Olvidada vulnerabilidad,
A ti me encomiendo en este segundo tramo de vida,
pequeña como un átomo y roma por los golpes recibidos.
Remo por arrimar el ancla al puerto del que nunca debí zarpar.
Huérfana, sin más compañía que el quejido de este violín tullido
y la amargura de un farolillo en ermitaño,
regreso del averno invernal con miedo y hiel de gallina
por lo que estos ojos tuvieron a mal presenciar.
Y es que, en la catacumbas de mi propia oscuridad,
donde antes hubo un alma de algodón,
yace enterrada una oquedad estremecedora.
En su centro, envueltas de una mortaja en negro,
permanecen filosas las alas del hada que fuimos y que yo misma cercené.
El sudario de la nada se baña en lágrimas torpes por la condena de brujas inocentes
de cuyas cenizas surgieron las peores humillaciones propias.
De vuelta y media del abismo, recuperando lo que se pueda de uno mismo,
con vergüenza del miedo y con miedo a la vergüenza,
degradada, sin dignidad, al descompás de la melancolía,
me redimo marcha atrás comprendiendo la aspereza de una certeza que sin saber siempre supe
y es que para amar y ser amado, dejarse amar con vulnerabilidad, es necesario.
Y, sospecho, ese es el problema. Cuando nos han golpeado la primera vez no queremos que nos golpeen y por eso intentamos no ser vulnerables, nunca más me harán dañó nos decimos… y nos lo creemos, nos lo creemos por completo. Así que perdemos la capacidad de entregarnos, de sorprendernos y, por el camino, cerramos demasiadas puertas.
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Mmmm… No sé si lo llamaría problema. Cuando nos hacen daño y nos cerramos, nos protegemos, nada de malo en ello, es un proceso natural. Y el «juro que nunca más…» debería ser real pero no sabemos distinguir lo que es bueno de lo que no lo es (bueno, saludable, etc) para uno mismo. O bien sí sabemos pero tenemos tanta necesidad que te agarras de un clavo ardiendo. La sed te hace beber del vaso equivocado y aunque haya una etiqueta con «peligro, no potable» hacemos caso omiso y pa’dentro. Hablo en primera del plural, cosa que odio porque te meto en un saco que puede no ser el tuyo pero ya que hablas de pillarse los dedos… Creo que puedo utilizar la primera del plural.
Cerramos demasiadas puertas porque la experiencia nos dice que en otras ocasiones no funcionó. Elaboramos un presente con ladrillos de pasado así que no avanzamos pero las cosas hoy son diferentes de hace un año. Tú eres diferente, se supone que has aprendido del pasado y primero debes observar y escucharte y hacer caso a las señales luminosas que dicen «por aquí NOOOOOOOOOO zoquete». Creo que si aprendemos a hacer caso de los carteles luminosos, todo tendría que irnos decentemente. Un abrazo artista!
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“Para amar y ser amado, dejarse amar con vulnerabilidad, es necesario”. Y entender y amar la vulnerabilidad ajena también. Digo yo.
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Solo se puede entender y amar la vulnerabilidad ajena cuando uno explora, comprende, ama y expone la propia. Esa es mi experiencia. Primero uno mismo y después el prójimo. Merci!!!
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Yo no estoy tan seguro como tu… Me conozco mejor cuando me veo en el reflejo de otros ojos…
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Una cosa quita la otra. Verse a uno mismo en el reflejo de otros es verse a uno mismo aunque sea a través del prójimo por lo tanto primero tú y después los demás. Y está bien así.
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OK, es tu punto de vista.
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