Nos pasamos la vida hablando de cosas que no importan: El proceso de condicionamiento. Me entran ganas de dejar de generar.

El bebé no está condicionado, todavía. Vive el aquí y el ahora, sin mente, solo en cuerpo reaccionando a todas sus necesidades, la que sí importan. Experimenta desde el «yo» más puro, más sano, más cuerdo. Respira desde el egoísmo más exacerbado sin tener en cuenta si su entorno está disponible para él. La dependencia más limpia y clara, también la más comprensible. Nadie se cuestiona si un recién nacido precisa de los demás. Es obvio que sí y no hay juicio de valor asociado a ello. Comienza el condicionamiento porque el bebé importa más que «yo».

«Yo, mi, me, conmigo»

Ese bebé va creciendo y el niño empieza a aprender a hablar y con ese aprendizaje se instala el condicionamiento. Se mantiene intacto el «yo, mi, me, conmigo» porque el niño sabe lo que necesita. Sin embargo, mamá lo reprende por ciertas cosas, alentando unas, desactivando otras. El proceso de castración del «yo» se inicia desde bien temprana edad porque los requerimientos propios del pequeño ser no se adecuan al momento o a la situación.

El niño fue creciendose desarrolla asumiendo que existe el bien y el mal y que ambos son conceptos universales. Existe la justicia, la culpa, la vergüenza, la bondad. Existe el rechazo, el abandono y encuentra en la amabilidad una forma de sortearlos. La predisposición en contribuir al bien común le permite crear vínculos afectivos. Aprende que, a veces, lo de los demás importa más que lo propio aunque, de fondo, sea lo propio lo que importa más que lo de los demás, pues en esta predisposición no pulsa otra cosa de fondo que su propia necesidad de aceptación.

¿Y por qué? Porque ya no se acepta a sí mismo, porque ha aprendido que expresar según qué causa rechazo, abandono y con ellos viene la emoción. Sentir. Sentir el miedo, el miedo a no pertenecer, a encontrarse solo, cara a cara con el desamparo y la muerte. Aprende a comunicar desde la anécdota generándose el primer renglón de la canción:

«Nos pasamos la vida hablando de cosas que no importan.»

La vida imprime su paso. El adolescente se vuelve «rebelde», una rebeldía contemplada desde la previsión que no es rebeldía en sí. Desarrolla su gusto. ¿Sí? ¿SonFueron realmente sus preferencias o son las del entorno? Para encajar en cualquier lugar empieza a vomitar información de segunda mano, esto es lo que oye en casa, en la escuela, en la tele. Lo que lee en los periódicos, en los libros. Lo que cuentan por ahí hasta el infinito.

Se convierte en un repetidor de señal, una antena captadora de ondas y emisora de esas mismas ondas intactas, sin procesar. Reacciona desde la mente, desde la necesidad. Reaccióna desde el inconsciente reprimido y obviado, reacciona desde la falta de respeto por sí mismo.

El adolescente niega y entierra esa pulsión primigenia, la única que importa para la mayoría de la humanidad «¿Quién soy yo y qué es lo que a mí me gusta, me importa y necesito?». Se pierde en el otro desde sí mismo, pero no es capaz de expresarlo y, así, articula una inconfesable manera de ser egoista. Va adquiriendo mecanismos de defensa, exculpación, excusas para evitar mirarse de cara y decir «yo soy lo único que me importa. Yo y los demás. Yo y mi ombligo. Yo y mi culo. Yo y el resto.» Y desde este lugar oculto, imposta, mientió porque sigue enterrando el pronombre reflexivo. Teje un mundo de fantasía en el que el espejismo de ser uno mismo empieza en el otro.

Así va creciendo. Así va madurando la fruta podrida y la canción sigue con su melodía.

«Nos pasamos la vida hablando»

Nos pasamos la vida hablando de política, de las elecciones, del gobierno, del vecino, de lo que ha hecho o deshecha tal o cual, de no sé qué no se cuanto (adoro la gente que adopta el «no sé qué no sé cuánto» como muletilla). Hablamos del atentado en Noséquemierdabad, de los asesinatos en Cojoniquistán, de la duquesa del Ojo Negro, de Dios, del bien y del mal, del amor ¡Ay del amor cuánto hablamos!. Hablamos con propiedad, con dignidad, con romanticismo, con melancolía. Afirmamos con una rotundidad inversamente proporcional a la inseguridad que sentimos.

Nos llenamos la boca de que el honor esto, de que los valores aquello, de que el saber, el conocimiento, la ciencia lo de más allá. Y al reproducir la danza de los siete brazos, haciendo malabares con conceptos que no sabemos ni lo que son, nos despersonalizamos un poco más. Comunicamos desde la recopilación y recopulación de datos, comunicamos desde lo que «sabemos», desde el vacío experimental.

Datos… datos…más datos… certeza, seguridad, razón. «Yo sé, mira que te lo explico». «Yo sé más que tú, ven que te demuestro que estás equivocado». Datos… basura regurgitada, emisión, emisión, emisión hasta que en torno a los 40… CRISIS existencial.

«Nos pasamos la vida…»

La vida se pasa, como el arroz a menos que sea Brillante que ya sabemos, porque así lo dice el anuncio, que es el único arroz que no se pasa. La vida se pasa reflexivamente y los pronombres empiezan a adquirir relevancia porque uno ya no puede seguir socavándolos. Erupción cutánea, volcánica. El magma en ebullición. La vida mata, nos mata. Vivir es una reacción de oxido-reducción, demostrado ciéntificamente, para mi mente analítica y escéptica, más corta que el rabo de una boina. Respirar oxida, corroe, pero no se puede evitar. La vida se reduce a fuerza de corrosión, pero estamos inmersos en la pretensión de un interés por lo que no importa que es todo lo de fuera.

«Nos pasamos»

A la tercera edad…todavía no lo sé. Supongo estando fuera del teatro, empieza la hoguera de las vanidades… o no… lo iré descubriendo. Una cosa es segura y es que la muerte asoma, se termina el trayecto y vamos cayendo como moscas. ¿Cuándo seré el siguiente? La última estrofa de la canción se oye…

«Nos»…

«Yo, mi, me, conmigo»

Y ahora, repito el texto en voz alta y lo pongo en primera persona del singular mirándome al espejo, porque esto son cavilaciones mías. Sé que tengo que volver a aprender a caminar por el recto camino.

4 comentarios en “Nos pasamos la vida hablando de cosas que no importan: El proceso de condicionamiento. Me entran ganas de dejar de generar.

  1. Avatar de beauseant
    beauseant dice:

    Ese proceso de castración, de poda del que hablas es quizás el precio que pagamos por vivir en sociedad, ¿no? ¿qué ocurriría si dejásemos vagar libremente ese yo?, ¿de verdad podríamos seguir viviendo de una manera, más o menos, civilizada? Las sociedades funcionan por uniformidad de criterios.. supongo que debemos dejar morir ciertas partes de lo que somos a cambio de no matarnos…

    Es un tema complejo y complicado.. mi yo de hace unos años seguro que tendría una respuesta, el de ahora se queda con las dudas…

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