Me asaltan los recuerdos veraniegos de mi padre en la playa cuando yo sólo contaba 10 u 11 años. Recuerdo el cuadro surrealista que recogía la inclemencia del sol abrasador sobre nuestras cabezas, el ruido de las olas ahogado por el griterío de la muchedumbre mientras su discurso prevalecía por encima de todo elemento natural. Allí, entre efigies adorando al astro Rey y fútiles pasatiempos ocupando el espacio en el lugar del pensamiento, me hablaba mi padre de la importancia de conocerse a uno mismo, de la ética, de la moral y de los valores personales.
Con la mente a punto de estallar, sin tener claro si por el influjo del calor, el ruido en derredor o por las vaharadas de pensamiento que se iban atropellando en una apremiante sucesión de preguntas: ¿Pero dónde está el punto inicial por el cual debo comenzar? ¿Cómo puedo saber quién soy? ¿Soy la que se encierra en sí misma y escribe sus emociones? ¿Soy la introvertida que mira al techo y divaga por avenidas de pensamiento? ¿Soy la irreflexiva y vehemente o todo su contrario? ¿Se puede hablar de naturaleza propia o bien todo cuanto somos es aprendido a través de la socialización?
Casi 30 años más tarde, por fin entiendo que ese punto inicial debe ser uno mismo. A pesar de la posibilidad de ser tildado de procedimiento egocéntrico, nuestra realidad es propia y no empírica. Vemos los hechos objetivos con nuestra mirada por lo que la interpretación de los mismos y las vivencias que se experimentan son propias y personales y por lo tanto subjetivas. A sabiendas de esto último, debemos ser conscientes de que la realidad pura sólo existe fuera de nosotros, que todas la lecturas que de ella se desprendan serán producto de nuestra mente.
Rafael Santandreu hace mención de las dos mentes que todos llevamos dentro y que yo ahora asocio a esencia y ego respectivamente: «mente grande» y «mente pequeña». En su libro titulado «El arte de no amargarse la vida» nos evoca la existencia de una mente pequeña y estrecha que se fija en el detalle y percibe las vivencias desde lo que ahora comprendo como el EGO. En cambio la mente grande (yo la llamo universal) es la que tiene capacidad de leer los hechos desde fuera de uno mismo, dejando el EGO aprisionado en su mente estrecha. La mente grande, universal y libre se corresponde con nuestra ENSENCIA, el lobo blanco que reposa plácidamente en la quietud del alma, mientras que la mente disminuida obedece a la lectura del EGO, el lobo estepario negro dispuesto a atacar para protegerse.
Me ha costado muchos años llegar a poner palabras a la intuición y sólo ahora puedo determinar lo que es cada cosa porque he llegado al punto de NO AFECTACIÓN. Pensaba que era un problema el hecho de sentir que ya no siento como antaño. Cuando otrora fui una montaña rusa de sensaciones, cuando las emociones tomaban el control de mis sentidos y eran el centro neurálgico de mi vida, hoy siento que no siento nada.
Pensando que me había convertido en cubito de hielo o en piedra inerte, repasé aquellas canciones que se comunicaban con la universalidad de mi ser y comprobé que no me había solidificado, sino que había pasado a otro nivel. No era un problema no sentir la tan alabada pasión de juventud. Estaba blindada ante los arrebatos del alma, ante las manipulaciones desde el victimismo. No me movía ya la pena por el otro y no era siquiera una cuestión de empatía. Podía perfectamente comprender la desesperación, el dolor y el miedo ajeno, pero no podía ya sentir lástima por la postura victimista.
«La belleza» del recientemente fallecido Luis Eduardo Aute siguió teniendo el mismo efecto en mí. Las lágrimas brotaron libres al rememorar la bondad con la que siempre me trató Antonio fallecido el 24 de Diciembre de hace una década y las canciones de Alex siguieron estremeciéndome de pies a cabeza.
Sigo llorando con las palabras de amor sentidas y reales, no aquellas que se dicen para conseguir, agradar o provocar. Es como si los años de uso y abuso de mi sensibilidad natural hubieran finalmente construido una callosidad protectora que sólo puede llegar a ser atravesada por palabras y hechos reales. No es que se me haya muerto el alma y sólo quede este cuerpo, sino que el sentir ha pasado a ser menester de la mente grande y, como tal, sólo pueden ser sentidos los actos de amor real y universales y no aquellos mermados y recortados por el patrón egocéntrico que lo único que necesita es la consecución de sus objetivos. Igual que el amar ya no proviene del «yo» infantil que busca llenarse de otro, sino del «yo» universal que busca dar y expandirse. Y dando, el ego se empequeñece. Y afrontándonos a nuestros demonios, algunos llegamos a percatarnos más tarde de cuáles son porque nuestro ego suele pecar de soberbia. Heridos de traición, llenos de ira y con la fuerza descomunal que llega a mover montañas nos hemos creído superiores y hemos declinado e incluso ignorado a los que ya nos avisaron. No de la mejor manera, pero tampoco busco justificarme por haber huido, eso es lo que aprendí a hacer y esas medidas del ego me salvaron la vida en más de una ocasión.
Y es que con esta diferenciación, todo adquiere un nuevo sentido. La disonancia cognitiva se ha solucionado porque la explicación da solución a esta aparente contradicción de lo que es el «amor» y el «sentir».
Y cuando escribo estas líneas es verdad que parece que dicte sentencia. Sin embargo, no es una verdad absoluta, sino mi verdad absoluta que al ser mía se convierte en relativa para los demás. «La verdad hay que experimentarla porque al hacerlo nos llenamos de paz». Estos apuntes son como la canción de Robe, necesarios, aunque ella nunca vaya a volver y por ende la vacilación se esfume. Por fin se materializan a través de estas palabras años de cavilaciones, zozobras e inseguridades que han protagonizado demasiados momentos vitales.
Para diferenciar ESENCIA y EGO es necesario echar mano de las definiciones propuestas en psicología y hacer malabarismos con ellas para ir mermando la disonancia. Crear puentes entre lo que ya se ha dicho y lo que está por decirse. La búsqueda de la verdad propia y del descanso, la paz y la armonía.
- TEMPERAMENTO: Disposición innata que nos impulsa a reaccionar de forma particular a los estímulos ambientales. Esto forma parte de una dimensión INSTINTIVA y BIOLÓGICA de la personalidad humana determinada por la herencia genética. Esta genética influye en el sistema nervioso y endocrino por lo tanto regula las pulsiones a través de las neuronas así como de las hormonas. La hiperactividad, el estrés, la ansiedad, la depresión, la felicidad entre otros, tienen una razón de ser genética sobre la cual no tenemos elección.
¿Podemos llamar ESENCIA al temperamento? No tengo respuesta a día de hoy. Seguiré indagando. - CARÁCTER: Conjunto de reacciones y de hábitos de comportamiento ADQUIRIDOS durante la vida por lo tanto es el componente APRENDIDO que viene determinado a su vez por LA EDUCACIÓN (social y cultural) y por LAS EXPERIENCIAS a través de las que vamos desarrollándolo. Es modificable con el tiempo y tenemos poder de decisión y cambio sobre éste. Asimismo, tiene la capacidad de moldear nuestras tendencias naturales, es decir, el temperamento.
- PERSONALIDAD= Temperamento + carácter.
En psicología, la definición de «personalidad» vino de la mano de Bermúdez (1996), que la conceptualizó como una “organización relativamente estable de características estructurales y funcionales, innatas y adquiridas bajo las especiales condiciones de su desarrollo, que conforman el equipo peculiar y definitorio de conducta con que cada individuo afronta las distintas situaciones”.
La personalidad debe ser perdurable lo cual es de vital importancia pues en contextos distintos la personalidad debe ser coherente en diferentes marcos de actuación.
No se puede tachar a alguien de algo si sólo lo hemos visto en una situación determinada. No obstante, su manera de responder irá repitiendo patrón a lo largo de sus reiteradas exposiciones y podremos entonces pasar a calificarlo.
¿Cómo podemos diferenciar los rasgos genéticos y por lo tanto imperturbables de los adquiridos y modificables?
Los estudiosos dicen que no se puede, no obstante, uno responde a estímulos que echando la vista atrás se remontan a vetustos tiempos. Una tónica se desprende de nuestros actos y de nuestras reacciones. No tiene que ser el momento actual pero sí que es cierto que esa tónica es la que nos da indicios sobre nuestro temperamento, por ejemplo cuán rápido tenemos tendencia a dejarnos conquistar por la rabia, la impaciencia, etc. De ahí podremos pasar a mirarnos dentro y determinar si ese rasgo es innato o adquirido. El hecho de tomar conciencia nos obligará a tener en el punto de mira aquello que estemos observando.
Sólo somos nosotros en esencia cuando acogemos y comprendemos y aceptamos al herido no desde un punto de consecución en sí, sino para hacer el bien global. Cuando queremos por el hecho de querer y amar en paz porque es nuestra esencia, la del ser humano universal, trascendemos lo terrenal y comprendemos que no tenemos la necesidad de protegernos de nada. Que no hay barreras, que la enfermedad mental es producto del ego así como lo es la maldad, la intolerancia, la ofensa y tantas otras cosas de las que nos protegemos. Cuando sentimos con nuestra mente universal, sentimos sin preocupaciones, abrazamos nuestras imperfecciones, sentimos en soledad. La mente universal es solitaria a pesar de ser parte de un todo.
Cuando sentimos desde nuestra mente pequeña, sentimos con miedo desde la preocupación de ser heridos. Esto lo escribo en un momento de lucidez y de plena comprensión, ahora mismo formo parte del todo y comprendo cada átomo y lo abrazo e incluso a los que me ofendieron solo los puedo recordar desde la compasión y desde la pena del que hirió a otro porque no tenía la capacidad ni el entendimiento para trascender a un nivel superior y hablar desde la distancia de sí mismo tan necesaria para acoger al prójimo.
(Pregunta que viene a perturbarme, la escribo y sigo: ¿Se puede sentir desde la mente?)
Quizás no me hubieran herido o quizás sí, si yo hubiese recibido el mensaje desde mi mente pequeña y no desde la universal. Para que haya plena comunicación, emisor y receptor deben situarse en la misma frecuencia que puede ser la neurótica y por lo tanto la egocéntrica o bien la superior.
Es todo un problema de percepción y seguramente, cuando vuelva a repasar estas palabras desvinculada de mi esencia, en plena crisis o desde mi ego, no comprenderé y le pondré pegas a todo: «Hay que «amar» sí PERO sin dejarnos tomar el pelo, sin confiar demasiado en el otro al principio, sin dar demasiado por miedo a que nos vacíen porque eso es lo que ha pasado siempre, hemos terminado vacíos y olvidados de nosotros mismos»… lo sé, y mientras escribo los «peros» ya noto que se van poniendo en marcha mis mecanismos de defensa.
El ego arremete y va tomando su emplazamiento habitual: «Acuérdate de lo que pasó no hace mucho cuando…», «No te olvides de la noche aquella cuando…», «¿En serio te estás creyendo tu discurso? porque no puedes dejar pasar los hechos de aquella vez que…»
Ya está, ha ganado este pulso pero al menos he dejado plasmado en este pequeño lugar del mundo la lucidez de haber sentido, por un momento, la belleza. NO pido perdón, asumo las consecuencias de mis momentos de ego. Y ahora que quisiera poder hablar contigo, no puedo porque no estamos en fase.
No pasa nada, si alguna vez comprendimos el «amor» de verdad y real, si hubo algo de veracidad en nuestro intercambio, todo se arreglará y volveremos a estar en contacto PARA BIEN algún día y desde otro punto mucho más elevado.
Y si no, todo quedará ahí, como un recuerdo sin dolor.