La diferencia entre sentirse opción y prioridad: Una de las bases de la autoestima es saber decir «no me interesa» al que viene a pasar el rato.

Se levantó como el día, con la cabeza nublada y densa. El pensamiento, de un plomizo plumaje, se desperezó desentumenciendo los conceptos que la mantuvieron en vilo hasta altas horas de la madrugada. «Hoy va a ser uno de esos días… viscosos» se dijo a sí misma. Algo andaba encasquillado y no sabía el qué.

Se vistió con los pantalones del revés que le estuvieron naturalmente incómodos y, sin quitarse los tapones de los oídos, medida de protección sonora de la que era adepta a cualquier hora del día, enfiló hacia la cocina. Al no haber amanecido, se detuvo en el salón y prendió una vela para guiarse por las sombras. Jamás encendía la luz, le resultaba de una violencia ofensiva. Sí, en cambio, el tenue resplandor de la llama vestía la oscuridad de nostalgia y amparaba una suerte de suspiro por aquellos otros tiempos que existieron a la vera de las candelas en los que las personas se reunían para departir o sencillamente para acompañarse. Ni qué decir tiene que romantizaba de forma enfermiza el pasado, tan solo enfocando aquello que le molestaba del nuevo siglo.

Tomó el danzante haz que celebraba con júbilo su propia aparición y ambos se allegaron a la cocina. Preparó la cafetera de las de antaño, aquellas que todavía respetan el medio ambiente sin encapsular un producto derivado del café vendido a precio de oro. Absorta en sus devaneos, montó el puzzle de tres piezas olvidando verter agua en el reservorio y solo reparó en el detalle cuando, a punto de ponerla sobre el fogón, notó su inusitada ligereza. «Joder, macho, ¿En qué mierda estás pensando?». No estaba en presente, sino en pretérito y en aquella nube de la que se suspendía un archivo indeterminado.

Aguardó esperando matar a la mosca detrás de la oreja. El borboteo de la cafetera y el aroma del brebaje le indicaron que estaba a punto de darse el pistoletazo de salida en la carrera desenfrenada del miércoles. Se sirvió una taza y miró por la ventana esperando encontrar el origen de la inquietud. Sorbió sin entender por qué, cada mañana, preparaba aquella bebida amarga, caliente y nada agradable que nunca terminaba. Era parte del ritual de iniciación diario, pero siendo completamente honesta consigo misma, le gustaba poco por no decir nada. Sin leche, sin azúcar y sin gracia tomaba café porque era adulta y eso era lo que había visto hacer. Con el tiempo se acostumbró a meterse algo cálido en el estómago.

La inspiración la abanicó como la brisa con olor a salitre. Primero, un leve perfume a mar; después, la certeza la noqueó y, finalmente, extrajo la astilla de la rumiación. Ya no quería volver ser la opción que había aprendido a ser porque eso era lo que había visto hacer, sino la prioridad en la vida de alguien igual que ella trataba a los que conformaban su realidad. Si el precio de aquello tenía que ser la soledad, que fuera.

Tantos años pasados como una pelota de ping-ball, yendo y viniendo de aquí para allá, aceptando proposiciones, intermitentes algunas e indecentes la mayoría, se había forjado la convicción de que así es como los adultos hacían. Quedar por quedar, verse porque tenían que matar el tiempo libre de alguna manera y, entre cita y cita, el trabajo, la pareja, los hijos, los nietos se sucedían hasta la última parada. No hallaba en aquellas agrupaciones espontáneas respuestas interiores, tan solo la futilidad de los recorridos particulares y comidillas más bien insípidas. Participó de ellas recogiendo una inenarrable y también inexplicable frustración.

El «¿Qué me dices?» terminó por hastiarla y se recluyó en su torre de cristal. Dejó de querer saber del mundo y de sus presuntos avances. Borró de su agenda mental el exceso de números, especialmente aquellos que no la habían llamado por mucho tiempo y que, de vez en cuando, aparecían con un «Hey, ¿Qué tal?». No les importaba, sencillamente un pensamiento espontáneo había acaparado la atención. «Bien gracias, ¿y tú?». Ahí quedaba la cosa, seguían respirando, pero nada de aquello tenía relevancia.

Cayó en la cuenta de que a ella lo que la movía eran las personas. Que no viajaba por placer, sino por ver y compartir ese tiempo que no debía perderse bajo ningún concepto. No necesitaba rellenar el vacío existencial con entretenimiento compartido, ya no. Aprendió a decorarlo sola entre botes de pintura y café sobrante. ¿Necesitaba un abrazo? Sí, también de eso llegó a proveerse sola. ¿Necesitaba la energía del otro? Sí… y en aquello, por desgracia, no era autosuficiente, pero por primera vez en su vida comprendió que prostituirse emocionalmente por necesidad era incluso más indecente que aceptar la necesidad como parte inherente de la especie. En busca de vinculación había cometido los mayores crímenes contra sí misma.

Terminó el café dispuesta a priorizar aquellos que la buscaban para construir puentes que unieran y no para sencillamente pasar el rato. Su tiempo era suyo y su compañía era de oro, no para todo el mundo, solo para aquellos que se quisieran de verdad y vieran en esa unión algo más que un simple intercambio fluctuante y pasajero. Una fuente de crecimiento interesada y enfocada, una reciprocidad equilibrada, un dar y recibir con todas las cartas boca arriba sobre la mesa.

6 comentarios en “La diferencia entre sentirse opción y prioridad: Una de las bases de la autoestima es saber decir «no me interesa» al que viene a pasar el rato.

  1. Avatar de Tania Suárez Rodríguez
    Tania Suárez Rodríguez dice:

    ¡Olé, olé y olé! Suscribo cada palabra y sintonizo absolutamente con tu forma de sentir. El tiempo es oro y tan breve que es mucho más enriquecedor decorarlo con momentos y recuerdos de calidad, no con «postureos» y compromisos sociales prefabricados e innecesarios. Me encanta.

    P. D.: Si no te gusta el café, te puedo sugerir brebajes más interesantes. 😉 Un abrazo infinito.

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Dices que suscribes cada una de mis palabras… yo diría que las escribimos juntas y casi al mismo tiempo porque no se puede estar tanto en la cabeza de alguien
      Es imposible o como dirían mis amigos Ingleses: it’s mental (nótese la poca gracia del chiste) te adoro infinito

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  2. Avatar de beauseant
    beauseant dice:

    Es imposible no leer entre líneas y encontrar muchas de las ideas que hemos ido compartiendo en nuestra relación blogera en estos meses…

    A mi me pasa algo parecido cuando voy a comprar al supermercado, hay marcas que me gustan y, de no encontrarlas, prefiero pasar sin ese algo.

    Con las personas pasa algo parecido, hay gente que se lleva lo primero que encuentran porque quieren tener la agenda llena, para no pensar, para dar una imagen o porque les aterra lo que tienen dentro de la cabeza. Otras personas eligen con calma y, cuando no encuentran, pues no eligen y no eligiendo pues también están eligiendo…

    Esto, creo que me he perdido un poco, en mi cabeza era un pensamiento luminoso, te lo juro, son mis dedos, que no saben seguirme el ritmo 🙂

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    1. Avatar de elrefugiodelasceta
      elrefugiodelasceta dice:

      Se entiende a la perfección. No te has perdido para nada y al final las cosas las comprenden los que las tienen que comprender es decir los que están hechos de la misma pasta. Lo del super me ha hecho gracia porque efectivamente siempre que te gusta algo lo acaban dejando de vender y dices «coño, pa una cosa que estaba gustosa!»
      Por si acaso he dejado de comprar cosas gustosas y manipuladas…procesadas.

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