Se levanta el día sin mí pues la noche me ha tenido velando sus diatribas costumbristas. Desvelada, a la luz de la sombra, ejerzo como poeta de la oscuridad, asceta a medias de rejilla pues el deseo de hablar es más fuerte que el de callar. Comedida y con la medida muy tomada, no te pido prestado un buenas noches por si estas resultan demasiado espesas.
Marca tendencia esperar el día que no llega. ¡Que llegue el día! ¿A quién tengo que rogar para…? No, no imploro más. Es un tormento que siempre acompaña al exceso de acción.
Oigo la murga del silencio, el repiqueteo de la lluvia y el rumiar constante de la ansiedad que me roe los adentros. Como la tortura de las ratas atrapadas y alentadas por el fuego, se cava un agujero cuyo dolor emigra al bajo vientre. Soy el dolor entre tus piernas, eco, eco, eco. Silencio.
Las luces del alba se cuelan por las persianas, pero el ahogo no ceja, sino al contrario incrementa en redundancia. No hay rendición tampoco por mi parte. Estamos todos en un jolgorio a(d)vertido, pero nada divertido.
La mente no cesa tampoco de atizar leña al fuego, el fuego de la lejanía. «Solo cierra los ojos y duerme». Cierro los ojos y duermo. «Duerme. Duerme. Duerme joder duerme». No es tan difícil, pero la canción de la fiesta se pone más pesada. Todo es bullicio en este lugar del mundo de cuyo nombre es imposible acordarse.
Un sueño más despilfarrado entre las sábanas de tela barroca.