La negación del dolor lo acrecienta: Sí, también el físico. Me transformo en mi dolor a través de la meditación y me curo.

Al dolor le permito estar en mi cuerpo. Sí, la laceración me impide respirar y justo cuando duele bloqueo la inspiración. Ese punto justo es donde concentro interés. Donde pongo la atención, pongo la energía.
Aprieto el abdomen, siento las palpitaciones del corazón en ese punto. El flujo sanguíneo acaricia la zona dolorosa.

Pongo la intención en ese punto con micro movimientos que van colimando el lugar justo. ¡Ahí es, justo ahí! Seguidamente suelto el aire y relajo el vientre y una explosión de energía sube por la espina dorsal y va a parar directamente en ese dolor.

Me transformo en mi dolor, yo soy él. Lo masajeo desde dentro del cuerpo y, poco a poco, se va tornando flexible, maleable. Me deja respirar de nuevo. Queda un remanente, un reflejo, algo más que una ligera molestia.

En vez de negarlo le hago su hueco, lo dejo existir, lo veo, lo escucho, lo observo, me transformo en él y lo dejo vivir en mí. Se va disolviendo, se transforma porque lo acepto.

Un par de meditaciones más y será historia hasta la próxima visita.

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