El druida Ari y la historia de la consciencia: ¿Dónde se alberga?

-¿Qué es la consciencia y dónde se alberga?

Lo miré con cara de pescado frito. La verdad es que nunca me lo había planteado, ¿Para qué iba a importunarme con semejantes cuestiones? Estaba disfrutando de mi cuerpo habiendo colgado los hábitos de la mente y no tenía ni la más mínima intención de volver a pensar más de lo estrictamente necesario así que le contesté algo obvio:

-Pues está en el cerebro y se origina en el mismo. ¿Qué es? No lo sé, es la capacidad de darse cuenta de las cosas supongo.

El druida posó sobre mí una expresión divertida como diciendo «¡Ay! ¡Juventud divino tesoro!» y supe que estaba equivocada. Como mi ego no soportaba sentirse disminuido y por lo tanto insuficiente, arremetió con una retahíla de soezas y es que crecí con la certeza de que un «joder» a tiempo evitaba putas mayores.

En fin, que me sentí gilipollas porque esa era una de las tantas heridas que se me habían implantado en el cuerpo físico o etéreo o astral o mental alto, bajo… Todo era demasiado sutil para una apisonadora como la mía. Podía ser la mía una levedad propia de un buldócer y sin embargo, en ciertas ocasiones, la exquisitez era tan excelsa que solo la comprendía yo, lo cual tampoco me impedía sentirme gilipollas por incomprendida.

-No, la consciencia no está en el cerebro, si lo estuviera podríamos clonar la consciencia, ¿No? Si cogiéramos una célula tuya y te clonáramos, tu doble heredaría tu consciencia.

No estaba segura de haber comprendido aquella lógica. Ni me habían clonado, gracias a Dios, ni estaban cerca de hacerlo, doblemente agradecido estaría el mundo. Ni sabía lo que era la consciencia ni me importaba un pito. La única masturbación aceptada era la de mi cuerpo y espíritu. La mente se quedó en pelotas y mejor tenerla con la correa cortita que mucha rienda terminaba en demasiada libertad de pensamiento. La loca de la casa, la mente pensante, hiriente, desbocada, decocada.

Me di cuenta de que me daba miedo la libertad y que no soportaba que la gente fuera independiente porque yo no lo era a pesar de las apariencias. Me horrorizaba pensar que me podrían abandonar y así, igual que a la mente, los mantenía muy cerquita, no fuera el caso que se largaran y me dejaran sola otra vez. ¡Qué terrible descubrimiento! Soy una nazi conimgo y con los demás. Fui, era, había sido… no sé qué cojones de tiempo verbal utilizar. Me daba miedo seguir siéndolo y mi ego no podía reconocer el hijo de putismo desarrollado al cabo de los años. Ahí estaba la sombra erigiéndose majestuosamente.

Y la consciencia…

-Está fuera de nosotros, nos rodea, es una frecuencia con la que sintonizamos.

Supongo que podía ser verdad. A la semana de aquella conversación, uno de mis grandes amigos me dijo que éramos como botellas sin tapón y que todo lo que nos rodeaba podía meterse en nosotros, se refería a la consciencia.

9 comentarios en “El druida Ari y la historia de la consciencia: ¿Dónde se alberga?

  1. Sin Cristal, el blog dice:

    La consciencia es un estado que naturalmente se origina en el cerebro, pero que no solo abarca tu cuerpo, sino también todo lo que te rodea. Por lo tanto va más allá de los mecanismos propios del cerebro; se trata de los cimientos de la sabiduría. Cuando alguien no consigue comprender lo que significa (y lo intenta), nos puede indicar que está a un solo paso de hacerlo. Por tanto, quien no acaba de comprenderlo no es un ‘gilipollas’, sino un aprendiz en ciernes que merece todo nuestro respeto.

    En cuanto a lo que dice tu druida, parece que no ha entendido bien que clonar no lleva consigo la consciencia, según sus circunstancias, el nuevo clon, podría llegar a tener o no dicha consciencia. Solo la verdadera libertad puede llevar a que en un momento dado te la encuentres de cara.

    Lo que sí está claro es que cuando uno dice lo de ‘mi cuerpo y espíritu’ se aleja, porque esto último sí que no tiene lugar de alojamiento en ningún sitio. Se trata de una entelequia más que damos como cierta y que quizás no lo es.

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