No sé qué tendrá la alquimia que tan potentemente su nombre me reclama. Pasé por delante de aquella cueva en innumerables ocasiones sin reparar en ella. Sería que no estaba preparada para afrontar la verdad oculta tras la apariencia de lo que llamábamos realidad y que no era más que un biombo existencial para humanos cenutrios ocupados en nutrir a los que habíamos legitimado para ostentar el poder. El fuego era nuestro y lo habíamos cedido milenios antes para que nos convencieran de que solos, no podríamos.
El ser humano era mucho, muchísimo, más de lo que aparentaba solo que lo habíamos olvidado a conveniencia por los años de uso y abuso de un velo temporal hasta que dejó de ser eventual y basculó en lo perennal. Tras cada obrero en la sombra, se escondía un trabajador de la luz acallado por la materia, por la percepción de lo evidente que solo se alcanzaba a ver con los ojos del alma. Era este espejismo como un telar de arena construido en las nubes donde se urdían los trajes de los emperadores que cada uno de nosotros elegía llevar sobre su esencia. Los veíamos porque creíamos en ellos y nos relacionábamos entre nosotros describiendo sin cesar nuestro atuendo hasta que la ilusión se tornaba realidad.
Aquel día a aquella hora precisa, decidí volver a pasar por aquella calle. Entonces vi el cartel: «Cueva del alquimista: tienda de esoterismo». En el escaparate una bruja y un hada se disputaban el puesto a la más hermosa del reino. Entonces entré yo y sentí que habían perdido la partida. Ni bruja, ni hada, no me correspondía ningún bando de la dicotomía, mas algo muy potente yacía adormecido en mis entrañas y ganaba en poder a las anteriores.
Lo sentía latir, arder y arrasar todo cuanto se le pusiera por delante. El linaje blanco de mis ancestras se tiñó en algún momento de negro con algunas malas praxis de por medio. No sabía decir cuándo, pero en no pocas regresiones reviví episodios violentos donde mi cuerpo fue perseguido, apresado, vejado, violado, humillado, cortado, quemado, desmembrado, degollado sirviendo de cabeza de turco para hacer eso que los humanos conocen tan bien, colgarle el Sambenito a un inocente para destensar el ambiente. Dicen que muerto el perro,se acabó la rabia pero mi espíritu vagó por milenios en busca de venganza y se asoció con aquellas almas que, como la mía, sirvieron para eximir a otros.
Entré en la tienda y no me percaté de la presencia del dependiente hasta pasado un buen rato en el que ya estaba sumida en un viaje a través del tiempo. Sentí un escalofrío recorrerme la espina dorsal, me giré y lo vi. Su ojo de cristal brillaba tras el mostrador y una melena más bien rala dejaba escapar unas guedejas pobres y mal peinadas que le caían sobre los hombros.
Al verlo, me llevé un susto de muerte y mi cuerpo reaccionó conmocionado. Le pedí disculpas por mi falta de educación y añadí que no lo había visto antes. Acompañé el todo con esa sonrisa de oreja a oreja que quiere disculparse. Esta fue más falsa que la moneda, pues no me abandonó la preocupación interna de estar en la cueva de un brujo disfrazado de lo mismo que yo. Nos vimos a través de nuestros respectivos trajes de luces.
-¿Puedo ayudarte en algo? me dijo sin dejar de seguirme con el único ojo que tenía.
-Estoy buscando una baraja de cartas, pero no sé cuál todavía.
Mentí. Sí lo sabía, las cartas me eligieron a mí. Una magnífica caja negra con el símbolo de la Luna en sus cuartos crecientes y menguantes rezaba «Wicca» y me llamaba por un nombre, Aldewara, que reconocí por haberlo leído en las cartas de la Baronesa Beltaine que se escondían en la buhardilla de la casa de mis abuelos maternos ahora habitada por mi hermano.
Ensordecí por la llamada y no atendí a las palabras del brujo que se percató rápidamente de mi ausencia. Se quedó callado escrutándome como si supiera en qué lugar me hallaba. Sentí una fuerza tirar de mí hacia arriba y mis movimientos se ralentizaron. Nadaba en un mar de gelatina y el vacío a mi alrededor dejó que la energía se manifestara. Me sostenía la nada y el ojo avizor del brujo agudizó la mirada. Me descubrió, seguro que me cazó así que, para romper el hielo y hacerme la sueca, vomité la razón de mi visita:
-Quiero un oráculo para alguien muy avanzado en estas cosas. Yo es que no entiendo nada.
El brujo de la melena calva me estuvo mostrando las barajas que no precisaban de presentación alguna, pues yacían a la vista y se exponían al tacto. Tomé alguna de ellas entre mis manos sopesando la adecuación para la ocasión. Puse un dedo sobre la caja negra. El eco se hizo más profundo y me invadió un vértigo que por poco no me dobló las rodillas. Inmediatamente retiré el contacto dactilar, por miedo a desmayarme.
-Me llevaré esta, aunque me gustan las otras, pero al ser para un hombre me parece más masculina esta. Los tonos pasteles de Rebecca Campbell me parecen más femeninos y si bien es cierto que es un hombre con un lado yang muy desarrollado… me sigue pareciendo muy moñas.
Me quedé callada después de mi última y magnífica aportación. Hasta el mundo de los oráculos había sucumbido a la irrealidad del género.
Personaje secundario de peli de miedo…
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JAJAJAJA! Ya te digo! Luego en la realidad no es tanto como aparece en el escrito. Hay que darle bombo y platillo a la cosa. Un abrazo
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