«A veces solo necesitamos un pequeño recordatorio»
Y eso mismo es lo que hace Gina. Esta maravillosa mujer nos ayuda a recordar quiénes podemos llegar a ser porque está impreso en el cielo desde el momento de nuestro nacimiento. Os dejo el link para que ella misma os lo cuente y yo paso a compartir mi experiencia por si hubiese algún escéptico en la sala. (Dadle click a la foto)
Para los escépticos:
No trato de convencer a nadie porque no hay necesidad alguna. «Quien quiere busca la forma y quien no quiere busca excusas» Si has llegado hasta aquí será que buscas, como yo en su día busqué buscarme. Comparto mi pequeña experiencia como alumna aventajada en «esceptología».
Criada por dos padres médicos, científicos de pura cepa, aprendí que cada cosa debía poder explicarse, en caso contrario, es que no existía. No obstante, la experiencia es un grado y, poco a poco, el discurso de ambos progenitores fue virando hacia «hay cosas que no se pueden explicar, la gente se muere cuando se tiene que morir.»
Supongo que la medicina tiene como poder dar un baño de humildad a todos estos personajes que salen de la facultad endiosados por detener la potestad de curar, dar la vida y la muerte solo por saber alterar químicamente la composición corporal. Es bonita la experiencia de verlos envejecer. Ahora ambos se están convirtiendo en dos viejecitos adorables, aprendiendo a devenir fruto del pasado. Están colgando los hábitos aunque el pulso con el ego les está costando sobremanera.
Tras casi siete décadas sobre este planeta, han transitado por situaciones que no podían ser casualidades. Aprendieron que «Dios, no juega a los dados», que las cosas suceden porque tienen que darse en este preciso momento y de esta forma y que, por ello, todo es perfecto. No hay más. Y eso mismo me está aconteciendo a mí, solo que más pronto. Los cambios sociales se operan cada vez más rápido y la juventud está abandonando el arcaico sistema científico, el templo griego del conocimiento, antes de llegar a la treintena.
¿En qué medida este escepticismo mío respondía al miedo? ¿En qué medida era fruto de la prepotencia científica? Hablo como arrogante «cientófila» que fui donde si las cosas no podían ser demostradas científicamente entonces no tenían derecho a ser consideradas en absoluto.
Sin embargo, me percaté de que la etiqueta «demostrado científicamente» empezó a adoptarse de maneras diversas y erróneas y jugaba, a su vez, con la credulidad de los soberbios que, como yo, creían ciegamente en la ciencia. Y digo bien «creer en la ciencia» porque nuestras mentes de personas normales, no científicas, son incapaces de comprender la demostración de ningún teorema, ni siquiera a un nivel básico. Así que, haciendo gala de la prepotencia (aprendida) que me caracterizaba, redoblé en esfuerzos por huir de todo aquello que sonaba a esotérico o no demostrable. Me definí como prosélita de la ciencia sin advertir que estaba haciendo exactamente lo mismo que los fervorosos creyentes a los que criticaba.
Año tras año, me fui pegando hostia tras hostia porque dejé de escucharme pues las sensaciones corporales podían responder a cualquier cosa no científica. Cada uno de estos golpes iba incrementando en intensidad hasta que llegó EL gran Guarrazo, en mayúsculas, que me obligó a cuestionarme a mí misma. Tuve que deponer las armas y aceptar que, efectivamente, «Dios no juega a los dados» y que la vida va en serio aunque parezca una broma.
Empecé a transitar por el sendero del autoconocimiento, primero con el eneagrama que me enseñó cuán larga era la sombra del ciprés. El problema con el eneagrama es que esa oscuridad se puede terminar enquistando y encerrando a la persona en una creencia. El convencimiento de que uno es su propia sombra. Por supuesto que las compañías de las que me rodeé apoyaron esta visión de mí. Por lo que fuera, no importa la intencionalidad del prójimo, la apoyaron y me acabé acartonando en esta imagen tan negativa de mí. Alguna persona me comentó recientemente con toda confianza lo mal que me trataba a mí misma y las cosas tan feas que decía de mí, a lo que yo le contesté que en absoluto, estaba siendo generosa conmigo misma.
En segundo lugar di con una persona muy especial de la cual ya hablé en su día: Marc Granja, entrenador mental, profesor de meditación y gran amigo al que quiero con devoción y con el cual pasamos por los mismos estudios científicos. Compañero de universidad, compañero en la extrañeza y en la alienación de un aprendizaje/ adoctrinamento que no respondía a nuestras esencias. Ahora comprendo por qué la vida nos cruzó. Con sus «5 meditaciones de estar por casa» (curso gratis al que se puede acceder en el link), tomé contacto por primera vez con la meditación y, naturalmente, descubrí un camino mucho más sanador y profundo. Con su profesionalidad y pasión por lo que hace, me ayudó a descubrir el poder de la mente y la sugestión.
El poder de la meditación es inimaginable pues te obliga a bajar al cuerpo, a lo único que realmente tenemos para guiarnos por este mundo. No es la mente la que nos orienta, es el cuerpo y nuestras percepciones. También dejo un link a su página para que él mismo pueda hablar por él. Siempre me dijo que era «un palo de tía» porque no paraba de cascar. Y viendo el artículo, que tenía que ser relativamente corto, efectivamente, no puedo evitar darle la razón. Gracias Marc por tus cuidados y dedicación.

Finalmente, la meditación me llevó al firmamento, donde el resplandor de la estrella Gina, me guió hasta el centro de mí misma. Me tomó de la mano, me acogió en su pecho con un amor maternal sanador que limpió una gran y profunda herida que nadie, ni siquiera yo, había podido ver. Un regalo para el alma, pura aceptación y una comprensión que reparó un vínculo desde dentro. Sentí una cálida y reconfortante manera de tratarme que me hizo darme cuenta de que, en efecto, la observación era cierta, no me estaba tratando con cuidado. Gina es mi estrella polar, es la que definitivamente me ha guiado por el sentir, por la emoción y para la cual solo puedo tener palabras de agradecimiento profundo.
No pude dejar de emocionarme con su dulzura. Es sencillamente maravillosa, pero no solo. Es capaz de leer con humildad el cielo y el alma de quién tiene delante. Su candor obliga a buscar la bondad dentro de uno mismo, una bondad escrita en las estrellas. Gina empodera a las personas con su discurso enérgico, pero lo que tengo que destacar por encima de todas las cosas es esa ternura que desprende y derrite el mineral más compacto.
Llegué con unas creencias tan arraigadas, tan negativas, tan sedimentadas por la visión de aquellos que no ven más allá de su persona que no me acordaba de mi luz. Lo maternal y dulce que soy aunque la vida me haya enseñado a protegerme sacando la guerrera que llevo dentro. Gina me recordó la inmensidad y profundidad de mi feminidad, de mi creatividad, de mi bondad y disposición para ayudar a los demás. De cómo, mal utilizada esta energía, me puede hacer caer en la dependencia emocional y dar de comer a los vampiros emocionales que revolotean siempre por los alrededores. Encontré en ella una persona vitamina.
Recomiendo a esta maravilla por su profesionalidad, su calidez y su disciplina. Un amor tan grande por lo que hace, una manera de tratar a las personas que hace sentir especial. Transmite un vínculo afectivo que te reconecta contigo mismo. Es realmente especial y, por ello, dejo su link aquí, para aquellos buscadores que estén preparados para reencontrarse con ellos mismos en el momento de su nacimiento, cuando la vida no había tocado todavía una sola hebra de nuestra esencia divina.
Si la vida me cruzó con ella es porque estaba preparada para recibir su mensaje, es porque lo estaba buscando, porque me estaba buscando a mí misma entre los escombros de la estatua de mi ego que estoy tratando de derribar. La imagen de uno mismo es capciosa y nos encierra en nuestras creencias limitantes, unas creencias que nos impiden desplegar todo nuestro potencial.
Unas últimas palabras que tratan de desmitificar la carta natal. No es esoterismo, ni vamos a descubrir qué esconde el futuro, pero algo más grande tiene que haber cuando las casualidades no existen y todos somos una consecuencia de nuestros actos y de los actos de otros que llegaron a la tierra mucho antes. A veces, necesitamos un pequeño recordatorio sobre quiénes somos en el fondo y qué potencialidades tenemos.
La vida se opera a través de desconexiones esenciales, a través de aprendizajes para la supervivencia. Es lo lógico y natural ya que el instinto del animal que llevamos dentro nos obliga a sobrevivir. Los años y los palos sentimentales, laborales, familiares fuerzan el alejamiento de nuestra esencia pues vivimos en una sociedad desconectada a la vez que hiperconectada. Si tan solo utilizáramos el 10% de esta hiperconexión tecnológica para hacernos el bien, estoy convencida que otro sol amanecería.
Estamos al borde del precipicio social, de la catástrofe medioambiental, de la extinción de la especie y la única manera de salvarse es mirar hacia dentro.
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Post #6: Feliz día de Reyes.