Inquietud matutina, así fue cómo me levanté. Nada de excusas, el tener que conocer al terapeuta que debe acompañarme hasta finalizar las ochenta horas reglamentarias requeridas para la formación, me ponía en órbita.
En primer lugar, estaba gozando de cierta indulgencia conmigo misma. Un poco de «laissez-faire, laissez passer» me mantenía agradablemente en la mecedora de la serenidad. Sorprendentemente, no tenía demasiadas luchas abiertas más que la constante persecución del oscuro objeto de mi deseo que alienta mi neura de cazadora. (Que sean ellos las presas me da sensación de poder, pero sé que es falso porque en realidad estoy sometida a una fuerza externa. De poder, más bien poco.)
En segundo lugar, la turbación provenía de saber que el autoengaño ya no me estaría permitido porque pagamos para que nos canten las hieles y no las mieles.
Lo que no sabía es cómo acabaría aquella primera sesión… un melón abierto y ¡Vaya!
Me presenté a la hora exacta, un minuto antes, nunca después. La puntualidad es una virtud que, para una persona que desconfía de todo, como yo, da información sobre la rectitud y compromiso del otro. Trato siempre de ser puntual, acepto la impuntualidad ajena aunque la adopte como información sobre la falta de seriedad del prójimo.
Me abrió la puerta un señor en la cincuentena y lo primero que sentí fue vergüenza. Una vergüenza que no comprendí. Una inquietud, un revuelo interno. Quería salir corriendo de allí. Suelo ser dicharachera y no me importa demasiado dar información confidencial a titirimundi, para prueba, un botón. Exponer las miserias propias me parece una hermosa manera de que otros se sientan menos solos. «Me too».
Aquella experiencia se presentaba diferente. Vergüenza quizás porque iba a sacar a relucir mis trapos más sucios, a los que todavía no había tenido ocasión de desenterrar. Vergüenza porque se trataba de un hombre de mediana edad y eso me cohibía. En realidad el factor más notable era el físico más bien agraciado del caballero al cual yo había seleccionado sin pestañear porque me sentí mejor con alguien mayor que con un joven. ¡Ni hablar, nada de jóvenes machos! Evito el contacto prefiriendo los abuelos que me «aseguran» que no habrá tergiversación ni equívocos en cuanto a mis intenciones porque «son mayores y yo relativamente joven».
Me hago un poema venerando este divino tesoro que es el de la inocencia (por pensar que un hombre mayor no puede sentir deseo por una niña. Sí, leí a Bukowski y me pareció deliciosamente depravado, pero Buko, solo hay uno)
¡Oh pobre ilusa, necia, desamparada!
Un hombre es un hombre, tontita,
el que tiene pito se lo agita
el que tiene un nabo es esclavo
el que de tanto niega se refriega
el que evita, se excita
la titola anda sola
el idiota no reconoce
que se altera por el goce…
La primera piedra en el camino fue darme cuenta de que estaba cohibida y respetar esa emoción sin ir a la contra o negarla. A posteriori, admitiré que siempre me ocurre lo mismo, esto es, el contacto profundo con alguien del sexo opuesto me intimida porque suele terminar en malentendidos por una de las partes. Creencia verificada con los años: el roce hace el cariño y la sensación de soledad y miedo urde el resto. De repente, te conviertes en efigie para el otro, o viceversa, pero no es atracción, es necesidad de amor, es hambre de ser aceptados incondicionalmente, de ser amados, de estar vinculados. Es mendicidad y lo que el otro nos genera es propio y no ajeno. Por eso hay que dirigir el foco hacia nosotros mismos.
Aquel señor al que acababa de conocer, al que yo misma contraté para abrirme en canal, me provocó vergüenza y todo cuanto vino después.
Como soy proclive a la verborrea debido a una deformación profesional en la que tengo que utilizar 60 minutos de tiempo y sacar temas de conversación de debajo las piedras, estoy acostumbrada a tirar del hilo emocional así que, ante la inquietud que pulsaba de fondo, me puse a hablar como un molinillo de café que no paraba de vomitar palabras. No podía parar de explicar mis circunstancias y la secuencia lógica de la conversación se perdía, como me suele pasar en estas circunstancias, debido a un pensamiento arbóreo que me conecta de una rama a otra. Tanto es la divagación que termino perdida en mi propia mierda.
Parloteo para evitar responder a la pregunta aunque no me doy cuenta de que estoy distrayendo(me). Pero claro, no puedo engañar al ojo experimentado.
La mirada fija en mí me hacía sentir incómoda. No me gusta ser el centro de atención y aquel señor clavaba sus ojos como escarpias sobre mi persona. ¡Qué mal! Pero ¿Por qué? Creo que el inconsciente no reconoció a la figura como alguien que recibe un dinero a cambio de su tiempo, sino que materializó al padre, al hermano y a todos esos gilipollas que confundieron la bondad con el interés sexual, que atraparon lo que pudieron y cuando no hubo interés por mi parte, desaparecieron. Abandono. ¿Qué amistad ni qué cojones? ¿Que no tienen la culpa porque, pobrecitos, son inconscientes? Sí, lo sé y me parece genial y fabuloso, pero tengo derecho a estar colérica contra el inconsciente masculino. Probablemente perpetrado por la mujer, no digo que no, pero ahora no me interesa demasiado admitirlo. La frustración es de todos, hermanos, de todos y no por ello vamos vampirizando ni jodiendo.
Me hierve la sangre y tengo ganas de reventarle la cabeza a todos aquellos que vinieron, tocaron o lo intentaron y se fueron. Y más aun, estoy sobre todo, cabreada conmigo misma por permitirlo. Ese es el verdadero enfado. Cada uno hace lo que puede con lo que tiene, y no es exculpación, es aceptación de que hay niveles de conciencia y cada uno tiene el suyo. Y niveles de voluntad de querer franquear los límites de uno mismo.
Aquí estoy, intentando romper mis propias barreras, zambullirme en mi lodazal particular, dejando aflorar los miedos, la ira, la vergüenza y sintiéndome patética por dejarme amedrentar por una persona a la que acabo de conocer y a la que estoy pagando por someterme a… esto. ¡Hay que joderse!
De repente, me pongo a justificar mi verborrea y le suelto un
-No, pero en serio, hoy estoy muy descentrada, no sé qué me pasa, normalmente estoy más callada (Mi mente se parte el ojete)
Aquí el caballero asió el cabo y me dijo:
-¿Qué es lo que acabas de hacer?
-Justificarme (no podía negarlo, imposible era demasiado obvio)
-¿Por qué?
-Porque no quiero que pienses que estoy loca
-Y que pasa si pienso que lo estás? ¿Qué puede pasar?
Tras unos segundo de reflexión consciente, llego a la misma conclusión. No pasa nada, lo sé y normalmente me digo que me importa un huevo lo que piensen de mí los demás, pero eso no es enteramente cierto porque mis automatismos son los de sonreír y saludar a todo el mundo como si dijese «Hola, soy una tía maja, no corres peligro conmigo». Y esto lo hago porque es mi neura, proyecto aquello que yo busco en los demás. La base neurótica, siendo la mía la búsqueda de seguridad, ofrecerá seguridad al prójimo sin ser consciente de que el prójimo irá buscando lo suyo, por ejemplo armonía, paz, perfección, ayudar, ser más real y auténtico, controlar, acumular conocimiento,etc… A cada uno su pasión y su locura.
-No puede pasar nada, lo sé, pero… tengo miedo de que me rechaces y me abandones por estar loca.
Mientras los decía, mis ojos corrían por la habitación evitando el contacto visual. ¡Tierra trágame, joder, hazme desaparecer! Pero no me podía ir de rositas tan fácilmente.
-¿Me puedes decir lo mismo mirándome a los ojos?
Lo hice, por mis cojones que lo hice y casi me muero. Me partí en dos y me fundí en lágrimas. Un insoportable dolor nació en la base del estómago y se fue extendiendo por todo el cuerpo. Sudor frío, miedo. Aquí me di cuenta de la diferencia entre el «saber» y el «experimentar». Le estaba hablando a mi padre y al hombre al que quiero. ¡No me abandonéis por favor, no lo puedo soportar más, no puedo con otro rechazo, otro intento, otra negativa! (Sí puedo, nadie se ha muerto, pero en aquel momento así lo sentí, como un ahogo, un poco de drama, la sal de la vida).
Ser consciente de las heridas es un primer paso, necesario, perola otra bien distinta es dejarse atravesar por ellas pasando por la vergüenza de admitir ante un extraño que tienes miedo de que ÉL te rechace y ÉL te abandone. Si esto ocurre con una persona a la que acabo de conocer y a la que estoy pagando…¿Cómo debe ocurrir con las personas que me encuentro sin pagar, que me gustan y que además hay una reciprocidad? ¡Joder! ¿Cómo de potente puede ser la vinculación basada en la necesidad de ser aceptado, para que no te abandonen?
Abrir melones acarrea consecuencias, a veces terriblemente dolorosas. Tal fue esta.
Importante aprendizaje:
Darse cuenta de la diferencia entre:
- vivir el dolor y someterse a él y
- conocer el origen pero no dejarse traspasar por ninguna emoción.
Eso hace la mente. Vivimos la emoción desde la racionalidad. No sentimos realmente, solo imaginamos que sentimos porque eso nos protege del sentimiento real. Son pocas las veces que nuestras palabras se acompañan de la emoción.
Genial. ¡Dale asceta…! 👌
😘
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Antonio, le doy, le doy… te seguro que le doy, si lo veo! JAJAJAJA! Gracias por pasarte! Un abrazo!
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Un placer… 🤜🤛
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Me gusta tu bloc.
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Gracias Rosario, sé la bienvenida siempre que gustes! Un placer leerte.
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