La emancipación de la mujer II: Esa vivencia de abandono; un quebradero de cabeza que nos somete a la dominación

Previously: La emancipación emocional de la mujer: Seguiremos en pañales hasta que no nos demos cuenta de nuestro sentimiento de abandono, la negación de la vulnerabilidad y la alimentación del ego a base de la aceptación de mantras en la redes sociales.

Seguimos con la historia de las mujeres de mi vida, mis flores de loto, gemas preciosas de incalculable valor que me están enseñando a compartir sin ensuciar, dulcificando la superficie abrupta de mi ego.

La ausencia de figura paterna así fuera real por motivos de separación física, como imaginaria por motivos laborales, instaló en la capa oculta y desconocida del cerebro (eso a lo que llamamos el inconsciente) un sentimiento de abandono. Se plantó la semilla que más tarde debiera dar unos frutos podridos como lo son una limada autoestima siempre a dieta de ella misma, la poca o nula confianza en sí, la creencia de que ellas, nosotras, no somos merecedoras de amor y que, el ser amadas depende de nuestra valía personal centrada en lo que hacemos y no en lo que somos. Cuanta más voluntad y empeño pongamos, más aumentará nuestro valor de cotización. «Lógica de mercado que da nauseas» dijo el artista del alambre. Así, desde la creencia lógica, empezamos a «hacer» cosas para incrementar nuestra tasación.

Figuras esbeltas que reprimen sus impulsos y se obligan a ser lo que no son, sin saber tampoco exactamente lo que son, negando su verdadera naturaleza. La confusión impera. Nos pusimos una venda en los ojos para impedir vernos y así vendernos mejor. Alejándonos de nosotras mismas, es más fácil percibirse como objeto. Se trata de destacar para ser elegidas sin opacar al macho. Se trata de hacerles creer que nos eligen a sabiendas de que elegimos nosotras (y tenemos el gusto en el ojo del huracán). El gusto es discutible, pues la predilección se determina en el inconsciente y adivinad qué elegimos: hombres que nos recuerdan, muy sutilmente, a nuestros padres ausentes.

Rol sobre rol, como capa sobre capa se cancela el sentimiento, se confunde, se enmascara el origen, se maquilla. Nos rompemos en fragmentos. Nos escindimos quedando partidas en varias mitades, calamidad. Automatizamos el sentido, el sentimiento y el deber. Las emociones nos son ajenas y no reparamos en ellas, no paramos a sentir y el inconsciente se apodera de nosotras. Esos «te quiero» de obligado cumplimiento que se originan en la mente, no en el cuerpo. Esos «te quiero» que no expresan más que impostura de una postura adquirida por emulación. Pocos son los que se sienten realmente, amar ¿Qué es eso en origen? No aprendimos, no nos enseñaron porque tampoco ellos sabían.

Todas nos esmeramos en ser buenas niñas, chicas de intachable virtud que recortaron las necesidades propias y concedieron más importancia al prójimo quedando ellas en el olvido. Una horda de complacientes mujeres habilidosas en todo lo que se propusieran. Además de mujeres en esencia, fuimos, somos, trabajadoras a tiempo completo, estudiosas, inteligentes, brillantes. Acogedoras, pero no en demasía. Atentas para con los demás. Mujeres de hierro que destierran su feminidad por considerarla vulnerable en exceso. Una feminidad mal comprendida, tergiversada por años de literatura, películas, romanticismo de pacotilla. La feminidad…¿Qué es?

Mujeres con roles de hombre, híbridos casi perfectos, autoabastecidos y suficientes que siguen sintiendo que algo no anda bien en ellas.
«¿Qué es eso de los roles femeninos y masculinos? ¿Quién ha dicho que trabajar sea de hombres?», salta la protesta de la liga anti-necesidad.

A la liga anti-necesidad le explico que hay en la sociedad un inconsciente colectivo, nos guste o no; que dicho inconsciente se remonta a tiempos de Matusalén y que, por mucho que protestemos, eso está latiendo en la mente de todos. Le hago constatar que los cambios sociales no siguen el frenetismo de la tecnología y que, incluso por detrás de nuestro inconsciente colectivo está el imperativo biológico anclado todavía más lejos que el nacimiento de Matusalén. La brecha entre nuestra biología y nuestra tecnología se abre cada día más y el abismo se vuelve insondable. Nos perdemos en la oscuridad de los conceptos, de lo que es, de lo que nos dicen que debería ser. Y sí, quizás debería, pero todavía no hemos llegado ni siquiera a la D, seguimos batallando en el ABC. Dudo que lleguemos a ver el resurgir de una sociedad, nos habremos autodestruido antes por cazurros. Basta un botón para hacerlo estallar todo por los aires.

Ante los ojos del alma creció un bosque que impidió ver el árbol. En este caso la maraña de conceptos, preceptos, adeptos, ineptos es la broza que oculta el árbol de la vida.

Siento que nos hemos perdido en la clasificación y que nada de esto tiene sentido. Que tratando de explicar se borra toda etiqueta, que nada proviene de la existencia, sino del apostillar compulsivamente para ahorrar tiempo y energía. Que naturalmente somos animales organizados en función de sus capacidades físicas y que eso de los roles sociales es una absurdidad que, sin embargo, existe. ¿Existe o la creamos y por eso existe? Rizando el rizo, ensortijado de ortigas que me parece una gilipollez y una pérdida de tiempo, pero ya lo he escrito así que lo publico.

Conceptos y más definiciones sobre lo que «debe de ser», «debe ser», «debe», «nos debe»… nada de todo eso.

¿Existe algo más asqueroso que la cosificación? No es una queja, es una constatación que me sirve para observar el desfile de la historia de mi vida y echarme las manos a la cabeza espetando un «¡Joder! ¡Esa he sido yo!» Víctima y verdugo, verdulera más verde que madura, más dura que el asfalto.

Me voy a meditar y a callar un rato. ¿Se puede apostatar de uno mismo?

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