La ensoñación de la casita de madera: En el quinto pino, allí donde Cristo perdió el gorro, al fondo de a tomar por saco. Los guetos llamados «ciudades de 15 minutos».

Me imaginé al margen de todo, en una casita multicolor, de piedra y madera rodeada de prados, vacas, pollos, ovejas, cabras, árboles frutales y más naturaleza. Montañas y valles, ríos, aire puro y limpio. Quería mi cueva alejada del bullicio de cualquier ciudad y quería a mi cavernícola para crear el clan perfecto de homo sapiens sapiens sapiens. Una vuelta a los orígenes desde la adquisición de la experiencia urbana, el engaño cosmopolita.

Lo bajamos al cuerpo y sentimos que las aglomeraciones eran agresivas, los ruidos invasivos, los olores se colaban en las viviendas igual que las cucarachas, sin permiso y, como Pedro por su casa, paseaban más anchas que largas. Así eran las ciudades, como un tumor que extiende el daño rápidamente y coloniza el territorio ahogando los puntos verdes.

Ahora que nos instaban a eso llamado las ciudades de los 15 minutos en las que cercaban a las sociedades para que en menos de un cuarto de hora tuviesen acceso a todo y no necesitasen moverse del lugar en el que se hallaban, apremiaba la necesidad de salir corriendo de los núcleos urbanos. Estábamos a las puertas del encierro, nos tenían controlados digitalmente y seguíamos pidiendo comodidades que me horrorizaban sobremanera especialmente por la inconsciencia masificada de la que parecían estar veladas. Las facilidades tienen un precio cuya letra pequeña no atinábamos a leer y que, sin embargo, estaba determinada mucho antes de que pudiéramos siquiera intuirlo.

Me quería marchar de aquel lugar que emanaba humo por doquier. Por sus vendedores que eran las fábricas del mismo y, a la par, promotores de soluciones milagrosas contra el cambio climático. Los vehículos de atracción trasera cuanto mayores mejor, todo para suplir las carencias afectivas de aquellos que no se bajaban ni del carro ni del burro. Los cigarrillos de los que, fumando, esperaban una suerte que estaba echada de antemano. Los jugadores de la infortuna que de perdidos al bingo se viciaban vaciando el ocio de la tercera edad de los domingos. Los trabajos forzadamente intelectualizados resultaban ser el nuevo esclavismo, más cómodo, menos doloroso. Las alcantarillas de las necesidades no cubiertas rebosaban de las desgracias que nos reían y aplaudían como a los niños que requieren atención para ser amaestrados como payasos de circo. Aquello rayaba lo grotesco y si alguien se percataba, no hacía nada por escapar.

Como una posesa, obsesa, buscaba un plan de jubilación anticipada que hipotecara mi «libertad» por una libertad condicionada a los deberes del cuerpo. Las montañas me llamaban cada vez con mayores embestidas y, de fondo, el convencimiento de que estábamos a las puertas de la dictadura de la comodidad. Seguí buscando un plan de fuga que quizás me encontraría regirando los fondos del armario.

9 comentarios en “La ensoñación de la casita de madera: En el quinto pino, allí donde Cristo perdió el gorro, al fondo de a tomar por saco. Los guetos llamados «ciudades de 15 minutos».

    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      A que sí???? Acojona de cojones. No creo que funcione. Ya tuvimos un preludio con el covid y ni siquiera en supuesta emergencia sanitaria se respetaron las prohibiciones. ¿Qué cojones pretenden? Ni de coña va a funcionar. Son payasadas que seguro esconden algo mucho mucho muchísimo más oscuro. Detrás del humo está el fuego solo que no alcanzamos a verlo. Salud

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