Ya se podía intuir que algo iba al límite. «Bicho raro», «exagerada», «melodramática», «loca» son algunos de los cariñosos apelativos con los que he sido calificada a lo largo de esta existencia.
A los 8 años de edad decidí llevar un diario personal tras una discusión con mi madre porque no podía ser que hubiese olvidado lo que era tener 8 años. Para evitar incurrir en el mismo error que ella, tomé la resolución de ir tomando buena nota y describiendo al máximo los sentimientos, emociones y sensaciones que se me iban cruzando por el camino. Poner a salvo del olvido las experiencias, las vivencias y esos detalles que a uno le hacen ser quien realmente es.
Ayer se me confirmó. Y lloré tanto… inexplicablemente lloré hasta que me sangraron los ojos. A cada pregunta, a cada matiz, en cada punto, lloré como si no hubiera un mañana. Imposible de reprimir, las lágrimas se precipitaban solas. Detrás no había sentimiento de desesperación, desamparo, tristeza de los que suelen ir acompañados los sollozos. No, sencillamente el ver por escrito las situaciones EXACTAS por la que había pasado me hizo sentir cierto alivio. Al fin y al cabo, no estoy tan sola, ni soy tan rara, ni estoy tan loca. Es que hay personas que tienen una mayor percepción del entorno, captan las sutilezas y los pormenores que a otros se les escapan y el procesamiento mental de la realidad cuenta con más variables. Por lo tanto el tiempo de reflexión es mayor y así también lo son la indecisión, los dilemas, el entramado mental que se teje. No hay nada que sea blanco o negro sino que existen un sinfín de escalas multicolores que pasan de una tonalidad a otra arrastrando consigo el tiempo y el espacio.
A veces me sorprendo haciendo una labor cotidiana sin estar pensando en lo que hago. Guardo llaves, cocino, friego, me ducho sin siquiera ser consciente de lo que estoy haciendo. El foco de atención está en la sensación de aquel momento en el que me sentí de una determinada manera. Y la memoria recorre una y otra vez la avenida de la alegría, la calle de la tristeza, el callejón del desamparo mientras la tortilla va cuajando en la sartén.
A veces la indignación imaginaria es tan fuerte y la rumiación tan obtusa empecinada en recordar la herida pasada que el ruido mental se hace insoportable. Llegué a pensar que tenía TOC mental.
En cuanto a lo laboral se refiere, he hecho de todo sin llegar a quedarme con nada y he tenido dos vertientes muy marcadas y completamente opuestas. Una profesión vocacional que dé sentido a la vida y al porqué de las cosas. O todo su contrario: un trabajo alimenticio y pragmático que me permitiese vivir, sin calificativos.
En el primer caso, el mayor problema resultó ser un derivado del sinsentido global. La burocracia y la des-organización que desafía a toda lógica, al menos a la mía. El personal con rango superior al mío y cuyos atributos mentales ponían en entredicho cualquier resquicio de sabiduría o inteligencia humana/emocional. Haciendo principalmente gala de cobardía, egocentrismo, soberbia y demás perlas, para mí el recorrido laboral en la empresa en cuestión había tocado a su fin. Es por ello que he tenido muchos saltos laborales: o mis compañeros y superiores me parecen gentuza o sencillamente el trabajo se vuelve tedioso y el hastío que me provoca la rutina se torna insufrible vaciándome cada día que pasa. Entristezco de ver que mi mundo se va achicando y empobreciendo porque los menesteres para ganarse un pecunio devoran el tiempo que nos queda de vida.
A pesar de nunca haber deseado ni oro ni riquezas, hay unas necesidades básicas a las que atender, imperativos de la subsistencia. El dinero me parece insultante y me provoca un profundo asco que no sé cómo afrontar. ¿Pragmatismo? El mío casi inexistente y la resistencia que mis tripas oponen a él es casi invencible frente a la determinación que intento mantener en firme. Inadaptación total contemporánea o a la simple materialización de la energía que ha dado como resultado un cuerpo humano que precisa de comida, bebida, descanso para seguir respirando. También esto es un sinsentido.
Me abruma ver el devenir de las personas que no parecen, no sé cómo será por dentro, inmutarse de la ridiculez del todo. Tengo una mente dentro de un cuerpo que me obliga a nutrirlo para poder seguir viviendo. Como consecuencia me veo encadenado a cubrir unas obligaciones vitales sin las cuales dejo de existir. Es absurdo. ¿Para qué existir en primer lugar? La sabiduría de la Naturaleza la mayor parte de las veces me sorprende con perogrulladas de la suerte. Es todo una magna estupidez de la que no hay escapatoria posible, hasta que la naturaleza no lo desee porque la voluntad y la libre elección de interrumpir la existencia se considera locura y enfermedad.
Así, así, viajo a las profundidades oscuras de mi mente y la búsqueda de sentido termina por quitarle todo el sentido a la búsqueda porque la realidad es otra. Somos un caprichoso accidente de la naturaleza y debemos pagar justos, nosotros, por pecadora, Ella. Si es que alguna vez hubo una voluntad divina que no lo creo. Divago. Ya me voy, estoy de pleno en mi salsa, ese chapoteo enfangado que adoro y que no me hace bien alguno pero al que me he acostumbrado.
Entonces Isabel me diría: «Busca un cable a tierra. ¿De qué te sirve viajar a las cavernas pantanosas si no sales reforzada sino con más dudas que preguntas?» «Pues también es verdad» pienso y a la vez mis entrañas se resisten a salir del bucle mental. Tengo que aprender a cortar el puente que me une a la pregunta constante, a la excavación de la fosa séptica pero tengo miedo que al hacerlo parte de mi esencia se pierda porque, por encima de todo, soy un ser pensante. Creo que iré a correr un rato para mantenerme a flote en la superficie de la existencia.
Por cierto, si alguien ha llegado hasta aquí, ha leído toda mi basura mental y ha conectado con ella quizás valga la pena hacer el test, seguramente formará parte del lado oscuro.
Test Personas Altamente Sensibles