«Una mente que busca beneficio, logros y reconocimiento, nunca puede descubrir la Verdad. La búsqueda de ganancias tiene como objetivo la seguridad, hallar un refugio, un bienestar efímero, pero la Verdad no es una seguridad ni un refugio. La Verdad es el gran liberador que barre con todo refugio y seguridad, es bien que trasciende existencias.»
– Jiddu Krishnamurti –
Previously Los necromerodeadores 1: El robo de cadáveres con finalidades poco claras.
Recordemos a Ofelia, la chica especial de grandes ojos, observadora de la realidad como si esta no fuera con ella. En la comarca de Ofelia y durante su niñez, empezaron a desaparecer cadáveres. Los necromerodeadores, un grupo de eruditos, trataban de estudiar dónde se anidaba el amor. Apoyados por la Iglesia, para sacar provecho de los resultados, estudiaban con detenimiento cada órgano y de dicha investigación nacieron tres escuelas de pensamiento. La emocional, cuya teoría apoyaba que el amor residía en el corazón, la mental defendía que el cerebro y la mente eran el hogar del amor hasta que, no pudiendo sacar conclusión alguna, nació una tercera rama lógica cuya hipótesis se enraízaba en apostar por el alma. Los tejemanejes de este grupo de estudiosos se fueron agravando hasta que de los muertos pasaron a indagar sobre los vivos y nació un nuevo espécimen de humano alexitímico a fuerza de polvo endogámico.
Ofelia se marchó a Londres en 1882, obtuvo una plaza de ayudante de forense en las navidades de 1886, tras 4 años de ayudas desinteresadas en casos de homicidio.
El caso del asesino titiritero en 1888 opacó a la estrellita del momento y al que todos conocemos: Jack.
Enero de 1888:
Las cinco jóvenes halladas sin vida yacían en la sala de autopsias que se asemejaba más a una cárcel en las dependencias de un castillo medieval. El frío del invierno en el Londres de 1888 rugía tremebundo y mordía despiadadamente y sin miramientos todo cuanto se pusiera por delante.
Colocadas en círculo sobre raídos tablones de madera, las cabezas apuntando al centro, se observaban sus lívidos rostros exangües casi transparentes. Sus labios de púrpura probablemente exhalaron suspiros, dibujaron sonrisas, descubrieron mieles y describieron hieles.
Todas las víctimas compartían los mismos rasgos de fondo: la tez blanca de inmaculada concepción, una finura y gracilidad extremas, unos semblantes cándidos e infantiles de grandes ojos inocentes que ahora devolvían un cristalino desprovisto de vida. Sus cuerpos vacíos de alma atestiguaban de una opulenta calidad de vida. Orondas, de circulares contornos y sus carnes desbordando a diestra y siniestra de los tablones de madera, mostraban terribles y profundas heridas.
Sus respectivas corpulencias eran la clara consecuencia de compensar sus desnutridas y afamadas almas, tísicas de afecto, de asumida presencia como las ratas en las ciudades que se dan por sentadas. Las miserables damiselas de impecable virtud, habían sido silenciosamente vejadas en cuerpo y en honor por más de un sinvergüenza de pretendida respetabilidad. Todo cuanto reluce es mierda, ahora y por siempre. «¡My lady, no os dejéis deslumbrar por los destellos descarados, son señuelos de caraduras y tunantes!»
El joven forense, el Dr. Orwell, más parecido a un charcutero que a un médico, se encontraba en el centro del círculo haciendo las observaciones pertinentes. La joven aprendiz a la cual ya conocemos, Ofelia, tomaba detenidas notas del cuatro ojos con cara de loco que parecía disfrutar sobremanera de la escena mortuoria.
– ¡Apunta Ofelia, apunta! Las cinco señoritas presentan magulladuras en muñecas, tobillos, cuello y cintura. Unas cuerdas o hilos las tuvieron atadas, pues estos cortes de aquí… ¿Los ves?
Ofelia asintió mirando detenidamente las hendiduras tan amoratadas como sus dedos. Hacía un frío de mil demonios en aquella cámara de piedra. Por el enorme ventanal se colaba el aliento de un enero particularmente insensible y tan despiadado como el asesino.
– Estos cortes indican ataduras post mortem y, estos de aquí, ¿Los ves? Indican que las tuvieron atadas antes de matarlas. ¿Ves la diferencia?
Ofelia volvió a asentir sin estar segura de comprender. El cuadro se le antojaba decadente, propio de una mente enferma. Los periódicos de la ciudad decidieron apodar al perpetrador de los homicidios «El asesino titiritero», pues de las víctimas colgaban unos finos hilos que las mantenían en posiciones de sumisión y adoración a Satán, o eso pensaron en primera instancia.
Habían hallado en el centro de la escena, representado por un espantapájaros hecho de paja y teñido de sangre, al diablo. Alrededor de él, los despojos de las muchachas habían sido penetrados violentamente con objetos punzantes habiéndoles dejado las vergüenzas vueltas del revés y sus vientres abiertos habían sido vaciados hasta la extinción de la vida que hubieran podido albergar. No habrían exequias para las desdichadas, nadie lloraría su desaparición, sus cuerpos serían el alimento de los gusanos en la negrura de una caja de pino en el mejor de los casos. En el peor, serían abandonadas en la fosa común del olvido, como si no hubiesen existido nunca y todo por haber aparecido en indecorosa posición por obra y arte del asesino titiritero.
El Dr. Orwell, pasaba rápidamente de una a otra, observando con detenimiento y casi admiración todos los cadáveres haciendo los pertinentes comentarios que Ofelia se encargaba de transcribir con minucia.
– Ofelia, apunta. La víctima número uno tiene los pechos fuertemente magullados. El asesino sentía fijación por esta parte de su anatomía. Ensañamiento: 43 puñaladas. Crimen pasional. ¿Amor-odio?, ponlo en interrogativo. La víctima presenta cortes cicatrizados a nivel de las muñecas, posible intento de suicidio.
-¿Cómo se sabe que fue la primera víctima si todas fueron encontradas juntas?
Orwell no respondió y siguió examinando hipnotizado el cruento resultado. El forense parecía haberse mimetizado con el perpetrador. Estaba viviendo la escena del crimen.
-El asesino las tuvo que tener todas al mismo tiempo en algún lugar recluidas, pues las cinco presentan el mismo estado de descomposición. Las mató a todas la misma noche, eso es mucha muerte para una sola persona. Alta necesidad de satisfacción. Esto es una ópera magna que tuvo que estar tramando durante tiempo. Atraer a cinco víctimas no es moco de pavo.
Ofelia garabateaba el papel sin descanso:
«Víctimas 2 y 3 destripadas.
4 y 5 degolladas y violadas con un lucero del alba.
Asesino = sanguinario hijo de puta.
Perfil = Despiadado. Consciente. Inhumano. Arrogante. Necesita demostrar poder. Inseguridad en terreno sexual. Problemas con la madre. Odio a la mujer.»
Mientras Orwell admiraba la faena, no pudo impedir esbozar una sonrisa de satisfacción, como si el perseguido hubiese realizado su propio deseo secreto, como si aquel reto representara un honor para su propia gloria.
Ofelia observó los dibujos de la escena del crimen y vio las posturas en las cuales habíanse hallado las víctimas. Un rayo de luz le partió el cerebro y recordó aquel pintor francés arrogante, Gustave Courbet, que se dedicó a plasmar desnudos explícitos, pues según él si dejaba de escandalizar, dejaba de existir. Así encontraron, casualmente o no, a las víctimas. Cuadro de 1868 «La mujer en las olas», cuadro de 1866 «el sueño», cuadro de 1866 «el origen del mundo», faltaba uno…
Ofelia reconoció en el crimen un aroma de su niñez, una falta de empatía, una necesidad enfermiza de estar por encima del bien y del mal, (de)mostrar algo a la humanidad desde la sombra. Una necesidad de brillar fuera de foco aunque con todas las luces apuntando hacia él. Un «quiero ser» que no puede, una humildad con calzador de pandereta, un personaje y todo lo contrario, un fantasma absurdo hijo del viento cuya obra es el vacío absoluto y los aplausos caerían en el olvido, igual que él. Un parásito sanguinario fruto de un susto que no podía sustentar su propio miedo y necesitaba proyectar la abyecta insoportabilidad de su ser sobre los demás. Había que parar al desgraciado antes de que reincidiera.
Ofelia se puso manos a la obra.
To be continued…
…✍️
Me gustaLe gusta a 1 persona