Sobra el ruido que provocan los vocablos, sobran los puntos, incluso los suspensivos y las comas que se comen las emociones se atragantan en un nudo. Sobran las voces, los susurros, también los te quieros que ahogan el preciado silencio.
A veces, basta con un abrazo, una mirada a los ojos para que la miríada de sensaciones fluya libre.
No hay nada comparable al dolor ajeno. El propio es tuyo, lo sientes y lo gestionas, pero el dolor del prójimo… solo puedes imaginar la magnitud del mismo al ver el rostro de alguien al que quieres transido por el desamparo y devastado por las lágrimas.
El sufrimiento viene después y, de alguna manera, más o menos acertada, ya lo gestionaremos. El tiempo, ese que no existe más que en nuestras mentes obtusas, imprimirá su paso, pero esa punzada inicial, la falta de aliento de cuando ya no hay nada que hacer más que traspasar el umbral, es de la peor especie de impresiones que uno tiene que afrontar. Ley de vida.
La jarra de agua fría es el miedo imponiendo su reinado. Inmediatamente después, surge la incredulidad que trata de contradecir lo innegable. No queda espacio para la negociación, la puta vida tarifica sus honorarios y ante la jodida decisión, pagas. La meretriz no merece la factura. Ahí está, erguida con la cabeza bien alta, extendiendo la mano, esperando tu contribución. Le trae sin cuidado que todavía no hayas cobrado, que estés en números rojos, que la empresa para la que trabajas vaya mal. Quiere su pasta y la quiere ya, a cualquier precio.
Ese tiempo que no existe, sigue transcurriendo. No hay prórrogas, ni congelaciones y el orden de los factores no altera el resultado esperado que es el «aquí y ahora».
No importa cuán preparado estés, cuando pasa el rastrillo entre los feligreses y llega a ti, tienes que pagar el tributo y, en ese momento tan presente e ineludible desearías haber…
Desearías haber tenido más tiempo, haberte sentado en las filas de atrás, haberte dado la paz en más ocasiones, más besos, más te quieros verdaderos. Desearías haber puesto los puntos de inflexión donde tocaban realmente, haberte perdido menos y encontrado más.
Cuando el arcano número trece te obliga al giro de ciento ochenta grados por cojones, el tren descarrila, cae el telón y empieza la segunda parte de la función. En ese cruce de vías, los caminos se bifurcan y puedes elegir torcerte a la derecha o romper a la izquierda. Buscar el alivio inmediato y seguir sumando peso a la ya cargada mochila vital o sumergirte en ese infierno en llamas, quemarlo todo y resurgir siendo alguien diferente. Transformarte o morir. Ahogarte o quemarte. Precaución o locura. Moderación o desenfreno.
Estos giros esperados, pero en el más inesperado momento, son recuerdos constantes de la tan olvidada importancia de cultivar buenas relaciones porque lo que realmente importa, es lo que realmente importa y el resto se lo lleva la marabunta. La futilidad vuela, las minucias apenas dejan polvo y las pequeñeces se repliegan sobre sí mismas hasta que no queda nada por doblar.
La fantasía nos conduce del sueño a la pesadilla en cuestión de segundos y si bien es cierto que algunos túneles solo se transitan en soledad, también lo es que la luz puede quedar más o menos lejos y que los al final te esperen los elegimos nosotros. Hay personas cuantitativas y personas cualitativas.
De cabeza uno aboga siempre por la calidad de las relaciones, perdiéndose muchas veces en la consecución de las mismas, hablo por mí, precisamente por deambular sin paradero, con el horizonte demasiado lejano. Las jarras de agua fría nos recuerdan aproximar ese punto de lejanía, mirar adentro porque al final, lo que cuenta es el detalle.
La perra vida ha hecho su gran cagada, ahora toca recoger y reaprender a poner un pie tras otro. Solo podemos ofrecer la mano, el hombro al hombre que se volvió niño. Ojalá se pudiera repartir la pena para aligerar el peso y que fuera más llevadera.
Gran recorrido por…la vida. A veces nada sirve más que estar por si sirve de apoyo…y sabes? Cierto, sobre lo que hacemos con la vida y las persecuciones infructuosas.
Que de cosas has dicho, me quedo con eso de que ojalá pudiéramos hacer,entre todos, el dolor más llevadero.
Un besote, amiga
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Así es la vida. Ojalá que se pudiera pero cada uno tiene que aprender lo que tiene que aprender, por desgracia.
Un gran abrazo para ti también, Moly
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