Carta a Marga: Amargura de amar la armadura oxidada

¿Fue aquello amor o lascivia a primera vista? ¿Existe siquiera el amor a primera vista más allá de los cuentos de hadas? ¿No será acaso el reclamo victorioso de los ganadores? ¡Triunfó el amor! A toro pasado, el esfuerzo se viste de etiqueta. En nombre del amor se realizan tantas gestas, no todas ellas admirables. Siempre he pensado que lo difícil es mantener, nunca empezar.

Los comienzos son todos dulcemente inconscientes. Son momentos de intensidad mórbida donde el paroxismo de la pasión nos engulle abotargando los sentidos. Estamos drogados de amor, el placer que no felicidad, se basa en el estímulo de dopamina. Toxicómanos en otra dimensión, llenos de atenciones. Y las intenciones ¿Dónde quedaron?

¿Fueron reales, pasajeros o pajeros los instantes que quedaron instalados para recordarnos que el amor murió en la A sin llegar a rozar tu nombre?

Veo el aleteo de las mariposas exquisitamente posadas sobre la finura de tu rostro y su efecto en mis entrañas. Fuiste un poema, un frenesí, una ensoñación creados por mí, para mí. Mi propia sustancia alucinógena. ¿Cómo dopar de sentido la existencia? Estabas hecha para agradarme y degradarme. Te busqué. Te llamaste de otros nombres, sin embargo, siempre fuiste la misma, amarga como amargos fueron mis besos, incubados en marismas putrefactas y estancadas. Íncubos que son yo, que soñé.

Nadie tuvo la culpa y ambos la tuvimos. Y me dirás «la culpa no existe». Llamémosla pues responsabilidad si así te place. Fue la nuestra una exudación de rápida oxidación. Tu luz, tu divinidad, este empecinamiento en ver únicamente la belleza en la luminosidad forman parte de tu armadura oxidada.

Mi desconfianza como herida, la ira cual cicatriz y los muros inquebrantables de esta fortaleza erigida con los años de arañazos me sirvieron para no sufrir y me separaron de la humanidad más básica. Un fuerte a prueba de ángeles y demonios. Se impidieron los puentes hacia uno mismo, en tu casa y en la mía.

La tuya fue sin duda el velo de mansedumbre obligada del que pretende ver imperativamente lo hermoso. La dulzura que amarga porque impide el fluir de la ira. Mi amargura fue, en cambio, simplemente ella. Sin disfraces.

A mí se me escaparon unas gotas de rocío en la negrura del alma, a ti unas gotas de veneno en tu prosopopéyica blancura. No supimos desprendernos de nuestras viejas armaduras oxidadas. Recorrimos el sendero de Mordor y aun así cada uno hizo lo propio.

¡Qué lamentablemente estúpida es esta raza humana! Se cierne la oscuridad con el manto de la inconsciencia que hoy debe abrigar esta piel de verano.

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