El espíritu de la golosina (2/2): Colosal golosa de subida, libre. El chucuchú del tren ¡Oh sí tooooo!

… mis putos puntos suspensivos… del texto anterior

Mi hiperestesia iba en aumento por el cese de la toma analgésica de la que había estado inconscientemente abusando. De alguna manera, había logrado una fórmula anestésica a base de movimiento continuo así fuera físico o mental, todo con tal de no sentir. Pensar, hacer, facer servían para evitar padecer. El sufrimiento era evitable y mi ketamina personalizada había ido admisnistrándose deliberadamente y en dosis cada vez mayores desde los albores del 2021.

En paralelo, corría él por los mismos derroteros. Se había alejado de todo desde el año 2020. Nunca fue especialmente flexible pero se había convertido en un palo de escoba para no sufrir. Ambos nos habíamos disociado de nosotros mismos y nuestro fortuito aunque nada casual encuentro se había magnificado mecido por las ganas de dar.

Nuestra red se urdía a diario. Con él todo fluía de manera natural y hasta lo que con otros me hubiera podido parecer extraño, tomaba un calibre de mofa que se desnudaba de todos los ambages dramáticos ante la muy sobrevalorada existencia. Aún así, dimos la bienvenida al histrionismo al cual éramos adeptos de maneras muy diferentes lo cual confería al todo una comicidad cómplice. Todo era fácil y, acostumbraba a ensamblar engranajes imposibles, a multiplicar panes y peces y a sacar conejos de la chistera para que las cosas naturalmente divergentes convergieran, me sentí impresionadamente aliviada de no tener que hacer nada que no hiciera sola.

Así pues, entre departir y partir me quedé pariendo textos cual posesa y, paso a paso, sin saber exactamente cuándo, los escritos fueron incluyendo a mi nuevo amigo, pues supo deslizar una mano de sigilo entre mis líneas. Una infinidad de «correos» nos enfermaron abrasándonos ( ay papi chulo, abrásame todita, golosita y disfrutona). De combustión espontánea la mía, y sostenida la suya se incorporó a mí en un acople cauteloso y perfecto.

Primero se mudaron las ganas a las que siguieron los juegos de palabras rotas y de palabrotas descompuestas y recompuestas. Deshacíamos el mundo en largas misivas sin misión más que el disfrute por el placer de destruir y remendar. Dinamitándolo todo terminamos incluso con nosotros mismos pero desde el ludismo, dejando el nudismo para momentos de ternura, aséptica al principio, que no tardaron en llegar, sin llagar y de forma sorprendentemente natural, como la extensión astral de lo terrenal. No pasó nada y pasó un universo de prosa y de prisa.

El único alimento que probé en los dos primeros meses fue él y ni siquiera era nutriente físico aunque nos devoramos con frugalidad e impaciencia. Recuperamos las olvidadas costumbres de otras épocas que no eran más que epístolas imposiblemente largas. El corazón se devanaba a medida que pasaban los interminables días.

-¿Cuándo nos veremos?

-Todavía no, solía decir él.

Aquella respuesta, combinada con la cortísima mecha de mi paciencia, alentaban una desesperación que culminaba en desilusión metabólica propia del que nada espera de la vida. Tal había sido mi voluntad consciente: dejar la ilusión de lado y perseverar en el cumplimiento de lo cotidiano como proeza exuberante. Aquella lógica imperaba como un cáncer que se imponía en la fachada de mi loada rectitud. ¡Apechuga hermosa! En el fondo, sin embargo, sentía una quemazón muy conocida que debía ser reconocida como tal para ser curada: la sensación de rechazo que reptaba en la sombra. En ningún momento fui rechazada, si bien todo lo contrario, me sentí, no obstante, repudiada y nada tuvo él que ver con mi profunda herida que afloró en varias ocasiones hasta que me di cuenta de ello y la dejé secar al aire libre. Se formó una costra y de ella quedó una cicatriz que al tocarla provoca un malestar reflejo de lo que allí anidó por tantos años.

Junto con el rechazo, la traición y la injusticia que no se presentaron en ninguna ocasión con él, pero que descubrí en otros pertrechos a manos de múltiples verdugos mucho menos sensuales.

Todo cuando ocurría quedaba suspendido en el éter y alimentaba una cosa mucho peor que lo meramente físico, contribuía a agrandar nuestra ya de por sí fértil imaginación.

Descubrí en él la quintaesencia de la sensibilidad, pues no era una alma sensiblera, sino genuinamente humana sin hiperplasia afectiva, pero con genuinos afectos.

-Todavía no. Todavía no. Todavía no.

Aquellas palabras dejaron de aguijonearme porque descubrí mi agujero, pero no por ello dejaron de influir en mi desesperación provocando en mí la más absoluta impotencia y frustración. No quería hacer nada porque así me lo había prometido a mí misma, así que, haciendo caso de la salvaje, compré un billete de avión sin previo aviso.

En ciertos casos prefiero pedir perdón que permiso y, este, era uno de ellos.

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