La toma de decisiones: El autosabotaje, ¿Cómo la razón me confunde? Cambiar de frecuencia de la carencia y limitación a la abundancia y el permiso. Proceso consciente.

Mi decisión es simple y no tiene la menor relevancia aunque en las capas profundas de la psique sí la tiene.

¿Hago ese viaje o no? Es un fin de semana, nada especial y, a la vez, significa darme permiso para vivir y romper con la creencia de que el dinero es para pagar las facturas y sostener la propia economía sin depender de nadie.

Hay dos partes contenciosas dentro de mí enzarzadas en un litigio ancestral que en nada tiene que ver con el viaje en sí, sino en darme permiso para soltar la responsabilidad y la mente de carencia. «Guardar para mañana, por si acaso vienen mal dadas.» No estoy hablando de una suma descomunal, ni mucho menos, pero ahí está la limitación. La veo, se disfraza de comodidad. «Es que me gusta mi vida tal cual está», «es que salir de mi casa es una jodienda», «es que…bla bla bla».

CONSCIENCIA DE LA POLARIDAD:
Me sobran argumentos para no salir de mi confort que me vendo como seguridad. No me gustan ni el trasteo ni los cambioS. Me mezco en la costumbre de la rutina y, a veces, todo lo contrario.
Esta polaridad me indica que existe la misma parte aunque inversamente proporcional a eso que llamo aburguesamiento.

Es el impulso, léase necesidad, de dinamitar estructuras. Me sacude como un terremoto que hunde cualquier cimiento así esté bien o mal asentado. No me importa quién o qué se ponga por delante, arramblo con todo. Empieza como una ligera comezón que pronto toma la envergadura de un arrebato visceral incontrolable imposible de enderezar. Nace en la tripa y es de imperiosa necesidad darle salida. Ahora lo sé, su presencia es señal de un exceso de encapsulamiento y control. Su presencia, huelga decirlo, me ha proporcionado muchos beneficios y por ello mismo es un mecanismo de funcionamiento que he preservado y, además, alentado y alimentado.

Porque cuando surge la urgencia, aprovecho para caminar hacia delante y llevar a cabo cualquier plan que esté en mis manos. Es la única manera (aprendida) de moverme, a través de la impulsividad que atropella y opaca el parloteo, la indecisión, la deliberación y, sobre todo, la toma de contacto profunda con el miedo, el no merecimiento, la inseguridad.

HUELE A REFRITO:

Rápidamente la mente vuelve a tomar el control. «¡Cuidado!» Es un sí pero no, es un ahora pero luego, es un baile de estira y afloja que, pasados varios días, empieza a apestar a un «más de lo mismo». Ya conozco esa sensación de estancamiento que me mantiene cual funambulista en un frágil equilibrio sobre la cuerda floja.

TOMA DE CONTACTO CON LO QUE DE VERDAD ESTÁ PASANDO DENTRO.

Romper con las creencias es incómodo y despedirse de la mente carente es un desafío, pues hemos disfrazado la carencia de cualquier tipo de lógica y razón. A nadie le gusta sentirse pequeño e insignificante.
En este caso, a mí me asalta la duda sobre el futuro. Proyecto toda una serie de imágenes de una hecatombe económica y Dios sabe a cuántas manipulaciones más mi yo interno me somete. Gracias al trabajo de observación, ya no opera como un proceso inconsciente, sino las señales de humo indican algo que debe ser atendido. La toma de consciencia bebe de la presencia en el aquí y el ahora. Veo que, en ciertos momentos y para algunos asuntos, el músculo de la confianza flaquea.

El precepto de base: «Estoy sostenida por el universo y confío en que así es» se me ha demostrado año tras año. Dios siempre ha apretado, pero jamás ha ahogado. En el último momento, la divinidad me ha salvado el culo desde que tengo uso de razón, manera de dar señales de vida cuando todavía era yo una escéptica ante cualquier cuestión etérea del orden de lo intangible.

Creo que el paso a dar está más que claro. Para romper patrones hace falta pasar por la incomodidad, es condición sine qua non. Esa pequeña molestia puede representar un gran cambio en los cuerpos sutiles, como ya se me ha demostrado a lo largo de este periplo llamado vida. El hecho de DARME EL PERMISO implica confiar más en mí, validarme yo, independizarme y REESCRIBIR los mandatos de mi aura para que vibre en una abundancia más completa.

Así se siente el romper con la cascada de carencia que heredamos de nuestro entorno. Incómodo y, a la vez, liberador. No hay nada como el darse permiso a uno mismo, eso es lo que realmente nos mantiene alejados de la abundancia que está a un dedo de distancia. Tan solo hace falta alargar la mano y rozarla con la yema de los dedos. Se siente, se ve.

ACTUALIZACIÓN:
Hago el viaje… ya está todo reservado y pagado. Porque lo merezco. Punto.