La expresión del limón: Ca(r)ta dulce y ácida en perfecta armonía, perdón y Amor. Solo queda Amor pues eso fue lo que elegí a pesar de las heridas.

De mi lado sí hubo y con eso me basta porque esto no va de ti, sino de mí.

Un día me preguntaste ¿Cómo te puedo ayudar a sanar? Te dije que de ninguna manera, que tú no tenías que hacer nada. Ahora veo que te tendría que haber pedido claridad y transparencia.

Tendría que haber osado preguntarte ¿Qué quieres de mí? para saber si yo estaba de acuerdo o no lo estaba. ¿Me habrías mentido? Probable y descaradamente, pero por lo menos yo habría tenido una respuesta clara.

Tendría que haberte pedido que compartieras de verdad, desde tu humanidad y, de no tenerla, de no estar dispuesto pues «muchas gracias pero no».

Desde el principio tendría que haber pedido igualdad y reciprocidad. «Quid pro quo», yo me desnudo, tú te desnudas o los dos en bolas o nadie.

Tendría que haberte pedido comprensión, aunque tú ya empezaste con una ventaja, un manual que pudiste estudiar para conocer todos los pasadizos secretos de mi mente, ese fue el problema, el marcador no empezó en cero-cero.

Tendría que haberte expresado mis profundas expectativas puestas en ti, en nosotros porque el universo te había colocado en mi camino cuando más lo necesitaba. Esas fueron tus exactas palabras también. Palabras, lo sé, mentiras. Para mí, todo lo dicho fue real y con eso me sobra. No importa lo que tu hicieras de tu lado, lo que sigas haciendo, hagas. Yo te perdono, no para ya saber nada de ti, sino que te perdono por haberme causado, dejado causar, tal sufrimiento. Te agradezco incluso el dolor porque gracias a ti, por fin, me he dado cuenta de que si no cambio seguirán viniendo personas como tú a mi vida y no las quiero. No quiero perpetuar la mentira, el mirar a un lado, el disfrute trivial, el regalo que soy mal entregado y el abandono, descarte y rotura.

Mis limitaciones están ahí, empezando por pensar que las tengo, es una etiqueta más. No me siento ya de ningún modo, pensar en ti es como no hacerlo, eres como una ilusión, un sueño que duró un suspiro, que se quemó rápido y que me mostró algo que sigue latente y latiendo dentro, muy dentro.  

No te escribo a ti, me escribo a mí. Me perdono por vulgarizar mi amor en vez de tratarlo como algo precioso. Una vez más, una de tantas. Me perdono por haber vuelto a ser una niña que quería su cuento de princesas con una vida que se me presentaba idílica y sencilla. Tan sencilla que daba incluso miedo. No se escribió la historia más allá del «vivieron felices y comieron perdices». Disney no hizo mención del tedio vital al que se tendrían que enfrentar, nunca se escribió que el príncipe volvería tarde a casa con el perfume de otra en la ropa ni que la princesa aguardaría con rencor, desesperación e hipervigilancia a que él volviera a su lado. Nunca se describieron las descalificaciones, las vejaciones soportadas de suma menos mil, ni tampoco la fragmentación del alma humana.

Yo me quedé en las dos vidas unidas por el simple gusto de compartir una buena charla, una buena cena, una limonada. Me habría quedado a tu lado en cualquier caso solo porque prefería un tiempo limitado al lado de alguien con quien compartía las pequeñas cosas de la vida que una larga existencia al lado de alguien con quien no tenía nada que ver. Pensaba que tú también. 

Ahora me doy cuenta también de que tu enfermedad, real o irreal, me recordó mi historia. De repente te convertiste en mi padre y con él se siguió el abandono más profundo y duro. Gracias por hacerme vivir el dolor más horrible del mundo y la tortura más cruel. No te quiero ver más ni saber de ti, pero gracias porque si no hubiese sido por ti ahora, me habría roto el siguiente de aquí a un tiempo. El cambio real tenía que ser en este 2023. Verdaderamente fuiste el accidente perfecto en el momento adecuado. 

Espero, con el corazón en la mano te lo digo, que tengas sentimientos y emociones y que tus reiteradas alusiones a tu calidad de zombie sean más una manera de dar pena y atraer a futuras salvadoras de ti mismo que la realidad. Que no seas un cabrón desalmado y, aunque ya no tenga nada que ver conmigo, que algún día puedas ser dichoso, que encuentres a alguien a quien querer y que te sepas dejar querer. Que eso que tienes o no tienes sea una falsa alarma, como fue lo mío, una señal del destino de que hay algo que no estás haciendo bien. Que sea una somatización porque eso implicaría que tienes represión y por lo tanto que eres humano y no un zombie.

Fue muy agradable sentir tal nivel de compenetración con alguien, después de tanto tiempo de no sentirlo, lo demás pasó a un segundo, cuarto, sexto plano. Solo importaba el juego y la diversión porque lo importante estaba ahí. Si entre niños se acuestan, mojados se levantan.

Tengo ganas de crecer y ser adulta, no aburrida pero sí adulta. Creo que yo habría podido construir algo realmente bonito desde la humildad y la vulnerabilidad, desde ese dolor tan profundo, desde las claves del conocimiento del otro porque realmente las ganas están, lo que ocurre que están desde la carencia y supongo que eso se proyecta y se atrae más carencia, abandono, soledad de la que ya se tenía, aunque se hubiese logrado torear más o menos bien.

En fin… nada pasa porque sí, creo que ya avisaste de la fatalidad hace mucho más tiempo del que recuerdo… los ceros y los unos que ardían, ahí ya conocías el final, estaba escrito. No hay más ciego que el que no quiere ver, ¡Y cómo!

Aún así, gracias por el viaje in(de)terminable que terminó al día siguiente. 

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