Krishnamurti, dinamitador mental ¿Cómo obtener la quietud de la mente?

«La verdad puede ser descubierta por cualquiera de nosotros, sin la ayuda de autoridad alguna; al igual que la vida, está siempre presente, en un solo instante.»

Me preguntaste si era posible acallar la mente, si se podía hallar un resquicio de sosiego en el parloteo incesante que esta mantiene consigo misma o aquietar el ruido que deriva de sus propias disquisiciones. Te respondí que sí, que era totalmente posible. No obstante, para ello se debe adquirir la costumbre de observarse a uno mismo sin la escición entre el observador y lo observado. ¡¿Cómo?!, Seguramente preguntarás.

No tengo una fórmula milagrosa y sólo me puedo basar en mi propia experiencia que he visto plasmada en las reflexiones de Krishnamurti. No te pido que creas a pies juntillas todo cuanto aquí escribo, sino que lo compruebes por ti mismo. Sólo podrás sacar las conclusiones pertinentes para tu caso observando tu propio proceso.

Doy fe de que cuando dejas de poner distancia entre lo que observas y tú, hay una aproximación espacio-temporal que viene a ocupar el lugar de la cháchara mental. Sólo observa de qué está constituída la verborrea incesante de tu ruido mental y quizás concuerdes en que el monólogo se compone principalmente de juicios, de miedos, de recuerdos y de proyecciones.

Son aquellos «debería ser» que no son y que, probablemente, nunca serán. Se trata pues de situaciones irreales. Estas son las conclusiones de alguien que se ha pasado la vida queriendo creer, adulterando la percepción de la realidad, amoldando mentalmente las situaciones para que me reenviaran una imagen satisfactoria que comulgara con mi ego. Quería decir que me parece lamentable, pero eso sería echar mano del juicio de valor y, por lo tanto, sería reforzar positivamente la implacabilidad del ego. En cambio, he optado por un enfoque menos moralista: sencillamente aceptar que la crítica es el reflejo aprendido y que, al alimentarlo, estoy incentivando comportamientos de la suerte.

Así que, me dejo estar tranquila, observo lo que es y, en esa observación minuciosa, no dejo lugar para que la mente me diga si está bien o está mal. Es lo que es y acepto que hay una parte de mí aprendida que me dice «esto no debería ocurrir». Pero lo cierto es que ocurre y cuando no trato de juzgar lo que ocurre, sino que lo abrazo y lo miro desde cerca, el hecho se transforma porque ya no intento cambiarlo, castrarlo o reprimirlo. Lo dejo pasar alertando a mi conciencia de que ese proceso es un reflejo que tengo. Así, todo cambia. No por arte de magia, sino por el mero hecho de acercar la luz de la observación a lo que ocurre en mi interior.

Y tu mente quizás esté pensando ahora mismo (o sería conveniente emplear el verbo batallar porque eso es lo que ocurre cuando tu mente rechaza la realidad en vez de comprenderla): «¿Irreales?¡¿Cómo que irreales?! si yo las cosas las he vivido, las he experimentado, las he sentido…»

  1. Irreales porque en el recuerdo intervienen la emoción y sensación personales de la vivencia. Ambas pueden y, de hecho son, una interpretación que hacemos de la realidad en función de lo que nos gustaría que fuese. Por lo tanto, en dicha interpretación entra en juego el trabajo de la mente en función de su experiencia, de su baremo y de todos aquellos deberían ser que responden a nuestro ideal.

  2. No sólo la mente altera a conveniencia la realidad como visto, sino que el recuerdo de esta es almacenado en la memoria y alterado oportunamente en función de lo que uno quiera creer. El recuerdo que queda de una experiencia cualquiera puede ser amargo o dulce, dependiendo de la parte elegida que uno se afane por alimentar.

  3. Irreales porque, naturalmente, las vivencias nunca experimentadas forman parte de lo imaginario. Son proyecciones nuestras de un posible escenario. ¿Cómo imaginamos? Echando mano de lo que conocemos. No podríamos imaginar sin las experiencias previamente vividas, es decir el pasado. Así pues, una experiencia no existente o futura se proyecta previamente en referencia a un pasado de tal forma que nos enfrentamos a lo desconocido desde lo conocido porque lo pasamos por el filtro de la mente el cual se compone de: la experiencia del pasado, del ideal irreal, del conocimiento adquirido por la vía social.

Las charlas de Krishnamurti hacen constantemente referencia al conflicto y al interés, tanto en lo personal como en lo social. Sus demostraciones son atemporales. Independientes del tiempo, pueden ser comprobadas y vividas a través del mismo, en cualquier época y lugar. No obstante, tengo que admitir que ciertos pasajes me desconciertan: «Observad, comprended y la realidad vendrá a vosotros» . En primera instancia lo entiendo pues sólo en la mera observación está la vivencia de aquello que se observa y, segundos después, cuando la mente despierta y pone en marcha el proceso de etiquetaje y clasificación con palabras y conceptos aprendidos, la observación deja de ser y volvemos a la identificación en la cual la observación se diluye. 

Como ya te comenté, el principal mal de esta sociedad es el acopio de conocimiento (religión de la cual yo misma he sido prosélita) que nos predispone a acumular dicho «aprendizaje» para luego regurgitarlo sin más. Con las miras puestas en el exterior se nos llena la boca diciendo que hemos leído a tal autor, que somos conocedores de la geopolítica mundial, que el índice bursátil de la economía de tal país peligra, que las inversiones en I+D (idiotismo y depravación) están al alza y un largo etcétera de conceptos que no tienen más que una labor: la distracción en favor de la apariencia.

Siempre queda bien en sociedad pecar de intelectual. «Ah,¿Pero acaso no has leído lo que está ocurriendo en la franja de Gaza?» «Históricamente, la guerra de secesión que tuvo lugar, como bien sabrás entre 1861 y 1865, bla bla bla», «La revolución bolchevique de 1917 engendró un cambio sustancial a varios niveles, como bien sabes»

Y, así, sucesivamente, se nos llena la mente de conocimientos que hay que saber porque sí. Ruido en definitiva. A alguien se le ocurrió que había que tener una cultura general y que ello era lo deseable y admirable. Lo hilarante de la cuestión es que nadie sabe qué contestar cuando preguntas «¿De qué me sirve saber esto? ¿En qué mejorará mi vida adquiriendo este conocimiento?».

¿Has hecho la prueba? Yo sí y, tirando del hilo, nadie sabe responder a por qué eso es deseable y admirable. Y las respuestas que he recibido no son fruto de la reflexión, sino que se trata de justificaciones automatizadas porque, a la que rascas las superficie prefabricada, sólo hay aire. Por lo tanto, llego a la conclusión que el «culto a lo general» forma parte de una creencia popular que no tiene un arraigo propio, sino que ha sido implantanda artificialmente en la estrechez e ignorancia de nuestras pequeñas mentes tan preocupadas por aparentar grandiosidad.

La miseria del alma queda revelada cuando intentas escarbar en las profundidades de la misma. El desierto más absoluto se revela. La vulgaridad, la estandarización, la pobreza de espíritu, la búsqueda constante de divertimento, de huida, de escape de uno mismo, la superficialidad más gloriosa oscurecen los destellos de la brillante armadura lustrada únicamente para la galería.

¿Qué significa el ser superficial? Significa esencialmente depender de algo o alguien, ¿verdad? Depender del estímulo, depender del reto, depender de otro, depender psicológicamente de ciertos valores, de ciertas experiencias, de ciertos recuerdos. ¿No contribuye todo eso a la superficialidad?[…]
Si tengo que cumplir ciertos ritos para mantener mi sentido de integridad o para recobrar algún sentimiento que pude haber tenido alguna vez, ¿no me torna eso superficial? Lo cierto es que todo este proceso de dependencia es una evasión de mí mismo; esta identificación con lo más grande es la negación de lo que yo soy.
Pero no puedo negar lo que soy; debo comprender lo que soy y no tratar de identificarme con el universo, con Dios, con determinado partido político, o con lo que fuere. Todo esto conduce a pensar sin hondura, y de este pensamiento superficial surge una actividad que es permanentemente dañina, sea en escala mundial o en escala individual. Cuanto más luchamos, más superficiales somos.
Debo ver eso en primer término, ¿verdad? Y esa es una de las cosas más difíciles: ver lo que soy, reconocer que soy estúpido, que soy frívolo, que soy estrecho, que soy celoso.
Si yo veo lo que soy, si lo reconozco, entonces de ahí puedo empezar. Lo cierto es que
una mente superficial es la que huye de lo que ella es; y el no escaparse requiere
ardua investigación, no ceder a la inercia.

En el momento en que me sé superficial, ya hay un proceso de profundización, si nada hago respecto de esa superficialidad. Si la mente dice “soy pequeño, mezquino; voy a examinar eso, voy a comprender la totalidad de esta mezquindad, de esta influencia restrictiva”, entonces existe una posibilidad de transformación.
Pero una mente pequeña, mezquina, que reconoce que lo es y trata de no serlo leyendo, reuniéndose con la gente, viajando, estando incesantemente activa como un mono, sigue siendo una mente mezquina.
Observad una vez más que sólo hay verdadera revolución si enfocamos este
problema como es debido.
El enfoque verdadero del problema brinda una
confianza extraordinaria que, os lo aseguro, mueve las montañas, las montañas de
los propios prejuicios y condicionamientos. Dándoos cuenta, pues, de que vuestra
mente es superficial, no intentéis volveros profundos. Una mente superficial jamás
podrá conocer grandes honduras. Puede tener abundancia de conocimientos, de
información, puede repetir palabras
; ya conocéis todas las galas de una mente
superficial que es activa. Mas si sabéis que sois superficiales, poco profundos, si os
dais cuenta de la superficialidad y observáis todas sus actividades sin juzgar, sin
condenar, pronto veréis que esa cosa superficial desaparece por completo sin que
actuéis sobre ella.
Pero eso requiere paciencia, vigilancia, no el ansioso deseo de un
resultado, de un logro.
Sólo una mente superficial desea un logro, un resultado.
Cuanto más percibáis todo este proceso, tanto más descubriréis las actividades
de la mente; pero debéis observarlas sin tratar de darles término, porque no bien
perseguís un fin, os veis de nuevo atrapados en la dualidad del “yo” y del “no yo”;
con lo cual continúa el problema.

Sé tú el cambio que quieres ver en el mundo pero olvídate de perseguir el resultado. Cambia para ti, porque proviende de una necesidad interna, porque no puedes continuar escindido entre tu mente que dictamina cómo deberías ser y lo que eres.

«Sólo existe el problema; no hay respuesta; en la comprensión del problema está su disolución«

Después de todo, el propósito de estas charlas es comunicarnos el uno con el otro; no es el de imponerles una determinada serie de ideas. Las ideas jamás cambian la mente, jamás originan su transformación radical. Pero si, como individuos, podemos comunicarnos el uno con el otro, al mismo tiempo y en el mismo nivel, entonces quizás habrá una comprensión que no es tan sólo propaganda… de modo que estas charlas no tienen de ninguna manera la intención de disuadirlos ni persuadirlos acerca de nada, ya sea de hecho o subliminalmente.

Asimismo, esta carta no tiene la intención de alterarte o disuadirte de nada, sólo comunicarte lo que un día me preguntaste. Porque te escucho silenciosamente, sin esfuerzo pero con atención plena. Te escucho con la mente abierta y no restringida a un solo canal estrecho y pequeño que trata de proyectar mis propios deseos por medio de aquello que estoy escuchando. ¿Puede uno dejar de lado todas estas pantallas a través de las que escucha, y escuchar realmente?

La escucha atenta implica la plena concentración y por lo tanto el dejar de lado las creencias y los aprendizajes propios. Cuando ello ocurre, la mente se aquieta, se vacía y se dispone a comprender. Sólo así, de esta manera, se puede acoger a lo nuevo. El mal llamado aprendizaje no es más que la acumulación de datos en la memoria es por ello que siempre que hablamos me dices que la sociedad no ha evolucionado más que tecnológicamente. Humanamente seguimos siendo neandertales.

Krishnamurti: «No hablo acerca de aprender una destreza, un idioma, una técnica, sino que me pregunto si la mente aprende alguna vez en lo psicológico. Ha aprendido, y con lo que ha aprendido se enfrenta al reto de la vida. Está siempre traduciendo la vida o el reto nuevo, conforme a lo que ha aprendido. Eso es lo que hacemos. ¿Es eso aprender? El aprender, ¿no implica acaso algo nuevo, algo que no conozco y que estoy aprendiendo? Si tan sólo añado a lo que ya conozco, eso no es aprender.«

Krishnamurti: «Por aprender no entiendo el mero cultivo de la memoria o la acumulación del conocimiento, sino la capacidad de pensar clara y sanamente, sin ilusión alguna, comenzar desde hechos y no desde creencias e ideales

Pero veo que el de las creencias e ideales es el más común de los males. Un mal que nos afecta y nos ciega sobremanera. Cuando entramos en contacto con alguien no lo hacemos desde la comprensión, sino desde nuestro ego, desde nuestra propia afirmación, desde esa escición que el «yo» marca y nos distancia del prójimo. Desde ese «yo» nos reafirmamos en nuestras creencias, nos enorgullecemos de ser aquello que pensamos que somos.

El pensamiento está formado de la memoria y es fruto del pasado y, gracias a él proyectamos el futuro pero desde el pasado. Jamás desde la novedad, sino desde el reciclado de nuestra acumulación de ideas, desde nuestro «yo», desde nuestro conflicto interior siempre pendiente de preservar el imperio del ego, no fuera caso que nos desdibujáramos y nuestro interlocutor se nos comiera. ¿Cómo es acaso eso posible? ¿Por qué seguimos apegados a aquello que nos produce conflicto interno, aquello que pensamos que debe ser pero que, a toda costa nos ha quedado patente de que no es?

Krishnamurti: «No hay aprender posible si el pensamiento se origina en conclusiones previas. Adquirir meramente información o conocimiento no es aprender. Aprender implica amar la comprensión y hacer una cosa por amor a la cosa misma que uno hace. El aprender es posible sólo cuando no hay coerción de ninguna clase. Y la coerción adopta muchas formas, ¿no es así? Está la coerción ejercida por la influencia, por el apego o por la amenaza, por el estímulo persuasivo o por formas sutiles de recompensa«

Suponiendo que busques la quietud de la mente, esta no llegará nunca porque es en sí misma el objetivo y, por lo tanto, cuando no halles lo que buscas te causará perturbación y conflicto. El problema de la consecución de objetivos es que el objetivio es el factor motivador y por lo tanto proviene de la mente, es pensado, no es sentido. Quien busca no encuentra pero quien trata de comprender halla la quietud que le permite no buscar el objetivo. Es todo un sendero a recorrer, no es inmediato sino que forma parte de un proceso de transformación interno que debe ser disfrutado porque es sanador y porque en él mismo encierra la experiencia vital y la razón por la cual estamos vivos.

Krishnamurti: «La sabiduría es algo que ha de ser descubierto por cada uno, y no es el resultado del conocimiento. El conocimiento y la sabiduría no marchan juntos. La sabiduría llega cuando hay madurez en la percepción de nosotros mismos. Si no nos conocemos a nosotros mismos, el orden no es posible y, por lo tanto, no hay virtud. Ahora bien, aprender acerca de uno mismo, y acumular conocimientos acerca de uno mismo, son dos cosas diferentes […]. Una mente que adquiere conocimientos jamás está aprendiendo. Lo que hace es acumular para sí misma información, experiencia como conocimiento, y desde ese trasfondo de lo que ha acumulado, experimenta, aprende; en consecuencia, jamás está aprendiendo realmente, sino siempre conociendo, adquiriendo.«

Krishnamurti: «Sólo una mente que no adquiere sino que siempre se halla en estado
de aprender, sólo una mente así puede comprender toda esta entidad que llamamos el «yo». Tengo que conocerme a mí mismo, la estructura, la naturaleza, la significación de la entidad total; pero no puedo hacerlo cargado con mi conocimiento previo, con mi experiencia anterior, con una mente condicionada, ya que entonces no estoy aprendiendo, sólo estoy interpretando, traduciendo, mirando con ojos que ya se hallan oscurecidos por el pasado.
«

Suponiendo que hayas llegado al final de esta kilométrica lectura, en este punto te asaltarán varias dudas (estoy proyectando en ti mi experiencia, error de la mente, observo y tomo conciencia, sigo). Las reflexiones de Krishnamurti son circulares por lo tanto, tomes la que tomes como inicio, llegarás al mismo punto. Estaré encantada de seguir escuchando tu idignación y perplejidad.

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