta especial, así como me gustaría dejar de ser «otras» y pasar a ser «ella». Él y Ella sociedad anónima (S.A), lealtad, honestidad, fraternidad. Amistad, pacto de no agresión, abertura en canal, reconexión con la ternura, esa olvidada y tan necesaria sensación de seguridad y de confianza en el otro tan solo posible de forjar desde uno mismo. La vinculación necesaria, la comprensión absoluta que debe devolvernos a la forma de origen, a reconectar con el todo, con ese amor que somos. Sexualidad sin freno, con desenfrenada inmoderación, que nos haga perder ese control estructural, el miedo, el decoro y la contención, pero en la seguridad del vínculo aceptando la incertidumbre de la vida.

De vez en cuando, reaparece su efigie con esa resaca que marea y la marea lo devuelve a la orilla como todo aquello que se quiso desterrar.

6 comentarios en “El traficante de corazones: El bucanero austral, me lo dijo con melodía de tango brasileño.

    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      A mí encantarme no, lo que pasa es que por lo menos te dicen a la cara lo que quieren de ti y tú ya decides si sí o si no. La picardía es lo que me pierde, sin embargo. Este es jugetón y divertido y con eso basta. El enamoramiento es como la sangre, llega al río si la dejas brollar. En este caso ya he tenido bastante de gilipolleces por este año. De hecho creo que he cubierto el cupo de estupideces que se pueden cometer en una vida entera así que… que se quede en un suspiro desvergonzado. Un abrazo gigante!

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