Andanada de liviandad: El refugio de los que arrastran soledades.

En la exhalación de la vida tuve la dicha de presenciar la belleza bajo muchas de su formas.

Se manifestó en rupturas que lideraron sollozos y profundos pesares. Estas condujeron a la inevitabilidad del cambio y hacia noches en blanco que se volvieron de bohemia.

Vi lo indecible cristalizado en las lágrimas de un cocodrilo sin alma, un ser mitad lógico, surgido de un pantano de luz. El paroxismo de la calidez la hallé entre las aletas de un tiburón de Groenlandia que me prestó su corazón para sanar el mío y me mostró los fondos submarinos donde descubrimos a Lucifer bailando en las penumbras luminosas de sus abismos.

Juntos devolvimos las diéresis de los ängeles a la vida en un páramo que se nos antojó tranquilo. Construimos nuestro hogar entre la nada y el todo esculpiendo cada una de sus piedras con el cincel del orfebre que no tiene prisa por terminar. Me arrullaron al amanecer unos silencios acampanados de compañerismo. Entre bambalinas se escribieron los versos más dulces de aquella noche, donde los astros no tiritaban por el frío aunque sí a lo lejos, ni la dicha causaba dolor.

Todo ello pudo resumirse en un nombre impronunciable con dos puntos al que le seguía un séquito de puntos suspensivos, desfile abierto por exclamaciones e interrogaciones hasta llegar al punto y a parte, lugar en donde sin duda se corresponden los suspiros.

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