Me planta cara la página en blanco. No quiero compartir, ni quiero hablar, tampoco escuchar. La única palabra que sale de mi boca es «No». No quiero, no me apetece, no me gusta, no, no y no. Rechazo, cabreo y finalmente tristeza porque el encabronamiento es el manto con el que la pena se cubre. «No».
Ayer partí un melón de los que por dentro están demasiado maduros y cuyo sabor es alcohol puro. Picaba y picó. La lengua se entumeció. Desagrado y asco, pero por encima de todo, vergüenza.
Desorientación, desolación, inverosimilitud. ¿Cómo es posible hacer aquello que va en contra de los dictámenes del cuerpo? La propia escucha acallada por la mente a la que se le otorga el timón, sobre la que se confía y nos pierde. Algunos nos extraviamos en la desconexión visceral. Partición de doble sentido por una vía única. Choque inevitable, accidente cósmico.
¿Piel con piel? NO. Me aterra el contacto a pesar de buscarlo, dualidad inexplicable. ¿Lo anhelo? Sí, pero el pavor se expande, me crispa, me tensa. ¿Y eso? Ni idea, pero una mano sobre la rodilla es capaz de cerrarme los esfínteres sin siquiera reparar en la tensión. La normalización de la reacción hace que se sienta como natural porque así crecimos. Unos con miedo, otros con ira, otros con la melancolía como telón de fondo, telón de acero y talón de Aquiles.
Del terror al contacto nació la desconfianza, la suspicacia, la hiperactivación mental, el análisis compulsivo de la conducta del prójimo, el control exacerbado, la planificación exagerada, la automatización de los procesos para no encallar la energía y seguir siendo funcional. La revisión constante de los gestos, de las expresiones, de cada punto y de cada coma, de la respiración incluso. Estado de alerta incesante que da luz a la rumiación y a las preguntas que se agolpan en la mente ¿Qué querrá? ¿Por qué me habla? ¿Qué busca? ¿Me miente? Dijo, dice, predigo, infiero, infierno. Desconfianza del que se pone las gafas del convencimiento de que las intenciones ajenas son siempre innobles. Nobleza… ¿Qué mierda es eso? ¿Cómo se puede sembrar la confianza? Ni idea. ¿Respirando? Confianza en uno mismo, en saber detectar a aquellos que vinieron a desmantelar nuestros hogares. Mente… siempre la mente buscando respuestas. NO. Deja de pensar y deja de escribir.
Pienso entonces en aquel día en el que el temor apenas me dejaba respirar. «no respires, no te muevas no sea caso que se entienda algo que no es. Permanece en la retaguardia, callada y evalua.» Con la mente conjeturando a la velocidad de la sombra, bajo el yugo de la cerrazón, el piloto automático tomó el control. Para eso está el ego, para protegernos y actuar dentro de una normalidad. La penitencia es la que reviste al inconsciente. Siente el miedo y siente el cuerpo cerrado a cal y canto, desde aquí imposible construir puentes que unan, primero hay que desbrozar.
Todo está al rojo vivo, descarnado, como los pellejos que bordean las uñas y a los que les da por infectarse y tú no puedes dejar de tocarlos hasta que sale sangre y la zona queda hipersensibilizada.
Al día siguiente, hoy, el mar ha perdido en intensidad, el dolor también, pero el color de las aguas y la marejada atestiguan del embravecimiendo del ayer, de su lamento. El manto de estos cuarenta años ya no sirve, está ajado y harapiento. Los remiendos han terminado por agujerear las borduras a las que estaban cosidos. El tejido inicial ha desaparecido de tantas puntadas que se le dieron intentando recomponer algo que había comenzado a descomponerse. Mi ego ya no es funcional, se me ha quedado pequeño.
Se anuncia tormenta, un huracán destructivo que se lleve otra capa de protección. Aquello que con esmero he evitado ver, florece y ese melón no puede cerrarse de nuevo, tan solo aceptarlo.
Me pregunto qué hay detrás de la metáfora del melón. No me cuadra con la vergüenza, porque nada tendrá que ver con aquello del pan de la vergüenza, ese que no nos merecemos, o sí, el melón pasado de la vergüenza, todo lo contrario, ese que nadie merece. Que todos los problemas fueran un melón pasado, o una patata caliente, o el gusano de la manzana cuando el miedo acecha y luego nos desocupa -huye pero no gires la cabeza- petrificando el dolor. Mirar y olfatear siempre adelante al Verbo copulativo; sustantivo se hace camino al andar. Aunque no siempre te entienda, me gusta leerte.
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Esther, si no lo has entendido entonces es que está bien escrito. En este caso partir melones, o abrirlos, es lo que se utiliza en Gestalt para denominar «el quista de mierda que yace en el interior de cada uno». Es como destapar la caja de Pandora, es como sacar la pasta del tubo de dientes. Es de esos temas que una vez fuera, no puedes meter dentro y tapar con el felpudo. Son las grandes heridas, son esos dolores que pulsan por debajo y nos conducen a los actos más estúpidos atentando contra nosotros mismos por el simple hecho de no ver esos pozos en los que caemos.
El melón es el que encierra «EL tema».
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