Todos hemos tenido desavenencias porque es natural no estar de acuerdo en todo. La comunicación no violenta se debe cultivar porque no es algo que se nos enseñe en las escuelas, por desgracia. Y lo dice una persona a la que le cuesta aplicarse las normas porque en el momento de rabia y de ceguera, recordar por encima de la autodefensa el amor, es complicado.
Aquà dejo el decálogo de las buenas discusiones, esperando que le sirva a alguien:
- Buscar el momento adecuado
Mejor en persona y cara a cara en un entorno tranquilo y sin prisas. Expresar enfado o hablar de las cosas importantes y aprender a comunicar desde el «yo siento» - Escuchar y empatizar
Permanecer atento a lo que la otra persona dice. Se debe mostrar interés por comprender su realidad, su realidad más profunda y no cómo nosotros percibimos su realidad desde nosotros. No podemos comprender totalmente la neurosis del prójimo porque no es nuestra pero sà que podemos mostrar interés por comprender haciendo preguntas. Asà el otro se siente escuchado y no ninguneado. - Respetar los turnos de palabra
No dejar terminar a la otra persona de hablar es una forma de invalidar su discurso y de ningunearla. De esta manera se está comunicando a la otra persona que sus palabras no tienen la menor importancia y por lo tanto que esta persona no importa ni tiene el más mÃnimo interés por saber cómo se siente. - Criticar las conductas y no la persona
Desde el «cuando haces esto, me siento asû y nunca desde el «eres o has hecho que me sienta asû. Se llama responsabilidad afectiva propia. El otro jamás puede hacernos sentir de ninguna manera. Nosotros nos sentimos como nos sentimos porque cada uno tiene sus neuras - Aceptación
La otra persona tiene su propia mochila emocional y eso es lo que marcará las diferencias entre ambos y la manera de ver las cosas. - No atribuir intencionalidad
Cuando nos sentimos heridos por otra persona solemos atribuir a los demás intencionalidades negativas pero lo cierto es que los que nos hieren no tenÃan la intención de herir. Nosotros nos sentimos heridos por esa mochila que acarreamos. Es bueno revisar el porqué de nuestras reacciones emocionales - No dejar que el enfado hable por nosotros
Hablar no es gritar ni ironizar. Es importante no usar el sarcasmo que es una manera de invalidar al otro. Todo esto puede causar una actitud defensiva en la otra persona y lo que pretendÃa ser un espacio seguro se puede convertir en un espacio hostil. - Pensar en el vÃnculo que une a ambos
Para discutir siendo un equipo hay que tener presente lo que se es. Seguramente se trate de una persona a la que se quiere mucho, no es el enemigo y el espÃritu de equipo tiene que palparse. Se juega en el mismo campo y no desde una posición individual. Lo que ocurre es que al sentirnos heridos percibimos al otro como el agresor y nos ponemos en posición de vÃctimas porque no hemos curado lo que tenÃamos que curar. Seguimos respondiendo de manera irresponsable.
- Hacer autocrÃtica y pedir perdón
Dejar el orgullo de lado y pedir perdón o disculpas. Cuidado con las pedidas de perdón porque se puede convertir en un hábito que perpetúa la irresponsabilidad. Si cada vez que herimos a alguien pedimos perdón estamos pidiendo permiso para existir. Si el otro nos perdona, le traspasamos la responsabilidad a él. A veces podemos decir «gracias por disculparte pero no te perdono, ve con más cuidado la próxima vez». - Recalibrar la relación
Si las discusiones se repiten y este método no funciona es que a lo mejor estamos poniendo energÃa donde no toca o con la persona equivocada. A lo mejor es la persona correcta pero no es el momento de coincidir. En este caso aceptar que hay que marcharse es importante y saber que va a doler pero que por el bien de ambos hay que deponer las armas y dejar de luchar por algo que, de momento y a menos que cambie la tendencia, no puede ser posible. Irse de un lugar con ganas de quedarse, duele. Dejar de coincidir con una persona con la que se pensaba que se iba a conectar toda la vida, duele. Reconocer que uno se quiso muy poco por querer más a otros, duele. Reconocer que se intercambia la propia felicidad para el beneficio de otros, duele. Pero es un dolor necesario para reconocer que cada uno de nosotros tiene su valor y aceptar que merecemos ser escuchados y respetados. Crecimiento con dolor y aceptación.