La diferencia entre vincularse desde la herida y vincularse desde el amor. ¿Hay dolor, ansiedad y miedo o sensación de plenitud y libertad?

El vínculo desde la herida es aquel que se siente como irremediable. La conexión de almas, el magnetismo que tira de los hilos internos, que duele, que colapsa el sistema nervioso. Un fuego interno alimentado por la imagen del otro. Es un pensamiento, una rumiación constante. Esa persona está las 24 horas en nuestra mente. Es una regurgitación perseverante. Es la tenacidad del no poder soltar la idea que se tiene de la efigie que hemos construído. Es una pulsión más fuerte que la capacidad de razonar. Es el cuerpo pidiendo más de eso. «Conexión de almas», quizás.

No voy a entrar en si existe o no la llama gemela. Desde mi experiencia, no. Lo que realmente tira de los hilos del alma es la energía de la otra persona que suele ser un espejo para que podamos ver aquello que nos falta por sanar. «Amar desde la herida» es amar desde el ego, desde la máscara, desde la necesidad, desde la carencia, desde la posesión, el miedo, la falta, la insuficiencia, la dependencia, etc. Y no, amar bajo el modelo de lo que nos hayan querido vender como amor, no es amar. Porque quien trata de rellenar los huecos con lo de fuera, está fomentando la infección y perpetuando un modelo de amor basado en el miedo.

El amor proviene del chakra corazón y este debe abrirse poco a poco a través de un proceso que difícilmente puedo imaginar antes de la cuarentena. Primero experimentamos el ego, nos creamos el personaje, es inevitable pues son las reglas del juego al que venimos a participar. Una vez hemos comprobado las limitaciones de nuestro «ser» a través de la máscara, comienza el camino hacia la esencia que no puede ser transitado desde la máscara y otras sendas deben abrirse. Ahí empieza el camino hacia el corazón, hacia la sabiduría interna, el despertar de la consciencia, el desapego, la luz, la par, la armonía, la libertad, la humildad, la generosidad, la confianza, la entrega, la verdad… la fe.

Todo es perfecto y no hay que llegar a parte alguna, sencillamente darse cuenta mientras se camina.

Para cambiar de patrón y transmutar la carencia en abundancia (para ver el vaso medio lleno y no medio vacío) lo único que se debe hacer es amarse a sí mismo. Fácil de decir y un proceso que se inicia cuando uno está preparado para acogerse, mirarse y aceptarse. Se consigue sentándose con uno mismo y permitiendo sentir el dolor, la ansiedad, la soledad, el miedo. Todo lo que vemos en el otro (como ya vengo comentando desde hace algunos posts) es producto de nuestra sombra. Son proyecciones propias porque no reconocemos esas cualidades o defectos en nosotros mismos. Lo básico para dejar de sentir apego es trabajar con la sombra, integrar aquello que le encolomamos al otro. Empoderarse y realmente hacerse responsable de lo que sentimos y de lo que somos. «Nada ni nadie tiene poder sobre mí», ni siquiera el amor, sobre todo el amor.

El amor real se logra cuando uno se ha integrado al máximo. Creo que es difícil llegar a la integración (individuación según la terminología de Jung) total pues hay heridas nucleares que se manifiestan en lo cotidiano de muchas maneras y llegar a cubrir todas ellas es utópico. Querer es poder y lo suscribo al cien por cien. Uno puede porque está dispuesto a convertirse en adulto, a maternarse, a paternarse sin colgarle el sanbenito de la culpa a otro.

En ocasiones precisamos de la mirada del otro, especialmente al inicio del viaje hacia uno mismo porque necesitamos que nos presten la mirada ajena para sentirnos vistos y validados. Necesitamos de una compasión que muchas veces no hemos cultivado y la hallamos a través de la compasión de otros. Una vez la integramos somos capaces de sostenernos desde la misma. Gracias a la mirada del otro, somos capaces de vernos y de crecer hasta empezar a ser independientes. Gracias a la validación ajena, aprendemos a validarnos. El vínculo sano lo cura todo porque desde ahí aprendemos a sostenernos, a hablar sin miedo, a desnudarnos sin temor a ser demasiado intensos o insuficientes. Todo es perfecto tal cual es, no hay objetivo más que el transitar hacia la esencia y cada uno llega tan lejos como tiene que llegar.

Mi camino es único e intransferible. No puedo compararme con nadie porque mi configuración es exclusiva de mi persona. Tengo mis fortalezas y mis debilidades y acepto las cartas que he elegido en el juego de la vida. Tengo la mejor mano posible para aquello que he venido a experimentar. Los bloqueos mentales, la ceguera son parte de las reglas del juego.

Cuando uno logra verse empieza a poder ver a los otros desde una objetividad y comprende que nada es personal y que toda acción proviene del individuo que la lleva a cabo. Nada se acciona en contra de nosotros, sino que cada uno hace en función de lo que es. Comprender esto es fundamental para aprender a amar desde el amor real.

El amor real se siente ligero, fácil, libre. Está en todo, lo es todo. De hecho es el cemento del universo. Es abundancia, no es carencia. Es conexión, plenitud, es el estado de gracia en que nacemos, es la fuente, el origen de todo. Solo hay amor y no se siente doloroso o ansioso. Solo se puede sentir amor real cuando hemos rellenado nuestros huecos con nuestra propia presencia, cuando hemos respirado la ansiedad, hemos permitido el miedo, la experiencia que provoca el miedo, cuando dejamos de protegernos de nosotros mismos, de nuestros fantasmas, cuando vivimos desde el aquí y el ahora y no desde la mente creadora de relatos de sufrimiento. No hay historia, razones, porqués. Hay lo que hay y dejando ser lo que es sin explicaciones, se puede llegar a experimentar el todo. Somos abundantes, somos amor, lo único que nos separa es la mente que miente.

Hasta aquí, de momento.

Libro: El arte de amar de Erich Fromm
Canción: Txoria Txori