El secreto de Maya (1): La sociedad incógnita. Desvelando la realidad, las otras dimensiones, despacito de pedacito en pedacito.

A medida que fui adentrándome en la maleza de mi propio jardín y despejando el camino hacia el río de la vida, descubrí un sinnúmero de derroteros que partían o llegaban a mí. Mi pedacito de tierra se convirtió en una vasta llanura de la cual no se podían adivinar las lindes y, donde tres meses antes se pudieron inventar las fronteras, ahora ni siquiera era capaz de percibirlas con el ojo de la imaginación. Tal era la magnitud del descubrimiento.

El invierno, a pesar de no gustarme un ápice, trae consigo una muerte sosegada, paulatina y una renovación. Para que refulja la vida, lo caduco debe ceder el paso, desasirse de la rama, caer, ser tragado por la tierra, pudrirse y ser fuente de alimento. En invierno, las hojas fenecen, se precipitan sin resistencia hacia su destino. Morir es renacer integrando el ciclo natural de la energía. En invierno se clarifican los senderos dejando pasar la luz del sol que, aunque apagada, es la justa y necesaria para no ser deslumbrados por la nitidez de la inteligibilidad.

En cuanto a mí, se me abrieron otras vías de tránsito y, sin haber cambiado un ápice la apariencia de mi cotidiano, había dado un vuelco sin posible marcha atrás. Por ello, elucubraciones mías, el despertar se iba dando muy despacito, pedacito a pedacito, pues asimilar esto que me dispongo a narrar equivalía a dinamitar las estructuras del mundo tridimensional. Lo presento como un cuento para dejar la posibilidad, al que no esté preparado para integrarlo, seguir sumido en su letargo y espetar una sonora carcajada mientras suelta en un rebufo algo así como: «¡Esta chica, qué imaginación más fructífera!».

Los habitantes del otro lado sabrán que mis palabras no son broma ni fruto de la creatividad que, en mi caso, brilla por su ausencia. Inspiración divina sí, creatividad bajo cero. No son sinónimos a pesar de lo que nos pretendan inocular.

Existía, en efecto, cubierto por un tupido velo de normalidad, una sociedad secreta, etérea, que convivía en un plano paralelo al nuestro y de la cual no se hablaba más que en clave de fantasía porque la humanidad no evolucionaba al mismo ritmo y no todos los especímenes estaban preparados para aceptar la dimensión o dimensiones paralelas.

La materia encubría sin realmente esconder un baile de ondas energéticas. El mundo se nos aparecía como lo viéramos con nuestros ojos cenutrios, acotado, escueto y se nos desvelaba como lo captara nuestro cuerpo etéreo, con la capacidad que nos fuera conferida por… «¡¿Por quién?!» clamarían los más terrenales. El humano de la ilustración quería saber, conocer, comprender, conjeturar, aislar la x, hallar respuestas donde quizás solo habían preguntas. Se nos había adoctrinado para encontrar el sentido, para que fuera lógico, llegando a ingeniar puentes inexistentes que unieran la racionalidad a algo que no quería sernos desvelado o que sencillamente era fruto de la imaginación de los refractarios al nihilismo.

Yo, que fui una devota, acólita y ardiente proclamadora de la nada, ilusamente pensé que con la fuerza de mis dos cojones por banda podría lograr todo aquello que me propusiera. Sin límites, no conocía la palabra «imposible». Con orgullo y recochineo no perdía en ningún escarceo y con la plenitud, peneitud, de mis dos huevos me creció un falo envidiado por muchos de los que lo sufrieron.

Mas llegó el día en el que la luna me sentó de un hostiazo poniendo a mis pies un lobo que vestía de lechazo. ¿Uno? Los astros se parten el culo mientras relato mis desventuras. Unos pocos lechazos me llevé, tentempié desagradable que pretendía enseñarme que una imagen es la que se ve y otra muy diferente la del bicho que aparece cuando de su ropaje se despoja. Y viceversa.

Asimismo, barrí para mi casa aplicando en mi hogar lo que hallé de la carcasa. El fuego de mi agresividad era solo de postín porque luego el peluquín no llegaba al lecho. Con despecho y amargura, me despojé de mi armadura. Aunque no fue fácil el trecho que me separó del helecho (ya sabéis, plantas sin flores ni semillas, algo así como una cosa que se reproduce por esporas, de ahí la seta y posteriormente el asceta), logré volverme, sin concha dura, berberecho enlatado. Un producto del mercado sin mucha enjundia que no lograba encontrar la perla nácar en su pecho.

CONTINUARÁ…

7 comentarios en “El secreto de Maya (1): La sociedad incógnita. Desvelando la realidad, las otras dimensiones, despacito de pedacito en pedacito.

  1. Avatar de Esther
    Esther dice:

    Cada estación tiene su hermosura, por algunos lugares del bosque no solo penetra la luz allí donde antes fue oscuridad, hay senderos por donde ahora se divisa el paisaje al otro lado del valle. Hermoso texto:))) Esa perla de nácar siempre lució en tu pecho y en tus textos. Esta última Luna llena ha sido muy reveladora. Besos.

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  2. Avatar de JascNet
    JascNet dice:

    Interesante como siempre, Montse.
    A veces, la verdad no la conoce ni la misma persona, por mucho que se mire en el espejo.
    Intentaré seguir este «cuento» tan visceral y lleno de poesía. ¿A dónde nos llevará tu viaje?
    Un Abrazo.

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