Del «Libro del desasosiego», cuyo título se sirve a sí mismo de prefacio, se desprenden desde sus primeras palabras, muchas de las incógnitas que han sido los «lugares comunes» de los que tanto habló Arsitarain en la película homónima.
Pessoa escribió esta obra inacabada e inacabable: un universo entero en expansión, el de su propio interior. Porque cada uno lleva dentro una galaxia de sensaciones activadas por unas vivencias que, aunque parezcan las mismas y se repitan en este eterno retorno del bucle inexorable que es la vida, son todas ellas diferentes pues, de la una a la otra, el sujeto es distinto.
El tiempo imprime su paso en cada uno de nosotros y lo que se experimenta a una edad no puede ser lo mismo que a otra. Lo que nos movió hace tan sólo una semana, puede no removernos a día de hoy. Todo depende del estado mental y emocional del sujeto. También es, no obstante, cierto que existen unas líneas básicas de sensaciones inamovibles a lo largo de la transición de cada uno. Esas líneas básicas siempre vienen estimuladas por lo mismo, no dependen del momento o del lugar y se corresponden con nuestras esencias.
Una frase como «prosador que poetiza, soñador que razona y místico descreído» que combina una palabra con su contraria y las marida en un halo de sensibilidad lírica siempre hará llover lágrimas. ¿Por qué? Porque se opera un choque semántico en la combinación perfecta de un término y su reverso que trata de juntar lo posible con lo imposible y como resultado la explosión de una extraña belleza ante la cual uno sólo puede responder gimiendo. Es la conjugación extrema de lo divino y de lo mundano. Aunar el Bien y el Mal tratando de fusionar lo posible con lo imposible funde y confunde la razón con el sentimiento.
Bernardo Soares ni cree ni descree por lo tanto sólo contempla siendo la contemplación un propósito en sí mismo. ¿Qué es la vida? ¿Cómo hay que vivirla? Ese es el centro atómico del que quizás no haya que preocuparse tanto pero que sigue desasosegando a pesar de tener claro que es un concepto y, como tal, una mera definición. Pero la vida no es sólo uno sino una amalgama de conceptos. La vida es todo lo que englobe la misma y eso es decisión nuestra. Cuantas más definiciones abrigue, más rica será. La vida es muerte y nacimiento, es salud y enfermedad, belleza y fealdad, profundidad y superficie, in-transcendencia, pesadez y liviandad, reflexión y acción… la vida lo es todo pero en ella cada uno define aquello que cree que debe ser relevante. Algo tan OBVIO como lo anterior y la toma de conciencia sobre su evidencia es sorprendente. Es fascinante la sencillez del término y su extrema complejidad porque hallar la definición de la misma es lo que nos ocupa toda la vida.
La vida es un concepto que reposa sobre la visión de la persona que la vive. No hay verdad ni hay mentira sino conceptos subjetivos que deben ser definidos a medida que se vive. O no… depende del objetivo de cada uno si es que lo hubiera.
¿Hay un objetivo? Por objetivo se toma el darle sentido a algo que no lo tiene o que, por lo menos, no sabemos si lo tiene. Que sepamos no existe manual para la existencia terrenal sino el que el ser humano ha ido creando. Así pues, cada uno debe hallar su misión, consciente o inconscientemente pero lo que es cierto es que todos y cada uno de nosotros hacemos y deshacemos movidos por un interés (sea de la índole que sea). Incluso la contemplación de Pessoa le sirve para la distracción pura y dura siendo la distracción un objetivo en sí mismo.
¿Para qué se hace lo que se hace? es mejor pregunta que ¿Qué es la vida? ¿Cuáles son las finalidades que perseguimos con nuestras acciones? La creación pues es uno de los objetivos del sujeto. Sencillamente la necesidad de poner orden en un sinfín de pensamientos que vienen a la mente sin cesar. Están ahí e irrumpen con frenesí y sin miramientos. Entonces se nos llevan los demonios personales y toda acción realizada se pone en tela de juicio hasta paralizarnos ¿Para qué estoy haciendo esto? A veces la capacidad de decir «porque me hace sentir bien» se impone siempre y cuando hemos dado la vuelta a la pregunta y la hemos abordado por sus múltiples vertientes:
¿Estoy haciendo daño a alguien haciendo esto? ¿Me puedo estar haciendo daño a mí? ¿Qué consecuencias puede tener mi acción? ¿Esto se corresponde con mi yo profundo, con mi esencia? la pegunta lógica que vendría después de esta última es ¿Cuáles son mis esencias? Pero hemos aprendido a parar el carro antes de paralizarnos por completo. No obstante, ¿Cuáles son mis esencias? permanece apartada hasta el día siguiente.
El problema del concepto es el concepto en sí. La definición y la rectitud del mismo rozan lo ideal en la mayoría de casos. Pero el superhombre de Nietzsche marcó profundamente una etapa de la vida adolescente. Así terminó el pobre y quizás así terminará el que abandere como ideal el personaje de Zaratustra. A veces, es tan sencillo como mirar para otro lado pero cada vez es menos fácil desviar la mirada y decir «bueno, es que esto es una idea, la realidad es otra y mucho más laxa». El problema es precisamente ese, el conflicto continuo de la persona con el mundo. El mundo nos ha enseñado unos IDEALES de los cuales no se cumple ni uno. El mundo ha vendido una idea que a la práctica no se cumple. Todos venden hipócrita HONESTIDAD y luego actúan bajo el amparo de «ojos que no ven, corazón que no siente» Las excusas están servidas en bandeja de plata, las razones escasean y tiemblan de vergüenza al ser desnudadas.
Con la persecución del objetivo entre ceja y ceja, todo son sonrisas y halagos. Una vez coronada la cima, el gallo canta por soleares, las máscaras se desprenden y la verdad reluce: Oro parece y plata no es. La cabra tira siempre al monte y el mono al plátano.
Al final, como bien dice Pessoa «tengo que escoger lo que detesto- o el sueño que mi inteligencia odia, o la acción que ami sensibilidad repugna; o la acción para la que no nací, o el sueño para el que no ha nacido nadie»
«pertenezco a aquel género de hombres que están siempre al margen de aquello a lo que pertenecen, no viendo sólo la multitud de la que son parte, sino también los grandes espacios que hay al lado.[…] Consideré que Dios siendo improbable, podría existir, pudiendo por lo tanto ser adorado; pero que la Humanidad, siendo una mera idea biológica, y no significando más que la especie animal humana, no era más digna de adoración que cualquier otra especie animal. Este culto a la Humanidad , con sus ritos de Libertad e Igualdad, me pareció siempre una revivificación de los ritos antiguos, donde los animales eran como dioses, o los dioses tenían cabezas de animales.»
«Me quedé, como otros de la orla de las gentes, en aquella distancia de todo a la que comúnmente se llama Decadencia. La Decadencia es la pérdida total de la inconsciencia; porque la inconsciencia es el fundamento de la vida. El corazón si pudiera pensar, se pararía»