La joven de la consulta: Un nuevo yo a punto del despertar espiritual. Como reventar un grano de pus.

Vino a mi consulta y se presentó como un seis contrafóbico. Era una joven de 39 años que había dado muchas vueltas por el mundo sin hallar un resquicio de calma. Estaba exaltada, era un manojo de fuego, una bola energética que no podía dejar de hablar.

Le pregunté cómo sabía tanto sobre eneagrama y me respondió que gracias a su insaciable curiosidad había encontrado muchos espejos que reflejaban ese ego suyo.

La miré directamente a los ojos y pareció sentir vergüenza de mi escrutinio.

-¡No me mires así! me espetó

-¿Así? ¿Cómo es así? ¿Puedes definir «así»?

-Así, tan directamente. Me da vergüenza porque a pesar de parecer feroz, siento una profunda turbación.

-¿Qué es lo que tienes que esconder que tanto bochorno te provoca?

La joven se paró en seco y no supo qué contestar. Yo ya sabía de qué se trataba y al estirar del hilo tan solo llegaríamos a una calle sin salida. Un culo de saco en medio del laberinto de la mente. No tenía nada que esconder, al menos no había justificación alguna para tal embarazo, pero ella no podía saberlo todavía. Todavía teníamos que transitar por muchos derroteros y senderos muertos que no llevaban a ninguna parte. Todavía habría que pasar por muchas creencias limitantes, muchos introyectos fruto de proyecciones ajenas. Aún no había pasado por su vehículo principal, no se atrevía a soltar el control de sus emociones y dejarse caer sin red. Le faltaba confiar en la vida y su capacidad para sostenerse a sí misma sin otro apoyo que su adultez.

Me contó que estaba sola porque era insoportable, agresiva, iracunda, impaciente, que no soportaba a nadie, que el ser humano era despreciable, ruidoso, inmundo y bajo en su moralidad. Había aprendido a desconfiar de todo y de todos y se preguntaba el porqué. Yo sencillamente la invité a que dejara de buscar las razones lógicas (caca de toro) y que se centrara en el cómo se sentía la desconfianza en el cuerpo, dónde se encontraba la sensación, qué color y qué forma adoptaba. La joven parecía no saber de qué le estaba hablando así que la exhorté a cerrar los ojos y a conectar con la sensación corporal.

En la primera sesión le costó lo suyo conectar con el cuerpo, la mente y su parloteo imperaban. La cadencia de palabras era apabullante y a mí me ahogó tanta razón y lógica. Yo también fui como ella por lo que pude comprender el miedo, el horror, el pavor a dejarse llevar por la sensación corporal.

Me armé de paciencia y le sugerí que empezara a bailar, que fuera a sesiones de baile. Ella se horrorizó en seguida.

-¿Sesiones de baile? Ni hablar, yo no sé bailar, soy arrítmica, un tronco móvil, y no quiero formar parte de ningún grupo, odio a la gente y esos grupos de osos amorosos que aman tanto me parecen exagerados y falsos. La desmesura respecto a la emoción me parece innecesaria. Darle demasiado bombo y platillo es exagerarlo y los exagerados me parecen gilipollas. Punto.

La miré con todo el amor que me cupo en ese momento. No podía comprenderla mejor, yo también estuve allí mismo, sentada enfrente de mí sin poder confrontarme a mí misma. Teníamos un largo recorrido por delante y ahora tocaba empezar a pelar la cebolla. Me tenía que dar permiso para ahondar en ese dolor lacerante que ella tenía en el fondo de su corazón. Había un boquete gigantesco, tan grande como un agujero negro que con todo arramblaba. Notaba su lucha interna, su necesidad de amor y también su miedo a ser amada, un rechazo y en contraposición una dependencia abismales. Una polaridades extremas, un blanco y un negro sin grises de por medio. Era una guerrera y sentía su fuerza y su majestuosidad, pero ella parecía no percatarse de sus dones naturales.

Le pregunté si realmente estaba dispuesta a destapar la caja de Pandora y, sin darse el tiempo necesario para la reflexión, saltó a contrafobia y me regaló un «por supuesto, vamos». No tenía ni idea del camino que tenía por delante porque una cosa era el conocimiento que había acumulado de todas las horas de lectura de los manuales habidos y por haber y otra cosa muy diferente era el trabajo corporal al que apenas se había atrevido a asomarse.

Era el del autoconocimiento un camino iniciado en soledad, como un café para uno en una terraza viendo el mundo indolente aunque lleno de sufrimiento deambular. El despertar traía consigo mucho dolor, pero para dejar de sufrir había que reabrir heridas para limpiarlas, sanarlas y, finalmente, dejar que cicatrizaran.

5 comentarios en “La joven de la consulta: Un nuevo yo a punto del despertar espiritual. Como reventar un grano de pus.

  1. Avatar de beauseant
    beauseant dice:

    Es curioso, estaba por aquí escribiendo mi entrada de la próxima semana, o de cuando sea porque siempre dejo que el caos me lleve la agenda, y una de las frases es: » ¿Qué pasa cuando te conoces a ti mismo y no te gusta lo que ves?, eso nunca te lo explican, ¿verdad?.»

    ¿Destapamos la caja de pandora?, me preguntas, quita, quita, de ahí nunca sale nada bueno. Es más, la propia historia nos recuerda que lo bueno se quedo dentro, donde nadie quiso mirar 😉

    Le gusta a 1 persona

    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Si no te gusta lo que ves es que no te quieres ni comprendes lo que ves. Cuando no te gusta lo que ves no estás aceptando que es lo que es y que no tiene nada de gusto o disgusto, es lo que hay y ese lo que hay se debe comprender desde la compasión e integrarlo. Es lo único que nos puede llevar al cambio, el amor profundo hacia nosotros mismos.

      Me gusta

Deja un comentario