Profundamente enraizada a la tierra, con la brisa marina azotándome el rostro, el agua de mar vehiculando las emociones y la llama de una vela quemando lo que fue, entrego todo lo que me permitió llegar hasta aquÃ.
Es momento de acoger lo nuevo y soltar lo viejo. Las creencias identitarias sobre el mundo, sobre lo que «tiene que ser», sobre lo que fue ya no sirven. He caminado por un sendero de autodestrucción, he quemado los abrojos del pasado, los vestigios de lo que creà ser, la estampa que se estampaba contra ella misma, la huella atrabiliaria de un personaje que se creyó y se creó la invasión para justificar el destemple, la violencia y la agresividad. Los lÃmites personales son fundamentales para la fusión. No tiene sentido lógico, ni falta que hace pues los extremos siempre han formado parte de la misma moneda. No puede haber grande sin pequeño, paz sin guerra, alegrÃa sin tristeza o luz sin oscuridad. De igual forma, no puedde haber unidad sin limitaciones. Es una locura que no debe ser comprendida desde lo racional. No tenemos capacidad humana suficiente para entender el infinito.
Lo que fuera, ya no es. Lo que es tampoco será, pues acepto el desapego y la impermanencia de la realidad. Acojo la manifestación de lo sagrado y lo divino sin necesidad de comprender. Igual que no veo las ondas de radio, pero se manifiestan bajo su forma musical a través de un transistor. Igual que mis sentidos no perciben los rayos ultravioletas, pero mi piel muestra quemaduras bajo su exposición prolongada. De la misma suerte, me guÃa la conciencia global. Soy el vehÃculo, no el artÃfice. El personaje no es el jugador.
Me desapego del parásito que bloquea la recepción de la dirección álmica. Me desprendo de lo que creà personal, de la hipersensibilidad o la hiperreactividad, nada es personal en contra de nadie, todo es personal desde un lÃmite de consciencia.
El observador es lo observado y para ello, el trabajo consiste en observar aquello que se quiere manifestar y que no proviene de la voluntad egoica, sino de la voluntad divina.
¿Cómo sé cuál es cuál?
La voluntad egoica atiza la neura, proviene de la mente, de la supuesta voluntad, del esfuerzo, del sacrificio, de la falsa carencia, del vértigo en el estómago a.k.a «miedo». Medición de resultados, consecución de objetivos, expectativas, ansiedad, dependencia total, pérdida de sentido vital si no obtengo lo que «quiero». Es individual y segrega.
«Yo soy diferente, especial, particular, neurodivergente, PAS, PUS, etiqueta de esto o aquello, clasificación, orden, de Sirio, de Orión, de otro planeta, de mi familia, de la identificación con algo que fragmenta el vÃnculo con el todo».
La voluntad divina otorga paz desde la certeza de que todo es como ha de ser y de que lo recibo es para el mejor y máximo bien de todas las partes. La voluntad divina cursa con el desapego de los resultados pues en el tránsito hacia ella se halla el júbilo, la plenitud, el agradecimiento. Se alumbra y expande la conciencia superior, se abandona poco a poco el disfraz y la máscara, se abre el corazón y uno se inunda de amor (el cemento del universo). Ya no se espera llegar a ningún lugar, sino que la realidad que se va tejiendo es el lugar idóneo y perfecto para el aquà y el ahora. Es presente, es presencia, es verdad, inteligencia, unidad.
Dejo atrás la ilusión de ser mi individualidad y abrazo también lo que no soy y lo que soy. Acepto en mi vida el amor bajo cualquiera de sus formas, la abundancia en el mismo soplo de aire que me llena los pulmones y la prosperidad que ya es mÃa y se manifiesta a través de la libre disposición de mi tiempo.
Elijo desde la voluntad divina. Suelto lo aprendido, me sumerjo hasta las capas más profundas de mi inconsciente, allà donde reside la programación inscrita cuando la inocencia y la ternura eran la expresión máxima de la vida. Me zambullo hasta donde me permitan mis resistencias presentes. Quizás en algún momento lograré llegar hasta el fondo, quizás ese instante será el de vuelta a la fuente, momento de transición y transmutación del todo.
Es momento de fluir, de liberarse, de entregar el control.