Qué tristeza, qué derrota, cuánta dignidad destripada,
Cuánta dignidad rota en los derroteros cuya baliza de piedra caliza
marcaba ya la inclinación izada por nuestras sogas al cuello.
Crónica de un amor anacrónico: mi vida.
El faro no alumbró suficiente
Del torno de alfarero no surgió una pieza singular, sino un plural a piezas
La esencia se quedó sin aroma
A las flores primaverales las sorprendieron las tardías nevadas
La música sin melodía deambuló melancólica por avenidas sin idas de corcheas arrítmicas
Dejé de saber abrazar tu seguidilla, perdona.
Surcar tus profundidades excesivas para mi tempestuosa impetuosidad
Resultó en hondura desorbitante, matamos al romancero de Roma.
Los cuatro vientos nos hicieron zozobrar hasta naufragar
Tu barco zarpó sin mí a bordo, quedé rezagada
Sumergida por la avalancha emocional
Anegada por el maremoto sensorial
Ahogados los sollozos, pensando, cada uno en su trinchera
Tú sintiendo demasiado y de mí ruchando la ira
Tus lágrimas dolorosas en paños por años de sufrimiento negligido
Aprisionado por tus pesares dejaste de ser.
Mis palabras aguijoneando la amargura de tu debilidad
Propulsadas como dardos venenosos
Esta boca que jamás se equivoca errando el tiro
Creo que nunca fui porque quise ser lo imposible.
Pero tú querías poesía y este piquito de oro supo susurrar
tus oídos triaron aquello que desearon,
tus ojos se prendaron del mechón blanco,
diferente, pero tan similar al resto de colores.
Yo quería un poema platónico y quedó en un plato lacónico
Ahora, las sobras para los gatos que hambrientos de ti estarán
Y las obras inciertas y magras para el anacoreta que estas palabras lanza
para alimentar la panza vacía, sin hambre alguna de nada más.