Ataque de ansiedad: Taxidermia de una arremetida, síntomas de la ansiedad. Campo cuántico sin cuentos de por medio. Algo pasó y no sé para qué necesito saber lo que me ocurrió…

La primera vez que sentí aquel ahogo fue a los treinta. Estaba en un lugar en el que no quería estar, pero mi mente hija de puta me obligaba a quedarme inmóvil con toda suerte de amenazas y tierras prometidas que nunca llegaron a cumplirse.

Empezó como una leve molestia en el pecho que me impedía la inhalación profunda. Para que se entienda, no podía bostezar y sentir el alivio que trae consigo la culminación del bostezo. No le di mucha importancia, por lo que mi cuerpo subió el volumen de la queja. Al poco tiempo, el ahogo se hizo más persistente y tenaz. Un yunque me impedía respirar normalmente. No solo era la inspiración completa, sino que esta «inhalatio interruptus» se acompañaba de una angustia cuyo antídoto radicaba en la distracción de la mente a través del movimiento. Empecé a moverme sin cesar para que el cuerpo pudiera acoger todo el aire que precisase. No obstante, el contraveneno se convirtió en cianuro él mismo, pues a medida que incrementaba la actividad, me alejaba del origen del mal. Dejé de escuchar y el cuerpo redobló en esfuerzos para doblegar mi voluntad.

No recuerdo cómo logré zafarme de aquella miseria, volví al punto de partida. Dinamité mi vida, como lo he seguido haciendo hasta el día de hoy. La estructura sobre la cual había edificado mi presente (ahora pasado) ya no servía para nada. Mi cuerpo me indicaba que allí ya no era y que tenía que tomar otro derrotero. Volví a España, hoja en blanco, kilómetro cero, casilla de salida por enésima vez. Hasta entonces me importaba bien poco recular. Las idas y venidas eran parte del juego, de la experiencia, del aprendizaje. Me fui a la mierda muchas veces, sin embargo, ese irse a tomar por culo se llevaba con él todos los cimientos de mi propia persona, un vendaval arrancaba de cuajo las plantaciones de lo que pensaba que era, de lo que creía que quería. Estaba convencida de saber lo que quería, mas no sabía lo que necesitaba. O sí, en el fondo, muy en el fondo una voz se dejaba oír. Era la voz del sabio que nos habita, un ancestral conocimiento fruto de… voy a decir Naturaleza, pero es conciencia inconsciente.

Así fueron pasando los años, con ataques espaciados cada vez que mi cuerpo se quejaba y mi mente no me dejaba escucharlo. Hace una década desde mi primer ataque de ansiedad en la que he oído de todo. Desde un «te lo inventas» hasta un muy preciado y jamás olvidado «estás loca». Por entonces no tenía ni pajolera idea de que esto se llamaba ansiedad. Era un mar de sensaciones nuevas y desagradables que me atravesaban el cuerpo, la mente y que me pedían a gritos que los viera, que los escuchara, que les prestara atención, que me acercara sin juicio, con curiosidad y cariño. Necesitaba amar esta parte de mí, esta parte instintiva que, por alguna razón, reconocía un peligro completamente inexistente para mi parte consciente.

Este ahogo se volvió a presentar a principios de agosto. Lo reconocí de inmediato, mi viejo amigo. Hacía ya un par de años que no nos veíamos las caras. La última vez lo dejé plantado a 2000 metros en los Alpes en pleno mes de Diciembre y me olvidé de él.

Esta vez fue diferente. Recuerdo en qué momento llegó y fue al proclamar a los cuatro vientos que siento placer en ver el dolor ajeno. Había una oruga retorciéndose de dolor y creando un shock anafiláctico dentro de mí.

De nuevo mi cuerpo me estaba alarmando de algo que no le gustaba y yo pasé por alto el aviso. ¡Típico! Así, tuvo que incrementar el volumen. Me parecía tan extraña aquella señal que no la quise escuchar. No tenía ningún sentido, todo iba bien. Pues no, no iba bien, evidentemente que no. Me deshice de todo lo que llevaba conmigo, me quedé nuevamente en pelotas. La estructura volvía a tambalearse y pensé «Mierda, hostia, puta, otra vez igual». La solución estaba cantada, dinamitar, dinamitar, dinamitar. «Estás en el camino equivocado».

A pesar de retroceder, no volví a la casilla de salida como todas las veces anteriores. Esta vez fue diferente, aquella incursión en el sendero erróneo era tan solo eso, una incursión cuyo camino parecía ser el correcto en un principio. Mi verdadera naturaleza llamó a la puerta y siento que entiendo el amasijo de información.

Ahora que la parte oscura de mí empieza a disolverse porque se trata de una cuestión de elección consciente, siento que hay un resquicio de luz que se cuela por alguna rendija. Si alguna vez fui prosélita de la oscuridad, esta vez elijo la luz. La sensación de ahogo, no se rindió no obstante. Ahí estaba, cada semana apretando el nudo de la garganta, el yunque del pecho pronto fue algo mucho más rígido y pesado. El cuerpo no podía estarse quieto por miedo a morir. Por la noche se incrementaba el pavor. Sí, no era simplemente miedo, era terror a morir ahogada y me recorrían unos espasmos incomprensibles que me mantenían despierta toda la noche. El diazepam nunca funcionó, ni siquiera mezclado con cerveza. Aquello no era un simple ataque de ansiedad.

El sábado arremetió más duramente. Le pregunté dulcemente lo que quería decirme, lo acogí con amor, lo escuché… dejó de oprimirme tan severamente y por la noche, en el aquelarre del Sabat, no adoramos al diablo pero nos conectamos con el campo cuántico y ahí apareció la respuesta: «Te están ahorcando de un árbol. Espera que te suelto la soga». Una de mis brujas de luz hizo no sé qué y, de repente, como por arte de magia, me subió un mareo inenarrable y se liberó el puño que me constreñía la caja torácica.

Si morí ahorcada o no, no es importante, lo que me gustaría saber es ¿Para qué necesito esta información? Lo estaba intentando consultar con la almohada, pero obviamente hay demasiados interrogantes que se agolpan en mi mente como para conciliar el sueño. A ver si después de escupir estas líneas no se espanta Morfeo.

4 comentarios en “Ataque de ansiedad: Taxidermia de una arremetida, síntomas de la ansiedad. Campo cuántico sin cuentos de por medio. Algo pasó y no sé para qué necesito saber lo que me ocurrió…

  1. Avatar de Esther
    Esther dice:

    Cuando leí eso de que sientes placer con el dolor aquello de sientes placer en ver el dolor ajeno, no sé, no creí nada, por eso que no quise comentar, ahora debería de morderme la lengua pero no puedo. No es lo mismo, porque cada una tiene sus experiencias, pero bueno, compartir a veces alivia, (a ver si doch!!! sacamos el tiempo para hablar) yo tuve ataques durante un tiempo, ataques de pánico, que debe ser algo parecido a los ataques de ansiedad, a mi me dolía el corazón, que teóricamente no duele, un dolor para caerme muerta, en el autobús, en casa o allí donde estuviese, entre otras cosas, se me nublaba la vista, pensé que me iba a volver loca, a quedarme ciega etc … a veces no podemos darle forma a nuestros verdaderos miedos y el cuerpo le da forma y la cabeza también. Perdóname mis simplezas, te hablo desde el cariño que te tengo. Un abrazo enorme.

    Le gusta a 1 persona

Replica a Esther Cancelar la respuesta