Cada luna llena, cada ciclo, cada momento del 2025 ha ido tomando cierto cariz apocalíptico. Se viene anunciando la hecatombe, el final o el inicio del «nuevo mundo» desde mucho antes de lo que recuerdo. Así claro, la profecía autocumplida está asegurada. ¿No es acaso cada año, cada mes, cada semana o, mejor aún, cada día, hora e incluso minuto una oportunidad para transmutar?
Desde que me zambullí en las aguas de este mundo paralelo que engloba el autodescubrimiento y la búsqueda de la verdad personal, no han dejado de sorprenderme las sincronicidades, las «casualidades», el «azar» y lo que sobreviene cuando menos aguardas. El cerebro egoico necesita de explicaciones en primera instancia antes de soltar el control, por eso todo este blog se tiñó de mapas de conciencia, de diseño humano, de astrología, de rituales, de explicaciones sobre la razón del porqué y del cómo. A toro pasado uno puede comprender el para qué se dio un determinado evento. «We make sense out of it», pues gracias a un suceso, nos dimos cuenta de otro.
El inconsciente nos persigue y se manifiesta lo que llamamos detino hasta que le ponemos luz. Llamamos sino al acoso tenaz de lo que no queremos, podemos, ver cuando en realidad se está manifestando porque estamos preparados para verlo (recodatorio: ponemos la energía donde ponemos la atención y lo que llama nuestra atención es aquello que está suficientemente maduro para salir a la luz). Está pidiendo ser alumbrado y, de ahí, surgen todas esas casualidades. Son los síntomas del síndrome que pulsa de fondo.
Cada momento es perfecto para poner luz, para volver a empezar, para reanudar. Lo que he aprendido por muy loco que parezca es que somos responsables de todo aquello que permitimos. Da igual las desgracias que nos hayan ocurrido. No somos víctimas sino creadores porque aquello que acaeció era necesario para que nos diéramos cuenta de lo que teníamos que asimilar. Es jodido pensar así pero no me cabe el menor resquicio de duda.
Un evento puede ser visto desde la posición de víctima «¿Por qué yo?» o desde la posición de empoderamiento «¿Para qué esto?». Es un camino que se va labrando a ritmo de hormiga. El despertar espiritual tiene más que ver con la asunción de responsabilidad propia y decisión de empoderamiento que con asumir que todo está divinamente orquestado (esto último viene después aunque también desde la perspectiva de un «yo» que permite la experimentación). Los hechos son objetivos, la lectura de los mismos no lo es y todo cuanto se deriva de esa lectura es fruto de lo que somos.
No tengo respuestas y cada vez siento que tengo menos preguntas. Sé que lo que me ocurre es fruto de lo que permito. Si siempre me pasa lo mismo es porque de alguna manera no he cambiado el patrón que provoca ese resultado. Si repito el experimento con las mismas variables, no puedo esperar alquimia tridimensional, solo espiritual. Darse cuenta de cuánto de esas variables son inconscientes es el verdadero despertar espiritual. Y esas variables van desde lo más obvio hasta lo más sutil, siendo la sutileza harto complicada de desvelar. La única manera de llegar a ella es a base de hostias con la realidad.
A la agudeza se llega con perspicacia y con la repetición de los hechos que nos obligan a ir quitando capas de la cebolla. Vamos cavando y extrayendo capas de programación hasta que nos damos cuenta de que la vibra existe porque hay en nuestros cuerpos energéticos información que proviene de Dios sabe cuándo y que llevamos con nosotros de forma totalmente imperceptible.
Este es sin duda el mejor viaje de los que me he pegado, el trip de autoconocimiento. Una expedición de espeleología transpersonal hacia las catacumbas del alma.
Me divierte hacer reels en IG. Me gusta dar la nota, sobre todo si esa nota puede dejar miguitas de «Aja!» para otros.
Ahí va… un abrazo