Yo soy mi padre: Integración transgeneracional, la herida de rechazo y el corazón de la lechuga

Yo soy mi padre. Me acabo de dar cuenta, nada que ver con Luke Skywalker (o sí, si el guionista tuvo una experiencia similar a la mía pues el inconsciente colectivo es como hacienda, todos lo somos pero solo algunos lo materializan).

Yo soy el rechazo. Inconscientemente rechazo lo que tengo más cerca porque le temo a mi sensibilidad, a mi vulnerabilidad, a mi fragilidad. Es más fácil abrirle la puerta a aquellos que no nos importan que a aquellos que sí lo hacen. Es más fácil ser cordial y diplomático con los actores secundarios de nuestra vida porque no afectan al corazón de la lechuga. Cuando me veo interactuando con los alejados y cerrada en banda con los allegados… algo está pasando. Lo veo en mí y por lo tanto lo veo en él. Cuando alguien me importa le cedo mi poder y cuando eso ocurre… le estoy ofreciendo la posibilidad de herirme. Me vuelvo vulnerable, blanda, frágil, me muestro y eso me aterra. El tema es no perder mi poder. Yo soy presencia para mí, me sostengo, me veo, me cuido. A veces pierdo el foco, normal, es un proceso. Cuando pierdo el foco, me abandono y rechazo al prójimo.

Mi cuerpo se ha cubierto de plaquitas rojas, me pican. Lleva ocurriendo desde hace una semana pero no estaba dispuesta a escuchar hasta que la comezón ha aumentado de volumen.

Primero lo he achacado a algo obvio que se viene dando desde hace una semana. Mi foco está fuera, para variar. La proyección de lo que me ocurre tiene un nombre y apellidos. Como primera lectura es fácil, lo que suelo hacer siempre. Pelotas fuera.

Cuando la picazón no se retira sino que redobla en molestia, me voy dando cuenta de que mi cuerpo quiere que pare y lo escuche. Poco a poco, el prurito se transforma en una quemazón que me devuelve el eco de alguna alergia alimentaria a la que puse fin a través de sanaciones energéticas. Aquí está de nuevo, no se fue, tan solo se apartó para señalarme que estaba caminando por el buen sendero.

A día de hoy, vuelve y se reanuda para iluminar aquella parte de mí que hoy toca integrar. El rechazo heredado de mis ancestros.

Lo veo a través de los hombres que vienen a mí. No es que ellos rechacen, es que los leo desde el rechazo. Los rechazo y me rechazan. Nada existe, la realidad es una mera lectura a través del velo de mis ojos. Es un constructo mío que no tiene nada que ver con lo que realmente ocurre. Las energías hablan de otro modo, pero el ego interpreta lo que le sale de los huevos.

Hay una sutil brecha entre lo que percibe mi cuerpo energético y lo que mi cerebro quiere hacerme creer.
No me rechazan, están asustados porque yo sí rechazo y nadie quiere ser rechazado. Erijo una fortaleza impenetrable a mi alrededor cuando me desconecto del corazón. Y eso ocurre cuando no quiero que me hieran, cuando cedo mi poder, cuando estoy mirando hacia afuera, cuando yo ya no soy para mí sino para otros.

Para llegar al corazón de la lechuga hay que comerse la hoja verde. El corazón es la parte más crujiente y sabrosa anegada de agua. Es la parte vital, la que produce mayor satisfacción al hincarle el diente.

El inconsciente se mueve por imágenes y el corazón de la lechuga conecta con el corazón de él, de mi padre y mío. Yo soy ellos sin que ellos sean yo.

Me cierro en banda, aquí no entra nadie. Miro con desprecio, niego, me alejo, me aislo, echo el cerrojo y no entra ni el sol. Por suerte o por desgracia la técnica ha dejado de surtir efecto porque ahora mi cuerpo es el que explota cuando me acorazo.

¿Cómo abrir si todo ocurre de dentro hacia dentro? Es la vorágine neurótica, la que aisla en esta rueda de hámster mental.
Compasión. Abrir el corazón, recordarme que esto es un proceso, un paso a paso. Permito las experiencias y para ello, me abro aunque solo sea un poquito. Me da pánico perder el equilibrio que me es fácil hallar en soledad. No dependo de nadie y nadie depende de mí. Mi libertad es un preciado bien que me causa pavor perder. Siento mi cuerpo tenso a todos los niveles. Estoy en modo «huída». Huyo de mí misma pues nada está al acecho más que mi propia cobardía.

Traer la conciencia, respirar, descansar, conectar y mantenerse conectado con el cuerpo. Estar presente para uno mismo. En definitiva, respirar el momento, el aquí y el ahora. Despertar la conciencia, tener un ojo dentro mientras que el otro está fuera algo así como la expresión de nuestra divinidad cuyo don es el de la ubicuidad. Somos chispa divina, somos el todo y un fractal del universo.

Intentaré recordarlo cada vez que la comezón se me lleve por delante.