Terapia #18: El soliloquio de 60 minutos de alguien que no tiene nada que decir… eeeeh, chica puedes llegar a chiste si no te lo propones.

-Buenos días, hoy no tengo nada que decir porque siento que… bla bla bla y además bla bla bla y también bla bla bla.

Tampoco tengo mucho que escribir. Y la verdad sea dicha, no puedo dejar de hacerlo. He intentando mantenerme sobre los raíles de una de las múltiples cosas que vomité.

La luna nueva no me dejó dormir. Las rocas de la playa desaparecieron. Me vi saltando de piedra en piedra ¿Cuándo aprendí a no ser? ¿Cuándo me olvidé de mí? ¿En qué momento se hendió la aguja que hubo de coserme la sombra luminosa a la estatua impertérrita? ¿En qué instante nos volvemos proyección del super ego ese que opaca pensando que nos hace brillar?

Querer asir el momento justo del cambio es como perseguir al conejo blanco porque las transformaciones, igual que las mareas, van subiendo de nivel hasta que empapan la orilla. Se instalan dócilmente y, sin saber cómo, el agua termina engullendo media playa. Las rocas que ayer estaban hoy ya no pueden verse. Están, mas «bajo el mar» ¡Ay mi cangrejo Sebastián, cuánta sabiduría encerraban tus canciones!
La marea ha subido paulatina y silenciosamente y, cuando quieres darte cuenta, lo obvio ha desaparecido bajo la superficie.

Quizás la metáfora sea poco acertada, pero a mí me sirve para comprender cómo nos metamorfoseamos, cómo nos vamos cincelando a golpe de escoplo y martillo con el tiempo. (Pequeña risilla que se me escapa ahora que escribo esto: nos vamos cincelando a golpe de acople y martirio) No es de un día para otro, sino lenta, pausada y subrepticiamente. Por ello, es tan difícil de percibir cuando, en la primera mitad de vida, uno reacciona ante los «estira y afloja». Prueba y error de lo que funciona.

-¿Puedes decirlo en primera persona?

Me sugiere el artista cuando me desvío del «yo».

Buscando acallar el dolor y rellenar los huecos, curar las heridas que me dejaron las experiencias pasadas, pruebo y veo el resultado que cosecho. Si duele menos entonces eso funciona para, como su nombre indica, ser funcional. Si duele más entonces huyo del dolor y lo evito porque ¿A quién le puede gustar sufrir? Sí, sí, a los que a través del sufrimiento piensan que se dignifican. Cada uno lleva impresa su estructura egoica. La mía no pasa por ahí, yo evito -evitaba- cualquier contacto con la pena, el dolor, la lástima y todo lo que huela a sentimiento o, mejor dicho, a sentimentalismo exacerbado.

Suelo desconfiar de los que son demasiado efusivos, quejumbrosos, sentimentales, agradables en exceso. ¿Dónde está el límite entre lo mucho y lo decoroso? En mi tripa, en la sensación y punto, no hay discusión posible.
Todo eso ya lo he hecho y por ello percibo el superávit de lo que sea en superficie como una humareda negra. Lo brillante suele tornarse opaco cuando se indaga. Lo opaco suele brillar tras el lustre. Yo así me comporté y por eso salgo pitando ante los mantecosos simpáticos y tiendo a preferir a los parcos y adustos. Ahora no lo sé, creo que no miro más lo que son los demás y sencillamente me limito a mi propio redil. Primero mi culo y si queda papel, pues ya veremos. Creo que es lo más responsable.

En vez de mirar, siento con las tripas y desde la semana pasada, empiezo a sentir con el pecho. En las tripas se acumula la furia, esa fuerza inconmensurable que arrambla con todo, ese arraigo a la tierra, esa certeza que encierra la respuesta inmediata «Sí, quiero» o «No quiero». Esos tambores que llaman al salvajismo, al rito a grito pelado.

En el pecho anidan el llanto y la alegría, partes indivisibles de un mismo todo. Cuando lloro no sé si es de dolor o de alegría. Será que ambos extremos se tocan y lo terriblemente doloroso también es motivo de júbilo como lo hermoso y lo bello, que pueden ser, al mismo tiempo, tremendamente horribles.

En cualquier caso, me pegué una hora cascando cuando no tenía nada que decir. Soy transmisora, de eso no me cabe la menor duda y forma parte de lo esencial a parte de habérseme deformado profesionalmente la virtud. A veces siento que si no hablo o escribo, exploto. Y, cuanto menos tenga que decir, mayor es la cantidad de chorros que brollan.

Terminó, el muy jodido, con la siguiente reflexión:
Tu padre lee, ergo tú escribes.

Mi terapeuta es un artepeuta, lo que digo, hace arterapia.

3 comentarios en “Terapia #18: El soliloquio de 60 minutos de alguien que no tiene nada que decir… eeeeh, chica puedes llegar a chiste si no te lo propones.

  1. Avatar de JascNet
    JascNet dice:

    ¡Qué bueno, Montse!
    Te pareces a un amigo mío que cuando quedamos siempre dice: «hoy no tengo mucho que contar», y echamos la mañana, la tarde y, si nos descuidamos, hasta la madrugá. Y no es argentino. 😉
    Como decía mi abuela, el hablar y el comer, todo es empezar.
    Mi padre leía muy poco y menos escribía, se las apañaba como podía; por eso será que yo leo por los dos y escribo porque las paredes no me responden.
    Abraazoooo

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      1. Avatar de JascNet
        JascNet dice:

        Hola, Montse.
        Pues a menos que seas una rusa que quiere ayuda para nacionalizarse, me quieras dar, casi gratis, un crédito de varios miles de euros, o quieras compartir una lotería supermillonaria, no te tengo en spam; tampoco en los correos «blancos».
        Espero no haberme equivocado al escribir mi email, que también.
        Es este jascnet@gmail.com
        También puede ser que se haya quedado atascado el correo con las previews de las navidades. 😂😂😂

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