El silencio, la escucha, la confianza: Para ser activa debía aprender a ser pasiva. El amor propio también es esto.

Sentí que llegó. Ese momento en el que ya estaba cansada de producir, hacer, hablar, emitir. Esa época había terminado quizás antes de ser consciente siquiera de su existencia. Sencillamente, al encontrar solaz dentro de mí, dejé de necesitar explicarme y contar a los demás todo el proceso interior. Seguir escribiendo era la única manera de transmitir y, aún así, escribir en clave de mí no significaba precisametne que otros pudieran comprender. Escribir era una ventana al mundo, materializar el inconsciente, tornar su pulsión en palabras y tornear textos de cualquier índole. La escritura misma había tomado forma de hilo comunicante. Me llegaba una sensación desde el pecho y jugaba a hallar las palabras que se amoldaban a ella y, a partir de aquí, se tejía el resto.

Lograba arrancarme las pesadillas a base de verbos inquietos y lavaba las inquietudes en forma de hermosas historias de esperanza. Sacudía los visillos translúcidos y deslucidos de mi propia oscuridad a través de un poemario de dudoso acierto literario. Escribía para mí, para mantener la boca cerrada y doblegar la mente para ponerla al servicio del cuerpo.

Había empezado a mirarme con ojos benevolentes. Los mimos ya no eran para los demás, sino para este cuerpo, templo desatendido del saber real, que tantas atenciones había reclamado y tantos oídos sordos había cosechado. La conmiseración y pena dirigidas hacia dentro me abrumaban. ¿Cómo pedir fuera lo que yo misma había omitido? Cuidados entre algodones, friegas de aceites esenciales, hidratación y escucha, cantidades ingentes de escucha.

Este era el vehículo que me unía al mundo exterior, este era el hilo que recogía y transformaba los mensajes externos filtrándolos más mal que bien. Si mi cuerpo estaba enfermo, el mundo se tornaba oscuro y desesperanzador. Si este templo del saber se mantenía puro desde dentro y sano lograba recolectar y triar el amor que me envolvía. Si mi boca, extensión de mi mente, se mantenía cerrada, mis oídos atentos y los canales desembozados era capaz de seleccionar aquellas vibraciones emitidas por otros seres que estaban en fase conmigo.

Así que, paulatinamente, me convertí en una estatua, una montaña de quietud rebosante de vida. Un interior en ebullición donde la actividad existencial y frenética se sucedía sin tener que mover un dedo y un exterior quieto, pasivo. Seguía necesitando atención, vínculo, amor, claro que sí pero buena parte de ello me lo proveía yo misma a través de tantos y tantos rituales.

Así, sentí que llegó el momento de aprender a callar, escuchar tanto a mí como a los demás y confiar en mis capacidades (extra)sensoriales. Sus vibraciones me dirían todo cuanto necesitaba saber.

3 comentarios en “El silencio, la escucha, la confianza: Para ser activa debía aprender a ser pasiva. El amor propio también es esto.

  1. Avatar de JascNet
    JascNet dice:

    Hola, Montse.
    Espero que tu conversión en estatua sea metafórica o virtual. Te prefiero saltando, bailando, riendo, corriendo… y, por supuesto, escribiendo.
    Al escribir, mostramos nuestros sentimientos, la sensibilidad, la empatía, la cordialidad; conversamos, opinamos, discutimos, aplaudimos, reímos y lloramos.
    Escribir es una forma preciosa de comunicarnos y tú lo haces con gran talento y belleza.
    Así que, aunque te hagas de piedra, NUNCA dejes de escribir. 😉
    Abrazoooo

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Gracias JascNet! Para serte sincera, yo también prefiero bailar y cantarle al mar y a la tierra. A veces necesitamos del silencio para digerir e integrar los cambios. ¿Dejar de escribir? Lo intenté y siempre vuelvo al refugio de la escritura porque la pulsión interna (casi neurótica) impone sus reglas. Se trata de escribir desde otra posición, la no mental, la sensible. Nada, explorando la costa. Besos!

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