Los orígenes de la lectora de auras: Rituales antediluvianos

El resultado de mi transformación, fue ineluctable. Llegué al momento clave, en el ecuador de la vida, en el que se suponía que tenía que disfrutar de todo cuanto hubiera sembrado: familia (hijos), casa (hipoteca), trabajo (esclavismo new age) y sonrisa (normalmente esculpida a base de ortodoncia). A todo mi entorno le salían embarazos como setas y a mí, el vientre se me estaba entrañando más que abultando.

A mi diálogo interno no le importaba, nunca estuvo en la mirilla la procreación aunque, inevitablemente, sentía cosas extrañas al saber de los bombos ajenos. Trataba de no pronunciarme al respecto de mis sensaciones de miedo a la soledad, que sé que esas cosas extrañas no eran más que eso. No quería que nadie me infundara falsas esperanzas creyendo hacerme el bien. «Vamos que no es tarde y nunca se sabe si encontrarás al hombre de tu vida en la cola del supermercado». Mi madre es una bendita, pero su aliento me provoca náuseas. «¿En la cola del super? Sí, sí estará esperándome a mí que voy cronometrada y con orejeras como los burros». Ese «nunca se sabe» lo sabía yo de antemano y por contumacia o más bien por terror a que nunca lo encontrara no daba mi brazo a torcer pero no, no, no, en la cola del súper ni en broma.

No habiendo sembrado nada fue lógico cosechar viento, mas mis congéneres, prójimos, allegados y alejados, aún habiendo comulgado con ruedas de molino, tampoco parecían encontrarse en mejor situación que yo. Que mi existencia estuviera descuadrada formaba parte de una elección personal pseudo inconsciente, que la de ellos lo estuviera no tenía sentido alguno. «Puta vida», escupió mi pensamiento y me dirigí a la cafetería con mi libro de eneagrama bajo el brazo. El número 6, pasivo agresiva, descarada, neuróticamente fiel, leal, justa, necesitada de seguridad. Como buena insegura había pasado por todos los perfiles menos el que molaba un cero patatero. Finalmente, a regañadientes no tuve otra elección que aceptar que mi malla estaba remendada por aguja e hilo del número seis. Gruesito.

Bajé la calle que conducía a la cafetería. Nunca acudía a sitios públicos porque me agobiaba la ebullición, el gentío, la algarabía de las gallinas cacareando al unísono y cada una con una nota diferente resultaba en cacofonía. Odiaba ver a las personas atropellarse verbalmente, me producía una llamarada de rabia que me encendía la sesera y, posteriormente, la lengua. Entonces a mi sinhueso le crecían dos filos y me la tenía que envainar hacia dentro lo cual siempre solía causarme heridas internas que tardaban horas en dejar de sangrar.

Me abrumaba el movimiento exacerbado de los transeúntes que, sin mirar por dónde pisaban, se metían en medio de mi camino y andaban como atolondrados perdidos en las pantallas de esos aparatos del demonio. A pesar de todo lo anterior, me esforcé por ir a tomar un capuccino a la cafetería más cercana y mezclarme con las personas. A esto le siguen tres emoticoños 1. manitas en forma de corazón, 2. corazón rojo, 3. sonrisa con corazones en los ojos.

Llegué a la puerta de la cafetería y sentí que quería volver a mi casa. Sin embargo, me quedé a contrafobia y, al tratar de abrir la puerta, la puerta se abrió sola. Un hombre salía así que aproveché su gesto para no tocar nada, un contacto menos era también millones de bacterias que no llegaban a mis territorios. Me paré en seco para darle las gracias por ahorrarme una posible muerte por ataque bacteriológico. Dibujé una sonrisa que quiso ser agradable y, al encontrarme con sus ojos, algo me golpeó la nuca y me sacudió un escalofrío que recorrío mi espina dorsal. Intenté leer en su mirada algo, pero no hallé nada a parte de lo que parecía una bondad infinita. Me dejó pasar antes de salir y me quedé atascada en aquellos ojos circundados por el indeleble paso del tiempo. Debía de bailar alrededor de los cincuenta.

Pedí un capuccino y me dirigí hacia la única mesa que parecía estar libre, pero al llegar un ordenador yacía sobre ella. ¿Quién deja sus posesiones así, sin más? ¿Estaría en el baño la persona? Bueno, total, solo iba a consumir el café y, de leer mi libro, ni hablar. Todo ocurriría en un fogonazo. Me senté en la silla enfrente de la del ocupante fantasma. Removía el humeante brebaje cuando apareció el misterioso y confiado ser. Era el mismo que me había abierto la puerta. Se sentó, me miró muy adentro, tan profunda fue su mirada que sentí que me desnudaba y aparté los ojos por pudor. Creo que nunca en mi vida me miraron tan hondamente. Eso sentí. Naturalmente, la que se estaba mirando muy adentro era yo porque algo me había sacudido al verlo.

«Lo siento, no había nadie y tomé asiento pero ahora me voy, me tomo esto y me voy». No dijo nada, sonrió como la monalisa. Era realmente bello. A pesar de su edad, quizás precisamente por esto mismo, tenía una hermosura casi celestial, intocable y pura. La tranquilidad y la bondad manaban de todo su ser y el mío estaba en calma a pesar del entorno. Lo miré un poco más. Me hipnotizó, pero no sentí atracción, tan solo las infinitas ganas de conectarme a él. No dolía, no sentía más que paz y amor.

Cuando terminé mi café seguíamos en la misma posición, yo con la vergüenza a flor de piel intentando ser locuaz, producir algún sonido inteligente y él en la más absoluta calma. Cuanto más me devanaba por decir algo, menos sentido tenía lo que iba a articular y terminaba por perderse la iniciativa. Ni él ni yo hablamos, solo nos contemplamos desde una prudencia yo y él desde la comodidad, sin necesidad de poner distancia y hubiese dicho que hasta le divertía la situación. Me pareció que hacía arte sin darse cuenta.

Me fui, torturada por el silencio, pero con una sonrisa infinita y una ligereza de espíritu que no pude comprender. Lo busqué más veces, lo encontré algunas en la misma mesa, en el mismo lugar, pero por miedo no me atreví a entrar nunca más hasta que inventé el juego de la lectura de auras. Estaba convencida que sabría reconocerlo.

Esta es lo que podría considerarse la primera parte de esta historia: La ceremonia del cacao: La mujer que abrazaba a los transeúntes para entrenarse como lectora de auras.

5 comentarios en “Los orígenes de la lectora de auras: Rituales antediluvianos

  1. Avatar de JascNet
    JascNet dice:

    Hola, Montse.
    Qué maravillosa cita de miradas y sonrisas. Probablemente, solo queden en el recuerdo, pero qué satisfacción rememorarlas. Es lo que tiene no ser lanzado, o poco sociable me decían, se dejan pasar oportunidades que la memoria se encarga de embellecer.
    Hago la lectura inversa, como suele ser normal en mí.
    Un relato precioso, Felicidades.
    Un Abrazo.

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      JascNet, la lectura inversa es un maravilloso proceso natural. Necesitamos historias para compartir lo propio y que otros lo hagan suyo. Para pasar la sabiduría ancestral, tradición oral, necesitamos lecturas inversas. ¿Poco sociable? También puedes ser todo lo contrario, lo puedes ser todo, si tú quieres. Besos y abrazos!

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