Hace un año conseguí ponerle un nombre a mi sensibilidad reactiva: Persona de Alta Sensibilidad (P.A.S) y, por desgracia, me crucé, literariamente hablando, con la madre de todos los PAS, Elaine Aaron. Esta mujer fue pionera en el descubrimiento del «Don de la sensibilidad», libro que no recomiendo a los que, como yo, han desarrollado una callosidad tegumentaria.
AVISO A NAVEGANTES:
Números 8 y 1 del eneagrama (probablemente también eneatipos 3, 5 y 7) si os da por indagar en las páginas de la Sra. Aaron, poned a un lado el sarcasmo y tapadle los ojos y oídos al crítico despiadado que lleváis dentro porque, si no, el deambular por sus líneas se convertirá en vía crucis.
Personalmente (tipo 1), a pesar de haberme desvestido de socarronería, me resultó insoportable transitar por lo que consideré una inflamación de los egos y una descarada inflación de la sensibilidad.
De repente parece que todo lo que ocurre en la vida de una persona sensible tiene que ver, precisamente, con su alta sensibilidad dejando a un lado con demasiada facilidad el efecto de la falta de educación emocional.
La señora Aaron se parapeta en su sensibilidad utilizando un vocabulario y unas analogías más adaptadas a otra cultura, supongo que la americana, donde la ñoñería es de recibo y la resistencia al aprendizaje es exacerbada. El excesivo centraje en la sensibilidad junto a metáforas del estilo «el cuerpo/ bebé» producen vergüenza ajena y obligan a abandonar sus páginas. Persistir es desconectar la neurona del contenido y, por lo tanto, perder el tiempo. El que ha mirado un poco hacia dentro, ha tratado de buscarse un mínimo ya es consciente de lo que Aaron intenta alumbrar. Las redes sociales e Internet se han ocupado ya de proclamar todas las corrientes que ensalzan la individualidad y la diferencia de cada uno de nosotros. «El don de la sensibilidad» ha quedado obsoleto.
Según el libro si no sabes poner límites es debido a tu alta sensibilidad y no al hecho de que nadie te haya enseñado a respetarte. La nueva era deja de culpar al exterior y empieza por tomar las riendas de la propia responsabilidad. Así, la falta de límites no pertenece al dominio de la alta sensibilidad sino de una alta falta de educación emocional.
Es muy fácil que, al leer el libro «El don de la sensibilidad», uno termine clasificándose como PAS porque los rasgos que determinan a un PAS son sencillamente los rasgos más humanos y ¿Quién osa no reconocerse en la humanidad y aceptar que es egoísta, caprichoso, desapegado e insensible?
Es demasiado fácil que el ego nos diga «Oh! todas las miserias que te han ocurrido tienen una explicación y aquí la tienes plasmada negro sobre blanco. ¡Es que eres demasiado sensible para este mundo!»
Creo que el mensaje del libro está inconscientemente dirigido hacia los eneatipos 4 y 2 y además habla en el idioma que estos comprenderán sin duda alguna. Por lo tanto, no es concluyente y está claramente sesgado y enfocado hacia una tipología de personas determinada. Ahora bien, si resulta que eres PAS pero no formas parte de los colectivos hipersensibles que se ofenden por cualquier nimiedad que ataque precisamente su sensibilidad, el libro no es para ti porque acabarás aborreciendo su lectura y dejarás de lado una valiosa información que quizás sí pueda llegar a alumbrar algunas de tus cagadas vitales.
A pesar de todos los «peros» esgrimidos, hay que reconocer que cuando uno no sabe lo que le pasa, el libro ciertamente ayuda. A medida que se va transitando por el autoconocimiento, la lectura de este pierde su razón de ser. Existen otras herramientas más valiosas para el autodiagnóstico y, sobre todo, para equilibrar las afectaciones engrosadas en demasía.
Por mi manera de comprender la realidad, con cierto desdén y criticismo despiadado hacia uno mismo y por extensión hacia los demás, he estado intentando huir de aquello que me parecía ser una máscara más del ego o una justificación más de la neurosis, una excusa etiquetada PAS para seguir dándole bombo y platillo a lo que fue una hipersensibilidad reactiva ante ciertas conductas o estimulaciones externas. Paradójicamente, tratando de resistir a la hipersensibilidad reactiva en contra del ombliguismo del que tiene metida la cabeza en el culo y no ve más allá de su nariz (es decir, de su propia mierda) he estado alimentando la hipersensibilidad reactiva opuesta.
El problema no es la mierda que hueles todo el día, el problema es que la realidad se acaba tiñendo del color de tus deyecciones. Esto mismo es lo que se ha terminado llamando proyección en el terreno del desarrollo personal.
Después de un año de lecturas únicamente de autores transpersonales, tratando de trascender el ego y viviendo en una nube de pedos teóricos en los que, me he vuelto a equivocar, vuelvo a las bases del eneagrama pero esta vez enfoco la búsqueda en el mundo material.
Está muy bien lo de trascender el ego y, de puertas para adentro, es genial ser únicamente esencia, lo dice una persona que vive fundamentalmente en un mundo conceptual, pero la realidad no funciona como uno querría y salir a la jungla pensando que no es necesaria la coraza porque nadie te puede herir es peligroso, físicamente peligroso. Mentalmente no tanto porque a uno no lo afectan sin su consentimiento. El único problema es que no se reconozca el momento en que se está dando el consentimiento.
El que es beligerante tiene su propia coraza, su ego, que lo salvará de las situaciones delicadas. El que vive pensando que el mundo es un océano repleto de tiburones y si no comes, te comen. El reactivo por naturaleza que habita en la constante autoprotección no tiene los mismos problemas de los que vivimos creyendo respirar amor. Nuestras propias deyecciones o proyecciones son las de pensar que todo el mundo te quiere bien igual que tú le quieres bien al mundo. Pues no, así no funciona y la mierda acaba oliendo a algodón de azúcar sin dejar de ser lo que es, mierda.
Los que andan huyendo constantemente por el miedo no reconocido de perder la autonomía o la independencia viven en la frialdad y son completamente inertes. Nada los mueve ni conmueve aunque ellos piensen que sí. Están desconectados de sus emociones. Ni el fuego abrasador, ni el frío helado.
Es una pasada, vivir en una nube de pedos bien lejos del asfalto. Levantarse pletórico y reventando de amor, sin otra obligación que la de ser uno mismo. Llenarse los pulmones con una bocanada de aire y vibrar sólo por el hecho de percibir que la vida está siendo exactamente como tú deseas y como lo habías planificado o buscado. Todo sale a pedir de boca porque se ha abandonado la lucha con uno mismo. Hemos dejado de no aceptarnos y sencillamente nos dejamos ser. Nos queremos por fin, tal cual somos, y transitamos por los dictámenes de aquello que sentimos que es la verdad. Hay una profunda conexión con nosotros mismos y los tres centros vitales: cerebro, corazón e instinto están por fin alineados. Vemos el mundo con claridad y vivimos como pensamos que es correcto vivir.
Todo es fantástico en nuestro mundo feliz. Estamos conectados a nosotros mismos, somos autosuficientes, independientes a todos los niveles y nuestro día a día está repleto de aventuras sin tener que salir de casa.
Sin embargo, es sorprendente la facilidad con la que un pequeño desliz debido a una mínima distracción nos hace caer de nuevo en un adormecimiento de los sentidos. Una ínfima e instantánea disipación de la atención y volvemos a tropezar con la misma piedra de siempre. Vuelve el personaje, el ego, el dictador, el conflicto, la no aceptación de «lo que es» y la contumacia de lo que «debería ser». Da igual los libros que hayas leído al respecto, que tengas la teoría clarísima y que sepas recitar la lección de carrerilla. Bastan 4 minutos de falsa ternura para caer de nuevo en tu propia trampa, tu propia mierda.
Lo único que sí es cierto es que cada vez cuesta menos reconocer la equivocación y ver un patrón de conducta demasiado familiar en ciertos aspectos. Especialmente cuando te encuentras viviendo la vida ideal que te habías planteado, te sientes invencible y ahí es donde supongo que la cagas porque te relajas y dejas de estar atento a las señales de tu cuerpo y, sobre todo, las de tu mente. De repente te afanas por conquistar territorios todavía inexpugnables en vez de permanecer en la actividad inmóvil o en el inmovilismo activo.
Algo he aprendido esta vez en el terreno emocional. Aunque ya lo supiera y lo hubiera experimentado en otros ámbitos, no había tenido la oportunidad de llevarlo a la práctica desde esta perspectiva que ahora tengo. Ciertamente, lo había entendido con la mente pero no se puede decir que lo hubiera comprendido con las tripas, por lo tanto, no lo había comprendido en absoluto.
No hay que salir a buscar nada, todo lo que tiene que llegar naturalmente llega. De momento pienso que esa es la única manera, en mi caso, de relacionarme con la realidad. Si salgo a buscar ya estoy en una actividad que no me corresponde naturalmente. ¿Cómo lograr atraer oportunidades? Estando alerta pero sin buscar. Sencillamente vivir la vida que se ha elegido vivir pero poniendo toda la conciencia en el momento presente. Y parece una estupidez más de esta nueva era, un mensaje trillado y casi «trallado», una repetición de los grandes pensadores o de la psicología humanista o no sé qué otras mierdas trendy pero he comprobado que sólo así todo lo que aparece en tu día a día es genuino y original. No hay nada impostado o forzado, sencillamente aparece mientras vas a comprar al lugar de siempre. Aparece cuando haces tus actividades normales. Si eres un buscador incesante y estás profundamente descontento con la realidad, como es mi caso, pero ya no te perturba porque en tu vida estás en paz contigo mismo, entonces estarás seguro de que lo que aparezca en tu camino sea algo que esté en consonancia con tu ajetreo natural.
Si una persona decide un día hacer algo excepcional «para hacer algo diferente», todo cuanto aparezca en el decurso de la excepcionalidad será falso y no se corresponderá con lo que esta persona vive cotidianamente.
De momento hasta aquí.