Cuando al perdonar(se) empieza a redimir el dolor: Ese es el camino.

«No me gustan las neveras que tienen un millón de imanes.»

El perdón es la única manera de encontrar la paz. No el perdón cristiano de «pon la otra mejilla», el perdón hacia uno mismo por reaccionar, por abandonarse a los demás, por no ser consciente de todas las heridas, por no darte cuenta hasta milisegundos después, cuando ya es demasiado tarde, de que estás en plena subida de rabia y odio, estás en reacción. El perdón hacia uno mismo es la clave de la aceptación, del duelo, de la tranquilidad. La reacción es parte del proceso, no es ni buena ni mala, es, y como tal debe ser abrazada, aceptada e integrada.

Si uno no se perdona sí mismo por no tener controlado al «niño caprichos» que hay dentro de nosotros, si uno no es capaz de reconocer que no se trata de un antojo del niño, sino de una llamada de atención para señalar que ahí está doliendo, que hay algo que se ha disparado, una alarma, un dolor, un miedo, si somos incapaces de escuchar, mirar y sentir esa llamada, entonces estamos rechazando el perdón.

El perdón es lo único que puede salvarnos de nosotros mismos y que puede curar la herida del alma sea cual sea. El rencor sigue siendo dolor. Alimentarlo es nocivo porque en vez de airear la cavidad del alma, la obstruye. Perdonarse por no saber cuidar de uno mismo. Dejar de exigirse a los que se exigen demasiado o bien el contrario para los que no lo hacen lo suficiente. Operar en contra de la neurosis es aprender a ser benévolo con uno mismo, es atender a la necesidad del cuerpo y de la mente, es escucha, es cuidado y conmiseración.

Siempre se me había hablado de los «imperdonables», «the unforgiven» haciendo referencia a todos aquellos cabrones que me habían jodido la existencia empezando por mi familia y seguido por una retahíla de desgraciados, alimañas que me han sorbido hasta la última gota de … bla bla bla.

Ese camino solo estaba atizando el fuego de la rabia, de la victimización y de la neurosis (cada uno tiene la suya): «no se puede confiar en nadie», «el mundo es una jungla, es peligroso», «todos me van a decepcionar», «Aquí o comes, o te comen», etc. No me sienta bien, me escinde, me duele, ahonda en el espejismo de injusticia. No me gusta sentir las entrañas al rojo vivo y la mente desfilando a toda pastilla ideando maneras de vengarme. No sirve para nada porque tal injusticia no existe. Solo existe el hecho y tu lectura del mismo, es lo único real y de esa lectura, de ese dolor que provoca, tenemos que aprender de nuestra manera de comprender el mundo y cómo curarnos de nosotros mismos.

Sí se puede, se puede todo si nos lo proponemos de verdad. Se pueden superar los dolores, las lágrimas, el abandono, el rechazo, la injusticia, la traición, la humillación. Se puede pero hay que tener el valor suficiente para pedir perdón, a uno mismo, los demás que hagan lo que tengan que hacer. Hay que dejar de mirar y buscar fuera, hay que anclarse en uno mismo y dejar de dudar constantemente sobre si lo que estoy sintiendo es real. Si lo sientes, lo es, confía en ti y en tu inconsciente. La mente es la voz del ego y por lo tanto es una falacia. En materia de vida, lo único que vale es la tripa (La intuición: ¿Qué es?¿Qué significa escucharse?Amarse a uno mismo. Notas mentales.).

ARTÍCULOS RELACIONADOS

¿Qué es exactamente lo que nos lleva a no valorarnos? : El caso de Lucía O. una llama de esperanza devastada

La herida del abandono: La profunda sensación de estar en medio de la nada, suspendido en el vacío y a punto de caer.

La herida de la traición: Apego desorganizado. Dime cómo es tu cuerpo y te diré qué herida tienes.

Los 4 tipos de apegos y sus consecuencias a la hora de relacionarse: ¿Hay que despegarse o pegarse? Pecamos de muchas pegas.

Metanoia: El proceso de transformación de adentro hacia fuera que no puede ser ayudado.

Desintoxicación de feniletilamina: Hola, soy una adicta y no tenía ni idea.

A mi hija Lucía, lucero del alba y del alma mía: Para que nadie pueda hacerte daño debes aprender a amarte.