Sant Jordi 2023: El día del libro y la rosa. La nueva leyenda acorde a los tiempos que corren, corroen o sencillamente en los que corremos.

¿De qué color es el caballo blanco de San Jorge? (era Santiago, como la torta, pero bueno, no importa, adaptación new age)

LA NUEVA LEYENDA siglo XXI:

Juro solemnemente que TODO, excepto los nombres de los personajes, es cierto. Ocurrió en la realidad de la misma forma que se narra en estas líneas.

Hoy Jorge se llamaría algo así como Kevin Costner de todos los santos, sería youtuber, vegano, practicaría el yoga derrotando a las fuerzas del mal con frases idílicas fruto de sus viajes astrales con el peyote. No estaría en disposición de salvar a nadie más que a sí mismo. Hoy se encuentra de viaje por Australia, mañana en Nueva Zelanda y la semana que viene se va de misión a la India para buscarse a sí mismo. Namaste Kevin, no amaste ni amarás hasta que te quedes en casa y dejes de hacer el imbécil.

La única cosa que parecía mantener viva la tradición era la capota con la que cada 23 de abril se cubría el cielo, los tenderetes callejeros al borde de las carreteras vendiendo rosas y aquellos que ponían a disposición los libros más vendidos, las novedades vacías de interés, mal escritas, mal traducidas, sin un ápice de alma entre las líneas.

A la ciudad sin ley, «Can Bola d’Art», iban a parar todos los parias sociales. Estaban los munillos que tocaban la guitarra y se emborrachaban con los adictos a las anfetaminas en plena noche de sábado. En Bola d’Art vivían el Antonio y la Loli que se llamaban del nombre del cerdo cuando se terciaba la oportunidad de sacrificar algunos minutos de tedio vital. Ya se sabe que la confianza daba asco. Todo había empezado porque a la Loli se le había antojado ir de vacaciones y el Antonio le decía que la economía no daba para tanto y que se tendría que conformar con un bocata de salchichón en la playa. La Loli, montada en cólera, terminó por espetarle un:

-¡Te huele el culo!

A lo que el Antonio, indignado por aquel agravio tan bajo y soez, le respondió:

-¿Cómo me va a oler el culo si me duché ayer? A ti sí que te huele el culo.

Los sonetos entre las pa(re)jas de amor tampoco son lo que eran.

Con los guardianes del orden de resaca y sus habitantes enfrascados en amores de declaración o declinación aromática habría quedado la ciudad sin ley a merced de «El dragón», un depredador sexual hijo de Narciso con la variante genética de «el pollo», un ser vacío de contenido, barato y de producción en cadena a pesar de su falsa y grandilocuente imagen.

Este engendro, sin salir de casa, «apatrullaba» la ciudad cual «Torrente». Calvo, gordo y sudoroso se escondía de las miradas femeninas pues generaba tal grado de repulsión que ni él mismo era capaz de mirarse al espejo. Debido a la repugnancia física que provocaba, había aprendido a acechar a sus víctimas por Internet y, cual camaleón, animal de sangre fría, se revestía de aquello que las damiselas parecían querer o necesitar.

Adicto a las maniobras manuales sobre su propio cuerpo, se veía obligado a consumir ingentes cantidades de material clasificado como «adulto». Pudimos recuperar un archivo donde ya en su juventud llamó a un programa de tele, «Dos rombos», para alertar de su problema:

El pobre Jose, no halló consuelo y transitó como pudo hasta haber pasado a la edad adulta con esa obsesión y el brazo roto de tanto pelársela. Aquello le obligó a seguir buscando víctimas para sus fantasías porque ni todo el porno en el mundo era suficiente para satisfacer sus necesidades. Pasó a buscar víctimas reales, damiselas de carne y hueso que le podrían ayudar a colmar sus intereses obsesivos compulsivos, gratis y con el agregado de ser «reales» y por lo tanto la depravación llegaría a su mismo paroxismo pues engendraría niveles de destrucción y depredación que la ficción no permitía.

Lo único que le importaba a Jose, era Jose y su falo. De hecho, para el avezado ojo, se dejaba entrever una malsana actividad mental pues 4 de cada 5 palabras contenía una referencia sexual. Entre líneas, como entre piernas, clavaba una agudeza muchas veces roma pero llana para el común de los mortales. Solo él comprendía lo que significaba y tan solo algunas de sus víctimas atisbaban a leer aquel inenarrable desbordamiento de sexualidad. Las centrales lecheras, las machacadas, el requesón, los batidos con espumilla que te dejan el bigote blanco y demás cremosidades vomitivas eran la especialidad de la casa. En retrospectiva, se revuelven las tripas de tanta asquerosidad.

En su última fechoría, se hubo vestido de inseguridad para atraer a Naiara, una «muchacha» de cuarenta años, emancipada económicamente, realizada laboralmente, con un buen sueldo, leída aunque socialmente retraída. No gustaba de mezclarse con la gente y menos aún de participar del folclore en donde tantos semejantes parecían retozar con deleite. De exquisita sensibilidad, profunda espiritualidad fruto de otros escarceos amorosos, pulsaba en ella la fuerte creencia de que todos los hombres buenos ya estaban «pillados», palabreja que la horrorizaba en demasía por chabacana. Su aislamiento y sus creencias limitantes fueron la mejor baza para abordarla.

Jose la asaltó desde lo lejos y, paso a paso, se fue acercando sigilosamente a ella hasta que un día, le profesó abiertamente su amor pues ella era la única persona que lo comprendía. Eran almas gemelas, «espero mi alma gemela que no te importe que mientras hablo contigo me esté pajeando».

Naiara se quedó traspuesta pero ¿Qué más le daba a ella lo que él estuviera haciendo? Se preparó un café mientras recibía un bombardeo de degenerados mensajes. «Te voy a comer el culo», «¿Me dejarás comerte el culo?». Jose tenía una importante y evidente fijación anal.

Los días fueron pasando y la temperatura de las misivas así como la insistencia de Jose iban en aumento. A parte de culos y tentaciones que harían sonrojar al mismísimo diablo, Jose empezó a prometer y declarar un amor puro «Me encantas, eres tan pequeña» «Eres pura luz» «Eres agua, le he leído en el tarot, no sabes cómo me afectas».

Pasaron de un intercambio diario a varios a la hora. Un bombardeo de serotonina insostenible para un cerebro normal. La droga de la felicidad derribó los muros contumaces de Naiara y se dejó conquistar por la feniletilamina, una poderosa droga que produce un cuelgue difícilmente controlable.

Jose, ducho en estos menesteres amorosos, ya se cubrió las espaldas para no tener que revelar la naturaleza de su verdadero ser. «No sé si tengo cáncer y no puedo estar con nadie hasta que sepa si estoy libre de ello, tengo miedo y no quiero hablar de eso». Naiara se quedó pensativa y fuera de juego. Un poco estupefacta y estúpida por creerlo, pero ¿Por qué iba a dudar del pobre diablo que tan bien la quería?

Siguieron intercambiando misivas, subía el tono y la temperatura. Conversaciones telefónicas de hasta seis horas, desvelos nocturnos, desnudeces desveladas, pero tan solo las de Naiara. Tantas fueron las noches en las que lloró desconsoladamente porque aquel maravilloso ser, tan semejante a ella, estaba sufriendo. Tantas noches rogó por su curación. Mientras tanto, Jose seguía con el juego de la manivela infinita y su «eres perfecta» que se propagaba a los cuatro vientos y empezaba a envolverse de un humo negro que opacaba una transparencia inexistente.

El punto de inflexión lo representó la decisión unilateral de Naiara de ir a visitar a Jose y poder por fin fundirse en aquel esperado abrazo. Ella pensó que él agradecería semejante detalle, no hay nada como sentir que te acompañan en los momentos difíciles. Al comunicarle a Jose que había comprado un billete de avión y que tenía un apartamento pagado por una semana, este le contestó:

-Estás loca, ¿Y si te arrepientes?

Naiara esperaba otra cosa, un poco de alegría por lo menos. Desorientada le respondió:

-Yo no me voy a arrepentir. Si acaso tú.

Pasó por alto la falta de alegría de Jose y siguieron las misivas, las llamadas pero la intensidad había disminuido. Jose ya no le escribía en medio de la noche. Jose ya no le respondía rápidamente los mensajes. Naiara lo interpretó como algo natural, pues aquella locura tenía que enfriarse un poco. Pensaba que su viaje, el hecho de tener una fecha para verse, era una causa que había tranquilizado y calmado los ardores.

Justo antes de semana santa, ¡Qué casualidad!, tuvieron una conversación de dos horas y departieron sobre todo aquello que harían juntos. Las librerías, los paseos, los arrumacos… y Naiara le preguntó por su enfermedad y él le contestó que si en algún momento esta fuera maligna, dejaría de tener contacto con todo el mundo. Naiara se quejó de que no le parecía justo que se hubiese lanzado en toda aquella cruzada con ella y que la hubiera perpetuado sabiendo que cabía la posibilidad de aquella enfermedad que pendía sobre su cabeza cual espada de Damocles (desde hacía ya tres años, cosa inverosímil), fuese a terminar mal. Naiara sabía que era un pretexto para justificar la evasión. Jose le contestó que sí, que tenía razón, que estaba siendo injusto con ella y que era mejor que dejasen de hablar. Cesó la comunicación y ella se quedó colgada como un chorizo hasta que él, justo al terminar los días vacacionales de semana Santa en lo que probablemente estuviera con «la otra», la manipuló vilmente y ella volvió a entablar contacto sintiéndose culpable por ser tan «cabrona» y haber desconfiado de un pobre moribundo.

Jose volvió al abordaje «cuanto de menos te he echado estos días, te he pensado cada noche»

-ya… Y por qué no dijiste nada y por qué no me das una explicación y por qué me dejaste colgada y por que… Sabes qué? Que no lo quiero saber. Que te den y te vaya bien la vida.

Finalmente, le clavó una estacada en el corazón, un órgano del que dudosamente Jose era poseedor, que ni sentía ni padecía porque Jose parecía de hielo y ya estaba muerto, muerto en vida, comía humanas aquejadas de «amor» y ensoñación mientras él, se reía entre requesón y batido espumoso. De ese corazón salió toda la tinta que encerraban sus misivas, las falacias, las falsedades, las mentiras, una tras otra. Con la tinta negra se tiñó una rosa blanca, la rosa de pureza que albergaba el corazón de Naiara. No se apagaron su luz, ni sus esperanzas. Volvieron la cordura, la tranquilidad y el discernimiento. Si el camaleón le mintió a su amada la bailarina, hermosa como pocas y mujer de bandera como jamás se hubo visto, ¿Cómo no le iba a mentir a ella, Naiara?

Le dijo: «Sayonara baby, soy Naiara, la princesa guerrera» Quiso agregar «imbécil» pero no le valió la pena, tampoco el pene.

La princesa liberó a Bola d’Art del dragón, cuando las fuerzas del orden no llegaban por incapacidades mentales etílicas a ir más allá de lo obvio. Faltaba que cada ciudad sin ley tuviera una Naiara, una Xenia, una «no me jodas gilipollas» o un «que te aguante tu madre». Faltaban muchos siglos de lucha, más Sant Jordis, más educación en la que las mujeres recibieran más libros y se derritieran las rosas blancas.

Comunidades autónomas, como la aragonesa y por supuesto Cataluña, donde la diada de Sant Jordi tiene una gran relevancia por ser a la vez el día de los enamorados y del libro, las parejas, los amigos y los familiares se intercambian rosas y libros.

Para conmemorar la victoria sobre el dragón, así como a dos grandes de la literatura que también fallecieron un 23 de abril, pero de 1616, Shakespeare y Cervantes, se decretó el 23 de abril EL día del libro.

La leyenda del dragón, según la cual Jorge o Jordi abatió a una bestia y liberó de su yugo a una ciudad o a todo un reino. Jorge, Jordi, conminado a tomar la mano de la hija del rey decidió mantener su honor y su fe cristiana al servicio de Dios y hasta el final por lo que, una vez muerto el dragón se fue a proseguir con el reparto de justicia divina.