Sigo buscando y encontrando recovecos oscuros muy visibles a pesar de todo. La sombra existirá siempre porque cada emisión de luz sobre la misma, provoca una nueva proyección, una nueva umbría que explorar, un hito tenebroso más alargado y mejor escondido aún en superficie.
Hay luchas internas que conocemos y que tenemos «asumidas». Por poner un ejemplo, la mía es la dureza de carácter. Una intransigencia, una imposibilidad de conectar con el corazón. Puedo ser áspera y despiadada y también puedo ser todo lo contrario porque donde hay una polaridad está la otra inversamente proporcional en intensidad y oscuridad.
El saberme rígida e inflexible no implica haber integrado esas cualidades, sencillamente «sé» que están, tengo el conocimiento. El saber no significa haberlas dejado penetrar en el cuerpo. Lo sé pero no lo he asumido. El trabajo de sombra consiste en darme cuenta de cuándo estoy siendo aquello que critico en los demás o bien aquello que observo y que me provoca rechazo.
Otro ejemplo es la necesidad de justificarlo todo: hallar, explicar, etiquetar el porqué del todo. A veces lo observo a mi alrededor y me provoca la náusea, literalmente. Me aburre la exposición y el parloteo incesante de aquellos que quieren explicar el porqué del cómo. Y aquí empieza el verdadero trabajo. El darse cuenta de esa incomodidad y del juicio que estoy emitiendo sobre la persona que está explicando.
«¡Qué coñazo!, ¡Qué pesado!, ¡Joder, vaya lacra!» un diálogo interno integrado que se convierte en un pesar muy conocido. El juicio me invade, hay un rechazo que se establece para EVITAR arremangarme y ponerme manos a la obra y explorarme, revisarme, mirarme de cerca y con la suspicacia del que sabe perpetrador de aquello que critica. Ese hastío que se convierte en tedio incesante, cansancio, sopor, desconexión e ira. Una ira que nace en la boca del estómago y que va subiendo hasta la garganta que se cierra porque no es de recibo decir «cállate, me importa una mierda».
Todo es una proyección de nuestro interior, eso no está pasando. Nada de lo que vemos está pasando más allá de nuestra mente. Si esto último lo tengo claro, en el mismo momento en que me invade el fastidio y el aburrimiento me retiro a meditar sobre el cómo, en qué momento, de qué manera hago yo eso mismo que estoy viendo y proyectando, evito exponerme a una situación para la cual no estoy energéticamente preparada y además aprovecho la ocasión para darme un baño de humildad y asumir que la paja que veo en el ojo ajeno es la punta de la viga que sale del mío. Doy las gracias infinitas a todos aquellos que me han espejado mi propia inmundicie.
No me doy cuenta pero soy una clasificadora nata y lo peor es que me identifico con las etiquetas. «Soy esto», «soy aquello», «soy lo de más allá» y si soy una cosa, no puedo ser la otra. De ahí la inflexibilidad, la rigidez y la falta de conexión. Y heme aquí haciendo lo que critico. Maravilloso método de autoconocimiento. «como es adentro es afuera». Mi vida es una proyección de mi interior así que si quiero cambiar lo de fuera debo empezar por mutar lo que hay dentro. Es inevitable.
No se trata de censurar nada sino de dejarse atravesar por las emociones que surgen de cualquier momento, de cualquier lugar por parte de cualquier persona. No importa. Todo es una ocasión para conocerse a uno mismo. Integrar es darse cuenta de que eso también lo somos y lo de más allá y que en realidad lo somos todo. Que somos calidez y frialdad y, según el momento y la persona que tenemos delante, aparece uno o el otro.
Si soy rígida es porque aprendí a serlo. ¿Cuándo? En mi infancia. Todo lo que se parezca a mí me causará rechazo. La persona rígida me provocará alejamiento e insoportabilidad. La persona cálida me provocará dulzura y acercamiento. Integrar que soy las dos caras de la misma moneda y darme cuenta de lo que está acaeciendo en cada momento es integrar la sombra y vivir desde la conexión con uno mismo. Solo así se puede hacer trabajo de sombra.
«Saber» no es suficiente. No se trata de elaborar una lista de adjetivos con los que me identifico y hallar sus polaridades. Es un primer paso, pero no es suficiente. Hay que dejarse sentir la ira, la rabia, el asco, el dolor, la pena, la tristeza, la alegría, el miedo, el fervor que se esconden detrás de cada adjetivo, de cada situación, persona o negación.
Poco a poco, con el tiempo, un buen día fregando los platos, uno se da cuenta de que hay cosas que ya no se activan. Y la sombra es un campo de minas, cuando se neutraliza un núcleo, automáticamente se detienen los derivados de ese punto.
Añadir que, cuanto más nuclear sea la mina, más tiempo se tarda en desactivar porque forma parte de la neurosis del carácter que hemos aprendido y que nos ha salvado de situaciones extremas. Nos ha permitidio llegar donde estamos ahora. Agradecer la limitación y mirar con los ojos de la compasión, poder admirar y compadecerse de uno mismo forma parte de integrar y dejar de rechazar lo que tando nos ha dado a lo largo de la vida. Es el propio camino interno hacia la esencia el que nos confronta con lo más bello y lo más oscuro de nosotros mismos. Curiosamente, los extremos vuelven a converger en un punto alejado. Todo es nada, nada es todo. Uno existe porque este mundo es dual aunque energéticamente sean lo mismo con amplitudes de onda diferentes.
No se puede expresar con palabras, hay que vivirlo, no obstante, en mi empecinamiento lo he intentado para recoger aquellas claves de vida de las que voy siendo consciente y que, quizás, le puedan servir a otros.
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