La diferencia entre lo que por alguien se siente y cómo esa persona nos hace sentir: 2 conceptos que nadie nos explicó. La escucha de uno mismo nace del reflejo.

Se equivocó al sentenciar:

-Volverás, de aquí a dos meses, cuando te sientas sola, volverás. Me utilizarás como una marioneta porque eres fría y despiadada.

Ella lo miró con una lástima altisonante y un amor contrahecho. Un amor en condicional compuesto de auxiliar. El amor solo no bastaba para toda una vida juntos. La idea utópica de la incondicionalidad, de la universalidad era hermosa en cuanto a idea. Ella, no obstante, vivía en un mundo material de tres dimensiones. Simple, llano y extremadamente complejo.

-¿Qué se siente al mover los hilos de esta marioneta? Mírame y dime ¿Qué se siente? Ahora ya me puedes desechar.

Ella se cayó callando. El callo del alma ya estaba formado, no dolía más de tantas veces que había dolido. No quedaba lo perenne, si es que lo hubo. Ya no se admiraba, no existía el límite entre lo apreciado y lo despreciable. Como un gran sabio le dijo mucho más tarde, «Lo mucho agota». Y así fue. La excentricidad, la fantasía, la (hiper)sensibilidad se convirtieron en vertederos de demasía causando la náusea exacerbada.

La inocencia fue hermosa hasta que se convirtió en arma de doble filo. Bajo su manto, se amparaba la dependencia, la irresponsabilidad y la mala educación del capricho. La ayuda se apreciaba hasta que vivir de prestado, a lo bohemio, corrió en contra de sus afectos personales provocando efectos personales. Ella terminó callando pues por cada «me siento» espetado rebotaba un «te lo inventas». Una lástima de todo, una espina de pena, una tristeza abismal, un hueco estomacal.

De aquella efigie de luminosa belleza, de cándida mirada y niñez olvidadiza se desprendía un humo negro y venenoso que reptaba en la sombra. Ahí estaban la acusación, los intentos de culpabilizar al prójimo, el «yo mímismo» cabalgado a lomos de un vulgar tocino. Lo mucho agotó el amor inconcluso concluyó.

Podía sentir su carisma, su ingenio, su belleza, pero la interacción con él la convirtió en inexistente. Ella podría haber estado en presencia de Dios y, sin embargo, recibir una inatención, sentirse ninguneada y, aquella, era la verdadera experiencia de su relación. No importaba cuánto ambos habían apostado por la unión. No funcionó. Los accidentes ocurrían por mucho empeño que se pusiera.

Cerró la puerta tras de sí. Encendió el motor del vehículo y condujo ocho horas sin mirar atrás. Sabía que las consecuencias llegarían, pero el segundo de coraje necesario para salir ya había pasado. La manzana estaba enseñando los ojos. A la vuelta de la esquina la página en blanco, otra vez.

Finalmente, tras meses de terapia fue capaz de separar dos cosas esenciales que nadie le había explicado:

Lo que uno siente por alguien (real o ficticio) es la PROYECCIÓN y debe separarse de cómo la otra persona nos hace sentir, siendo esto el REFLEJO.

Desde una óptica de responsabilidad afectiva la frase suena errónea pero no, no lo es. Lo que uno siente es responsabilidad propia y nada tiene que ver con que no nos guste el reflejo. Pero ese reflejo, esa sensación es real y aprender a verla es escucharse. ESCUCHARSE.

Aun así y a pesar de todo, hay días en los que la ausencia es presencia que duele.

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